El uso del efectivo está siendo cuestionado en favor de una economía digital. Analicemos algunas de las implicaciones de eliminar el efectivo para la privacidad, el control estatal y nuestras libertades civiles.
El uso de efectivo ofrece numerosas ventajas para transacciones pequeñas, tales como su inmediatez, flexibilidad y anonimato. A diferencia de los métodos digitales, el efectivo no requiere contraseñas y no puede ser pirateado, lo que lo hace seguro y confiable. Además, la autonomía que confiere permite a las personas realizar compras sin la necesidad de depender de una tecnología que podría fallar, como sucede con las tarjetas de crédito o las aplicaciones de pago.
Sin embargo, en los últimos años se ha intensificado el impulso hacia una economía digital y la abolición del efectivo. Los defensores de esta agenda sostienen que eliminar el efectivo ayudaría a combatir el crimen, al reducir su uso en actividades ilícitas. No obstante, el efectivo también puede servir para descubrir delitos, especialmente porque su uso implica transacciones cara a cara que son más difíciles de ocultar.
Existen varios grupos que promueven la abolición del efectivo. Por un lado, las grandes empresas de pagos digitales buscan eliminar un competidor para aumentar sus tarifas por transacciones digitales y recopilar datos sobre los hábitos de gasto de las personas. Por otro lado, los bancos centrales buscan obtener más margen de maniobra para establecer políticas monetarias, incluyendo tasas de interés negativas.
El problema principal de la eliminación del efectivo radica en las posibles consecuencias para las libertades individuales. El control total por parte del gobierno sobre el sistema financiero podría facilitar la vigilancia de todas las transacciones, permitiendo a las autoridades monitorear cómo y en qué se gasta el dinero. Esto podría derivar en la capacidad de perseguir a personas u organizaciones que desagraden al gobierno, bloquear pagos o incluso expropiar riqueza.
Un gobierno controlado por extremistas de la salud podría imponernos seguir recomendaciones de salud personalizadas basadas en las últimas tendencias sanitarias. Un gobierno guiado por ambientalistas radicales podría exigirnos “salvar el planeta” según las directrices más recientes del movimiento ecologista. De igual manera, un gobierno dirigido por fundamentalistas religiosos podría prohibirnos ciertas actividades para “salvar” nuestras almas. Las opciones son ilimitadas.
La eliminación del efectivo conlleva serias inquietudes sobre el control absoluto por parte del gobierno y la erosión de nuestras libertades civiles. También representa una amenaza para nuestra privacidad, pone en riesgo la riqueza legítimamente adquirida, nos expone a las fallas de los sistemas digitales y afecta negativamente a los más vulnerables. Además, abre la puerta a que los bancos centrales apliquen políticas peligrosas de tasas de interés negativas.
En resumen, la guerra contra el efectivo plantea preocupaciones sobre el control estatal, la invasión a la privacidad y la posibilidad de abusos por parte de los gobiernos. Aunque la digitalización puede ofrecer conveniencias, es importante mantener el efectivo como una opción viable para preservar nuestras libertades civiles y evitar que los gobiernos ejerzan un control excesivo sobre nuestras vidas financieras.
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