En el año 1900, el erudito estadounidense Albert Edward Winship realizó un estudio titulado “Jukes-Edwards: A Study in Education and Heredity” (Jukes-Edwards: Un estudio sobre educación y herencia), en el que participaron dos familias. La familia de Jonathan Edwards era seguidora incondicional del cristianismo; Jukes, el padre de la segunda familia, era ateo.
Jukes y Edwards no eran extraños entre sí. De hecho, Jukes había reprendido abiertamente a este último por su fe: “Tú crees en Jesús”, dijo, “pero yo nunca lo haré”.
Winship trazó el desarrollo de ambas líneas familiares durante casi 200 años antes de 1900, y luego recopiló sus hallazgos en el libro. Los resultados pueden resumirse de la siguiente manera:
La familia Edwars tenía una cantidad acumulada de 1.394 miembros, y entre ellos había un gran un número de profesionales de renombre: 100 profesores universitarios, 14 directores de universidades, 70 abogados, 30 jueces, 60 doctores, 60 escritores, 300 pastores y teólogos, 3 legisladores y un vice presidente.
La familia Jukes tenía una cantidad acumulada de 903 miembros, dentro de los cuales habían muchas personas de posiciones más bajas: 310 matones, 130 prisioneros (sirviendo sentencias de hasta 13 años), 7 asesinos, 100 alcohólicos, 60 ladrones, 190 prostitutas, 20 empresarios y 10 estudiantes de negocios en la reforma educativa de la prisión.
Los lectores de Winship a menudo han cuestionado la diferencia entre las dos líneas familiares. ¿Fueron los factores socioeconómicos los únicos factores en juego en los éxitos relativos de las familias? Algunos han argumentado que la respuesta al exitoso linaje de la familia Edwards se encuentra, simplemente, en el poder de la fe.
Para exponer esta idea, los simpatizantes de la familia Edwards han identificado dos importantes semillas que fueron plantadas por los fieles antepasados de la familia, y que fueron cultivadas por las generaciones siguientes. La primera semilla fue una de bondad y amor. De hecho, la familia Edwards formó una serie de personas que se inclinaron por las profesiones benévolas: médicos, profesores y educadores.
La segunda semilla fue el temor a Dios. A los niños nacidos en la familia Edwards se les enseñó que “Dios te sigue y siempre sabe lo que haces”. Se podría argumentar que el comportamiento moral de Edwards provenía de un profundo respeto por la mirada omnipresente de Dios.
¿Por qué, entonces, la familia Jukes formó tantos desviados? Esta familia, por el contrario, no educó a sus hijos para que tuvieran fe o temieran la ira de Dios. Sin Dios, algunos argumentan, los niños Jukes tenían el espacio para creer que eran infalibles. La fe y el amor, cuando se combinan con la humildad, tienen el poder de alcanzar la grandeza.
Los niños Jukes se atrevieron a cometer actos pecaminosos. Para aquellos que tienen fe, las leyes terrenales solo llegan hasta cierto punto para proporcionar un castigo adecuado a los pecadores, pero la ley del Cielo tiene la última palabra.
Si los hallazgos de Winship pueden ser destilados en un mensaje moral, podríamos concluir que enseñar a nuestros hijos a amar y tener fe es la lección más generosa que podemos darles. La familia Edwards disfrutó del éxito a través de múltiples generaciones, y no tiene por qué ser la única.
Redacción BLes –
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