7:30 minutos. En un monasterio retirado en medio de una montaña, vivía desde muy pequeño un burro, cuyo trabajo consistía en dar vueltas al molino para obtener el agua necesaria para los monjes.
El Burro Orgulloso
En un monasterio retirado en medio de una montaña, vivía desde muy pequeño un burro, cuyo trabajo consistía en dar vueltas al molino para obtener el agua necesaria para los monjes. Todos los días debía madrugar para hacer su rutinaria tarea, la cual ejercía pacientemente, pero a la vez lo llenaba de tedio y aburrimiento.
Continuamente suspiraba con nostalgia, mientras pensaba con tristeza:
-Este trabajo mío parece no tener fin. ¡Qué no daría por salir al mundo exterior, para saber qué hay más allá de los muros del monasterio!
Así pasaba los días, mirando hacia el horizonte, tratando de adivinar cómo sería el mundo. Hasta que, cierto día, le llegó la oportunidad que esperaba. El abad le ordenó a uno de los monjes que llevara al burro hasta la aldea cercana, y trajera una carga que estaban esperando desde hacía días.
El monje le colocó los aperos al burro y poco después ya estaban en el camino, rumbo al pueblo. El burro, alegremente, caminaba tras su amo, más rápido de lo habitual. Al fin estaba conociendo ese mundo que apenas había imaginado.
Poco después llegaron a la aldea, donde algunos hombres colocaron con cuidado la carga sobre el lomo del asno, quien apenas reparó en su peso, atento como estaba en observar cuanto le rodeaba. Entonces, ya más pausadamente, emprendieron el camino de regreso hacia el monasterio.
Pero en este trayecto, el burro comenzó a notar algo insólito. A medida que avanzaban, al cruzarse con los viajeros y campesinos que recorrían el mismo camino, unos se inclinaban con reverencia, otros se arrodillaban mientras descubrían sus cabezas y todos se persignaban con gran devoción.
En un principio se sorprendió, pues no entendía las costumbres de aquellas personas que nunca había visto. Pero rápidamente entendió que era su presencia la que causaba tal conmoción. Seguramente estaban abrumados por su porte y su aura de grandeza.
Una vez comprendió esto, levantó la cabeza con orgullo y siguió caminando a paso firme. Casi podía sentir que realmente pisaba las nubes, como si flotara sobre toda esa muchedumbre insignificante, rendida ante su majestad.
Así continuaron su camino, el monje saludando con una venia leve a quienes se cruzaba, y el burro muy dueño de sí mismo, presumiendo su importancia.
Tan pronto llegaron al templo, los monjes aliviaron al burro de su carga. Después de dejarlo descansar un rato, lo condujeron, como siempre, al molino para que comenzara su faena diaria. Pero sintiendo que ahora su dignidad no le permitía hacer un trabajo tan servil, se negó a conducir la rueda del molino.
Los monjes trataron por todos los medios a obligarlo a cumplir con su deber, pero él se negó rotundamente. Así pasaron un par de días, y en vista de que este era un trabajo indispensable para la comunidad, trajeron otro asno para cumplir con la tarea. Pensando que aquel burro ya no era de utilidad, resolvieron dejarlo en libertad.
Tan pronto se vio de nuevo en el camino, pero ahora libre de amos, el burro trotó colina abajo, esperando ser adorado nuevamente, como correspondía a su naturaleza divina. Llegando a la aldea, observó una multitud que tocaba tambores y lanzaba pólvora mientras cantaba alegremente.
-“¡Tal como lo pensé –se dijo- me vieron venir y han salido para darme la bienvenida!”.
En realidad, se trataba de unas festividades que casualmente se celebraban ese día, y todo el pueblo había salido para celebrar. Pero el burro siguió avanzando, esperando que se postraran nuevamente ante su presencia. Una vez llegó hasta donde estaba la multitud trató de abrirse paso por el medio de la orquesta, sintiendo que debía estar en el medio de la celebración.
Pero cuando todos vieron cómo interrumpía los cánticos, pasando entre ellos sin mirar a los lados, se llenaron de enojo. Comenzaron a golpearlo con todo lo que encontraron a mano, hasta dejarlo casi muerto a un lado del camino.
Entonces, lleno de confusión, el burro regresó al galope hacia el monasterio, al no ocurrírsele un refugio más seguro. Una vez allí, buscó al monje a cuyo cargo siempre había estado, y con ojos desorbitados, le narró su amarga experiencia:
-No puedo entender la crueldad de la gente. Cuando veníamos de regreso desde la aldea, todos me hacían reverencias y me adoraban. Pero ahora me han golpeado, hasta casi dejarme muerto. ¿Por qué actúan tan irracionalmente?
El monje apenas suspiró con benevolencia, pues realmente apreciaba al obstinado burro, y le contestó:
-¡Realmente no puedes comportarte de otro modo que como un burro tonto! ¡Ellos no se estaban arrodillando ante ti, sino ante la estatua de Cristo que estabas cargando!
Reflexión: el orgullo y la soberbia nos reflejan una realidad que solo habita en nuestro deseo engañoso.
Cuento anónimo adaptado para VCSmedia.net
Imagen de portada: Carlos Morales G. para VCSmedia.net
Narración: Javier Hernández
Música de fondo: We Jump Into Life – envato – Libre de derechos
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