Existe la anécdota real de un apuesto joven, montando un hermoso caballo, con un séquito de tres grandes carruajes detrás de él, otorgados por el emperador Taizong de la Gran Dinastía Tang, hace unos 1400 años.
Uno de los carruajes estaba lleno de tesoros. Otro de carne y vino, y el último llevaba hermosas damas. Lo raro es que este joven se dirigía a un monasterio budista dispuesto a hacer su cultivación espiritual, pero cargando todos estos bienes valiosos en tres carruajes.
Esta anécdota es la continuación de la novela clásica ‘Viaje al Oeste’ donde el rey mono protegió a un increíble monje llamado Xuanzang durante su travesía por la India para obtener el sagrado sutra budista.
Este monje fue un personaje real que atravesó muchas tribulaciones para poder conseguir y llevar a China las escrituras budistas, las cuales serían el fundamento del Budismo Chino, desde la dinastía Tang
Cuenta la historia que, mientras el monje Xuanzang se dirigía al oeste en búsqueda de las escrituras, tuvo que atravesar por el norte de la India, cuando el invierno era muy frío, sin pájaros, ni otros animales a la vista. Debió cruzar las montañas cubiertas de nieve para llegar a su destino.
Aparte de la nieve y el hielo no había señales de vida. Cuando subió a la cima de la montaña, se sorprendió al encontrar algo de tierra negra expuesta sobre la nieve. El monje Xuanzang miró más de cerca y se dio cuenta de que en realidad eran unos pocos mechones de cabello largo, grueso y negro. Empezó a excavar y solo encontró a un hombre enterrado.
Este hombre, tenía sus ojos cerrados, y estaba sentado con las piernas cruzadas en meditación. Era un monje anciano, con la cabeza y el cuerpo cubiertos de hierba y maleza bajo la nieve. El monje Xuanzang comenzó a tocar sus campanas.
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En ese momento, el anciano abrió los ojos, miró al monje sin comprender y preguntó:
– ¿Quién eres tú?
El monje respondió,
– Soy Xuanzang de China, ¿cuánto tiempo ha estado aquí?
El anciano y tullido monje respondió que había estado meditando allí durante cientos de años, esperando la llegada de buda Shakyamuni.
El Monje Xuanzang le dijo entonces que el buda Sakyamuni ya había llegado y estaba en el Nirvana hacia más de mil años.
El anciano se entristeció por haber perdido su oportunidad de estar al lado del buda Sakiamuni.
El monje Xuanzang le contó que él se dirigía a India para traer a China las escrituras budistas, y le propuso al anciano que reencarnara ahora en China, para que cuando regresara del oeste, pudieran difundir juntos el Dharma y así beneficiar al mundo entero.
El viejo monje aceptó esta sugerencia y le prometió que iba a reencarnar como un príncipe en el palacio real, para que lo buscara a su regreso.
Diecinueve años más tarde, después de pasar por muchas dificultades inimaginables, viajando miles de millas, el monje Xuanzang regresó con las escrituras budistas a la capital de la Dinastía Tang.
El emperador Taizong le dio la bienvenida y ordenó que se tradujeran de inmediato las escrituras para que el pueblo chino las aprendiera y estudiara.
El gobernante dijo al monje Xuanzang que eligiera a cualquier persona de todo el imperio para que lo ayudara a traducir las escrituras al chino. El monje contestó que elegía a un joven príncipe de 19 años que estaba en el reino. Sin embargo, el Emperador Taizong le dijo que no conocía a ningún príncipe de esa edad en todo su reino.
Así que el Monje Xuanzang comenzó a buscar un príncipe 19 años por todas partes. Aparentemente hubo una confusión cuando se produjo la reencarnación del viejo monje y no pudo nacer en el palacio.
Un día el monje Xuanzang se encontró con un apuesto joven que salía de un burdel. Era elegante, tenía un estatus noble. El joven no era otro que Kuiyi Gong, el hijo más amado del general Yuzhi Gong. ¿Cómo podría el emperador tener el corazón para pedirle a su leal general que renunciara a su hijo y a toda la grandeza que el mundo le tenía reservada, para que se convirtiera en un monje?
Sin embargo, siendo el emperador Taizong tan sabio como era, encontró una manera perfecta. Convocó al hijo del general para que se reuniera con él y con el monje.
El emperador dijo a Kuiyi que su deber y responsabilidad era servir al imperio y a su pueblo. Luego le propuso ser monje.
Kuiyi sabía que cualquier cosa que el emperador deseara, debía obedecerla, pero decidió hablarle con sinceridad y mucho tacto. Para declinar la propuesta, dijo que como era aún tan joven, no podía dejar de lado la riqueza terrenal para ser un monje.
De inmediato el emperador respondió que se le iba a dar un carruaje lleno de oro y tesoros para que cumpliera su sueño de tener riqueza material.
Sin embargo, Kuiyi luego objetó diciendo que, en el monasterio no dejaban comer carne ni beber vino y que él era aficionado a estas dos tentaciones.
El emperador mandó traer otro carruaje, lleno de carne y vino para llevarlo al monasterio. Desconcertado por la generosa oferta del emperador, Kuiyi tuvo que encontrar otra objeción que creía imposible de refutar: soy un hombre joven, me gustan las damas hermosas, no es posible para mi ser un monje porque en el monasterio no dejan entrar mujeres.
El emperador decidió acceder una vez más a esta demanda inusual. Detrás de los dos carruajes cargados con tesoros, carne y vino, apareció otro lleno de jóvenes hermosas.
Esta escena nunca había sido vista en la dinastía Tang, en la que un joven se dirigiese a un monasterio budista a cultivar su espíritu, equipado con tres carruajes, llenos de cosas a la que los monjes debían renunciar.
Cuando el séquito llegó frente al Monasterio. La campana del templo de repente sonó muy alto y claro para dar la bienvenida a Kuiyi. En ese mismo instante, el fuerte sonido despertó el recuerdo de Kuiyi de su vida anterior, cuando era el viejo monje en la cima de la montaña nevada.
Inmediatamente bajó de su caballo y se arrodilló en el suelo, frente al monasterio, llorando y arrepintiéndose de sus acciones anteriores.
Despidió los tres carruajes, y entró, solo en el monasterio, con las manos vacías. El corazón para la cultivación espiritual no había muerto, seguía tan fuerte y puro como antes.
El monje Xuanzang conocía el interior de Kuiyi y por eso accedió a que el emperador le ofreciera los tres carruajes llenos de cosas terrenales. Xuanzang sabía con certeza que, una vez que la naturaleza buda se despierta en las personas, las cosas mundanas, ya no tienen ninguna importancia.
Desde ese mismo momento Kuiyi comenzó a realizar la traducción de las escrituras budistas durante 25 años y dedicó su vida entera a difundir las enseñanzas budistas, incluso después de que el monje Xuanzang falleciera.
El monje Kuiyi viajó por todas partes dando a conocer el budismo y luego regresó al templo Cheng para continuar la misión del monje Xuanzang.
Según historiadores, eran 48 escrituras budistas conocidas, de las cuales solo 28 sobrevivieron hasta el día de hoy.
Lo que se conoce del monje Kuiyi es que debido a su profunda comprensión y su estudio diligente de las escrituas sagradas, se convirtió en un gran Maestro Budista y alcanzó la iluminación de alto nivel.
Si la reencarnación es cierta, quizás muchos de nosotros aun estemos buscando nuestro verdadero propósito de vida, un propósito fijado en una existencia previa de grandes e inconclusos logros espirituales. Seguro que de alguna manera encontraremos la forma de culminar esa meta trascendental.
Po esto, de vez en cuando deberíamos detenernos o reducir la velocidad en esta vida acelerada y solo escuchar nuestra voz interior.
Mientras tanto, podemos ser responsables de nuestras decisiones, ser más verdaderos, más bondadosos y tolerantes. Levantar la voz ante quienes quieren exterminar la espiritualidad del planeta, como lo hicieron en el pasado con la matanza de los primeros cristianos y que en la actualidad lo están llevando a cabo con la persecución a los practicantes de la meditación Falun Gong en china.
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