9 minutos de lectura. Ratón de campo y ratón de ciudad, un cuento que enseña el valor de la gratitud y el respeto por lo ajeno que puedes escuchar o leer a continuación
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Entre los árboles de un enorme bosque, en medio de extensos cultivos de maíz, cebada, florecientes plantas de tubérculos, entre melodiosos trinos, mugir del ganado y de hermosos atardeceres… vivía un humilde ratoncito, que cada mañana se levantaba a comer, saltar, jugar y hacer todo lo que quisiera. ¡Aquí soy muy feliz porque tengo todo lo que puedo desear! Expresaba el ratoncito muy emocionado.
Hoy daré un paseo por estos extensos cultivos de maíz, unos pocos granos serán suficientes para llenar mi pequeño estómago. sus meriendas eran muy variadas y frescas, entre tallos, legumbres y frutas; pero lo más importante era que las podía compartir con sus amigos.
Oh, pero que sorpresa, amiga ardilla. ¡Mmm este meloncito está muy fresco y jugosito mmmm! dijo la ardilla muy ocupada en su merienda.
Su casita estaba hecha de hojas secas y su cama era una cáscara de nuez. En las noches bajo la luz de la luna, el ratoncito conversaba con su amiga la lechuza y con los primeros rayos del Sol, partía todos los días hacia el río para bañarse con sus amigos los peces.
A pesar de que tenía que caminar con mucho cuidado, para no ser pisado por las vacas, los caballos o ser correteado por los perros y los gatos. El ratoncito vivía muy feliz disfrutando de todo lo que el campo le proveía.
Una tarde, llegó a la casa de nuestro amigo un ratoncito de la ciudad, muy elegante vestido con ropas de seda, sombreros de terciopelo y joyas de la más alta calidad. Al ver las condiciones en que vivía el ratoncito de campo, enseguida comenzó a burlarse de él, pero nuestro amigo no hizo caso de aquello, y gustosamente le preparó una merienda, mientras le invitaba a descansar dentro de la casita.
“Eres muy amable, amigo mío. Pero he sentido vergüenza al ver que nada de esto se compara con todas las comodidades que podrías tener en la ciudad. ¿Por qué no vienes conmigo y lo compruebas con tus propios ojos?”, preguntó el ratoncito de ciudad mientras devoraba la merienda de cereales, frutos secos y hojas verdes que le había preparado el ratoncito de campo.
Después de una larga charla… ¡Bueno amigo, de acuerdo iré contigo a visitar la ciudad!
Y muy temprano en la mañana emprendieron el viaje. Luego de recorrer varias horas de camino, los viajeros arribaron por fin a la entrada de la ciudad, y tras avanzar unos kilómetros más terminaron sentados por fin en la casita del ratoncito de ciudad.
“¿Has visto cuánto lujo?”, preguntó el ratoncito de ciudad mientras su amigo observaba con detenimiento todas las joyas de aquella casita. Al cabo de un tiempo, y habiendo descansado un poco, los animalitos sintieron entonces que el hambre los atormentaba, por lo que decidieron salir en busca de comida.
Al llegar a una casa, los ratoncitos treparon por la ventana, y para su sorpresa, encontraron la mesa de la cocina repleta de manjares deliciosos. Carnes, dulces, vegetales, todo cuanto pudieran desear se encontraba en aquel lugar, pero la dicha duró poco para nuestros amigos, pues tan pronto como se disponían a dar el primer bocado, apareció de la nada un gato feroz.
Muertos de miedo, los ratoncitos echaron a correr con todas las fuerzas de sus patas, y cuando estuvieron a salvo, decidieron salir nuevamente en busca de comida. Varias horas después, el ratoncito de ciudad dio con otra casa, e invitó al ratoncito de campo. ¡Ven colemonos por la rendija de esta puerta y luego saltamos a esa mesa, donde nos espera ese delicioso banquete!
A los ratoncitos, les chorreaba la saliva de solo pensar en la deliciosa merienda que se iban a dar.
Embelesados de tanta comida, los ratoncitos no se dieron cuenta que una señora los vigilaba sigilosamente detrás de las cortinas, y tan grande fue el susto que se llevaron, que de un golpe terminaron en la calle, hambrientos, asustados y tristes. “No te preocupes, amigo. Ya encontraremos un lugar donde podamos comer algo”, insistía el ratoncito de ciudad tratando de consolar a su compañero.
Nuevamente, anduvieron por un rato los ratoncitos hasta que, por fin, encontraron un lugar repleto de comida. Mira, allí hay un restaurante de lujo… vamos con mucho cuidado, por entre las mesas, con mucho cuidado, hasta llegar a esa que está repleta de manjares suculentos. Vamos, no temas amigo, dijo el ratoncito de ciudad.
Sin tiempo que perder, los ratoncitos se dispusieron a devorar todos los platos de la mesa, aunque desafortunadamente, el cocinero ya los había visto desde el momento en que entraron por la puerta.
Acercándose con cuidado, el cocinero estrelló contra la mesa su cuchillo, pero afortunadamente, el ratón de ciudad logró esquivar el golpe a tiempo. Alertados del peligro, los dos ratoncitos no tuvieron otro remedio que huir de aquel lugar a toda velocidad, y cuando se encontraron a salvo en la calle, el ratoncito de campo le dijo a su amigo:
– No lo tomes a mal, querido compañero. Cierto es que vives rodeado de lujos y cosas muy buenas, pero la ciudad no es para mí. Yo no podría vivir jamás en un lugar tan agitado y peligroso, y la verdad, prefiero mil veces mi humilde y pequeña casita en el campo antes que vivir nervioso todo el tiempo y temeroso por mi vida. A veces, es mejor disfrutar de la vida feliz y con poco y propio, que contar con tomar las grandes comodidades de los demás y vivir asustado todo el tiempo.
¡Hasta pronto amigo me regreso a mi casa!
Y así fue cómo el ratoncito de campo jamás volvió a saber de su amigo en la ciudad, y cada día de su vida lo pasó entonces en su humilde pero tranquila casita, donde se volvió a cosechar su propia comida: maíz, trigo, zanahoria, … no tomar la comida de los demás le hacía pasar días tranquilos en el lugar, que él había escogido para vivir feliz.
Adaptación para radio de VCSradio.net al cuento publicado en chiquipedia.com
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