Cuentan que una vez, una joven pareja deseaba tantísimo tener un bebé que acudieron a ver al Mago de aquel pueblo. El Mago sin dudarlo comenzó a buscar entre todas sus pócimas… hasta que encontró una semilla de cebada. Les contó:
¡Esta es una semilla especial que tendrán que plantar en una maceta, regarla, hablarle y cantarle cada día!
Ellos así lo hicieron y la semilla comenzó a crecer. Un día encontraron una gran flor roja de pétalos largos. La pareja se acercó a oler la flor y una voz preciosa comenzó a sonar. Justo entonces, los pétalos se abrieron y una niña de sonrisa inmensa y pelo rojo apareció sentada en aquella flor.
Eran muy pero muy pequeña y por eso decidieron llamarla Pulgarcita. Buscaré una cáscara de nuez para que pueda dormir, unos pétalos para taparla y un botón para que pueda comer. Dijo su madre.
Perlita cantaba cada día alegrando aquella casa. Sin embargo, aunque aquella niña quería a su papá y a su mamá y le gustaba su nuez, sus pétalos y cantar cada día, no era feliz. Lo que realmente quiero es descubrir el mundo con mis propios ojos. Pero al escucharla su mamá le decía;
¡Perlita, eres muy pequeña, alguien te podrá pisar, te podrás perder o algún animal te puede comer!
Perlita muy triste se lamentaba: estoy cansada de escuchar todas estas cosas horribles que me pueden pasar y por las que no me dejan salir de mi casa. Pensaba desconsolada.
Así que mientras miraba por la ventana, imaginaba como sería el mundo e inventaba canciones. Un día en medio de la noche un sapo entró por la ventana y vio a aquella niña que había estado escuchando cantar durante tanto tiempo y pensó:
Es perfecta para casarse con mi hijo Gustavo y alegrar el río con sus canciones.
Cogió a Perlita y se la llevó con él. Cuando Perlita despertó y vio donde estaba se asustó, pero apretó los dientes e intentó no llorar mientras gritaba: ¿Dónde estoy, qué han hecho con mi papá y mi mamá? El sapo le explicó: No te preocupes ahora vas a vivir en el río, te casaras con mi hijo y serás la princesa cantarina.
A Perlita no le sonó muy mal, pero tampoco le sonó muy bien. Ahora que había conseguido salir de su cáscara de nuez, Pero ¿Por qué tengo que estar atrapada otra vez en un río y casarme con alguien que no conozco? Sin embargo, no le quedó otro remedio que quedarse a vivir allí. Por suerte, el príncipe Gustavo era muy simpático, y con el tiempo Perlita y él se hicieron grandes amigos. Pero aquello no era lo que Perlita quería:
Gustavo, yo me la paso muy bien en el río, nunca había visto lo que eran los sapos, los peces, ni tanta agua. Pero quiero conocer qué hay más allá de todo esto.
Gustavo comprendió a su amiga, él tampoco quería casarse todavía, así que decidió ayudar a Perlita y juntos comenzaron a pensar un plan. El príncipe era muy conocido en aquel bosque así que con la ayuda de las truchas y las golondrinas pusieron en marcha la huida. Aquella mañana Perlita se despidió de su amigo Gustavo:
¡Muchas gracias por todo, Gustavo, eres un gran amigo y prometo que volveré para vernos de nuevo! Exclamó aliviada.
Y Perlita montada en la trucha comenzó a bajar el río hasta que las golondrinas la tomaron en sus alas y la llevaron por el cielo. Perlita miraba los árboles y las montañas con la boca abierta. ¡Nunca había imaginado que el mundo tuviera tantos colores! Decía muy emocionada.
Una vez que había aprendido a volar en las alas de las golondrinas y a dormir en los nidos, Perlita conoció a los castores.
¿Quieres venir con nosotros? ¡Te enseñaremos a dormir dentro de los árboles y a correr por el bosque!
Perlita aceptó y durante un tiempo vivió con ellos. Como era tan pequeña y aquel bosque era tan grande, tuvo que prestar mucha atención para aprender a correr sin tropezarse, a no perderse y a no ser devorada por otros animales. Aquello era más difícil de lo que parecía, pero ella era muy lista y en poco tiempo aprendió a trepar a los árboles, a camuflarse en las ramas y a nadar en el río montada en grandes hojas verdes.
Pero, aunque Perlita era feliz en aquel lugar, y todos sus amigos le habían enseñado mucho más de lo que nunca hubiera imaginado, la niña se dio cuenta de que echaba de menos a su papá y su mamá.
Vivir con ustedes ha sido muy divertido, pero me gustaría volver a mi casa, estar con mis padres y saber cómo es jugar, aprender a leer e ir a la escuela.
Perlita tenía ganas de conocer cómo sería vivir el mundo con amigos como ella: otros niños. Y sobre todo echaba de menos inventar canciones y cantar.
Así que una buena mañana, decidió volver a casa. Con ayuda de los castores abandonó el bosque. Cuando su padre y su madre la vieron, se pusieron tan contentos que lloraron de alegría. Por fin ha vuelto la alegría a casa. Dijo muy emocionada su mamá. Pero esta vez Perlita les explicó:
Aunque soy pequeña, quiero jugar con otros niños, quiero aprender e ir a la escuela, y cuando sea mayor, aunque siga siendo pequeña, quiero seguir componiendo canciones y cantar.
Los padres se dieron cuenta, de que su hija era mucho más valiente y capaz de lo que imaginaban. Y es que, aunque Perlita fuera diminuta, tenía que poder vivir cómo las demás niñas. Ese mismo día salió al parque por primera vez. Y allí estaban: los niños de aquel pueblo. Esperándola…
Publicado en: pequeocio.com
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