14 Minutos. El mono y la tortuga es un divertido cuento infantil que enseña sobre la amistad y la tolerancia. Puedes escucharlo o leerlo a continuación:
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EL MONO Y LA TORTUGA
Había una vez un mono y una tortuga que se llevaban muy bien y eran muy amigos. Formaban una pareja especial que llamaba la atención a donde iban, pero pertenecer a distintas especies nunca había sido un problema para ellos. Su amistad era sincera y se basaba en el respeto mutuo. Bueno, al menos eso parecía…
Cierto día iban paseando y charlando de sus cosas cuando se encontraron dos árboles de banano tirados en el suelo. La tortuguita, muy sorprendida, exclamó:
– ¡Oh, amigo mono, qué pena me da ver esos árboles! Tengo la impresión de que los ha tumbado el viento. ¿No sería genial plantarlos de nuevo? Seguro que volverían a crecer con fuerza y nosotros tendríamos bananos para comer a cualquier hora.
El mono dio un salto de alegría y empezó a aplaudir. ¡No exixtía ser en este planeta más fanático de las bananas que él!
– ¡Me encanta tu idea! ¡Venga, vamos a ponernos manos a la obra!
Con mucho esfuerzo los dos animales levantaron las pesadas plantas y cubrieron sus raíces con tierra húmeda para que quedaran bien sujetas. Cuando terminaron la tarea se fundieron en un fuerte abrazo, orgullosos de la fantástica labor que acababan de realizar.
El tiempo les dio la razón y las plantas empezaron a dar plátanos en abundancia. Una tarde, el desenvuelto mono detectó que estaban amarillitos, en el punto justo de madurez, y sin dar explicaciones trepó por la planta y se puso a comer uno tras otro como si no hubiera un mañana. La tortuga quiso hacer lo mismo, pero como no podía subir, tuvo que quedarse abajo mirando cómo su colega se llenaba.
Al cabo de un rato, extrañada de que no se dignara a bajarle alguno para ella, empezó a inquietarse.
– ¡Ey, amigo, deben estar buenísimos porque ya te has comido más de veinte!
Desde lo alto, con los dos cachetes hinchados, el mono le replicó:
– ¡Están exquisitos! La pulpa es dulcísima y se deshace en la boca como si fuera mantequilla.
– ¡Oh, se me hace la boca agua!… Estoy deseando probarlos, pero ya sabes soy una tortuga y las tortugas no tenemos el don de escalar. ¡Necesito tu ayuda, compañero! ¿Serías tan amable de coger alguno para mí?
– Tranquila, querida amiga, hay un montón. En unos minutitos te bajo unas cuantas docenas.
La tortuga sonrió y le dijo:
– ¡Ah, está bien! Come tranquilo, no tengo prisa.
Pasó una hora hasta que por fin vio bajar al mono… ¡con las manos vacías!
– Pero… ¿dónde están mis bananos?
El simio, inflado como un globo de tanto comer, le contestó con un descaro pasmoso:
– Lo siento, amiga, al final me los he comido todos. Ahora mismo debo tener el potasio por las nubes, pero es que estaban tan ricos que no me pude contener.
– ¿Cómo dices?… ¡Eres un desvergonzado y un tirano! ¡La mitad de los bananos eran míos!
– Ya, pero entiende que me entusiasman y que como dice el refrán “barriga llena, corazón contento”.
Ante semejante injusticia, la tortuga se vio obligada a tomar una decisión tajante.
– ¡Nuestra amistad se termina aquí y ahora! No quiero volver a verte, así que lo mejor es que uno de los dos haga las maletas y se marche para siempre.
El mono, mirándola por encima del hombro, respondió con aires de superioridad:
– ¡¿Pues sabes qué te digo?! Me parece muy buena idea porque empiezo a estar muy harto de ti. ¡Ya estás tardando en irte a vivir a otro sitio!… ¡Fuera de aquí!
La tortuga apretó las mandíbulas y soltó un gruñido que mostraba verdadero enfado.
– ¡Grrrrr! ¡Nada de eso! Te reto a una carrera por la orilla hasta el final del río. Quien obtenga la victoria se quedará con los dos plataneros, y quien pierda se irá a vivir a otro bosque.
Como te puedes imaginar, el mono soltó una carcajada y respondió en tono burlón.
– ¡Ja, ja, ja! ¡¿Es una broma?! ¿Tú, uno de los animales más lentos del planeta, pretendes que nos lo juguemos todo en una carrera? ¡Ay, que me muero de la risa! ¡Ja, ja, ja!
– Si tan seguro estás de tu superioridad, no sé qué esperas para aceptar mi desafío. ¡Acabemos con esto de una vez!
Un águila, un búfalo y un pequeño roedor actuaron como testigos del evento para que constara en acta el resultado. Ellos fueron también quienes fijaron el punto de salida y la línea de meta. Cuando todo estuvo en orden, el búfalo gritó con su potente voz:
– Tres… dos… uno… ¡ya!
En un abrir y cerrar de ojos el mono logró sacar una tremenda ventaja a la tortuga pues la pobre, cargada con su pesado caparazón y dando pasitos cortos, avanzaba muy despacio, casi a ritmo de caracol. Seguro de ser el ganador, a mitad del camino frenó en seco.
– ¡Vaya aburrimiento! Me sobra tanto tiempo que voy a descansar un poco antes de retomar la carrera.
Iba a ser un ratito nada más, pero su plan falló porque había comido tantos bananos que cayó en un profundo sueño. En cuanto se sentó empezó a bostezar, y segundos después estaba roncando como un oso.
Dos horas estuvo durmiendo a pierna suelta, y más habrían sido si no fuera porque un mosquito muy pesado le despertó justo en el momento en que la tortuga pasaba por su lado. El mono, indignado, se puso en pie de un salto y agarrándola por el pescuezo, le dijo:
– ¡Eh, tú! ¿A dónde crees que vas? Pensabas adelantarme aprovechando que me estaba echando un sueñecito ¿verdad?… ¡Ve, a tomar viento fresco!
En un ataque de locura, el insensato animal dio una cruel patada a la tortuga y la lanzó al río.
Gracias a que la tortuga tuvo la gran suerte de encontrarse con la corriente a favor, en dirección a la meta. Por mucho que el mono corrió como un loco por la orilla, le resultó imposible llegar antes que ella, que solo tuvo que ponerse boca arriba y dejarse arrastrar para proclamarse vencedora con todos los honores.
La frustración del mono no cabía en su cuerpecito. Mientras todos los animales aclamaban a la tortuga y la levantaban en sus brazos, el mono tomó sus cosas y se dispuso a cumplir la promesa, yéndose a buscar otro bosque a donde vivir.
Depronto la tortuga emitió un silbido que lo hizo voltear.
-Ven acá amigo, no hay necesidad de irse. Creo que aprendiste la lección y si prometes bajarme unos bananos cuando te subas al árbol a comer, creo que podemos compartirlos.
El mono no creía tanta bondad por parte de la tortuga y le dio un abrazo tan fuerte, que si no fuera por el caparazón, la hubiera estripado.
-Gracias amiga… y siento mucho haberte lastimado. Te bajaré los mejores bananos.
Y así volvieron a caminar juntos estos amigos inseparables en medio de la multitud que celebraba su amistad.
Adaptación para radio de: VCSradio.net al cuento publicado en mundoprimaria.com