La unión y la colaboración pueden lograr grandes hazañas, incluso cuando se trata de seres pequeños y aparentemente insignificantes
Hace mucho tiempo, en una región del Tibet, existió un monarca muy sabio. En su país vivían de la agricultura, y habitaban también muchísimos ratones, que vivían en paz con los humanos. Así, cuando los agricultores terminaban de recoger el trigo y la cebada, ellos se abastecían con lo que quedaba para sobrellevar el invierno con suficiente comida para todos.
Pero un año, la cosecha no fue nada buena y apenas quedaron sobras de los cereales. Los ratones temían no tener suficiente comida para todos y morir durante el invierno. Así que, el jefe de los ratones se puso sus mejores galas y muy decidido, fue a ver al monarca.
El ratoncito, que había oído que todos los que visitaban al rey debían llevarle como ofrenda una bufanda de seda, él solo pudo conseguir una hebra para llevársela como regalo. El monarca, al oír que un ratón había solicitado su audiencia, le hizo mucha gracia, y lo dejó pasar. El ratón, haciendo una enorme reverencia, le ofreció la hebra de seda, se aclaró la voz y dijo con determinación:
Señor, hasta ahora nosotros los ratones vivíamos de lo que sobraba de la cosecha de cereales, pero este año no ha sobrado nada y tememos morir durante el invierno por falta de alimento.
El monarca, se quedó pensativo y preguntó:
Dime, ratoncito, ¿y qué podemos ofrecerte?
Bastará con el grano que guarda en uno de sus graneros. Con eso tendremos para todos durante el invierno. Respondió el ratón.
Pero… ¿cómo piensan llevar el grano hasta sus madrigueras? Preguntó con curiosidad el monarca.
Podemos llevárnoslo, confía en nosotros. El año que viene, si la cosecha es buena, devolveremos todo el grano prestado y le llenaremos un granero entero.
Lo cierto es que al monarca le impresionó mucho la determinación de los ratones y sentía mucho interés en comprobar si era cierto, si eran capaces de trasladar todo el grano de un granero hasta sus hogares.
De acuerdo, pueden llevarse el trigo de uno de nuestros graneros. Dijo el monarca.
El ratón salió muy contento de allí, y no dudó en llamar a todos los ratones del país. Cuando les tuvo a todos reunidos, les dijo:
¡El monarca tiene un gran corazón: nos permite llevarnos todo el trigo de uno de sus graneros! Debemos llevárnoslo lo antes posible. ¡Llevemos entre todos los granos!
Los ratones se unieron y desde el más grande hasta el más pequeño, comenzaron a llevar granos de trigo entre los dientes, enroscados en la cola, sobre el lomo… En solo un día, dejaron el granero vacío.
Ese invierno, los ratones consiguieron sobrevivir gracias a la generosidad del monarca, y al año siguiente, que la cosecha fue espectacular, cumplieron su palabra y devolvieron, uno a uno, los granos de trigo que los humanos les habían prestado.
Pero un año después, el país vecino declaró la guerra al país de los ratones. Al monarca, no le gustaban las guerras, no estaba muy acostumbrado a las batallas, y temía perder. De hecho, ya tenía al enemigo al otro lado del río, muy cerca de su país.
El jefe de los ratones, al enterarse de aquello, fue de nuevo a ver al rey:
Señor. Nos ayudaste cuando nosotros te necesitamos y ahora queremos ayudarte a ti. Le dijo el ratón.
¿Y cómo pueden ayudarme ustedes, que son tan pequeños? Contestó asombrado el monarca.
Confía en nosotros, sabemos lo que podemos hacer…
El monarca, después de pensar un rato, contestó:
Ya me demostraron la otra vez que cumplen su palabra. Me fío de ustedes. Hagan lo que tengan que hacer. Si consiguen librarnos del enemigo, los recompensaré.
El ratón salió y se dirigió a todos los ratones del país:
¡Amigos! ¡El monarca nos necesita! Debemos acabar con el enemigo.
Y esa misma noche, mientras los soldados enemigos dormían, los ratones cruzaron sigilosos el río. Una vez al otro lado, comenzaron a roer todo: las tiendas de campaña, las mechas de las municiones, las armas, las botas de los soldados… Después, se fueron por donde habían venido.
A la mañana siguiente, los soldados enemigos al despertar comprobaron el destrozo. ¡Todo estaba agujereado! Se miraron entre sí, y al pensar que había sido un sabotaje de alguno de los suyos, comenzaron a pelear entre ellos. Y en ese momento, el monarca hizo sonar el cuerno de batalla, y los soldados enemigos, pensando que les atacaban y sin tener con que defenderse, salieron corriendo.
El monarca se libró del enemigo gracias a los ratones, y al verse con ellos de nuevo les dijo:
¡No sé cómo darles las gracias! ¡Han salvado nuestro reino!
Estamos orgullosos por haberle podido servir. Solo queremos pedirle el favor de dos cosas. Dime, ratoncito, ¿en qué podemos ayudarlos?
Nuestras madrigueras están junto al río, y cuando llueve mucho y hay crecida, se inundan. Necesitamos que nos construya un dique para detener el agua.
¡Fantástico! – contestó el monarca ¡Eso está hecho! ¿Y la otra?
Los gatos, dijo el ratoncito.
¡Jajaja!! Claro contestó el monarca. No se preocupen. A partir de ahora prohibiré la entrada de gatos que no respeten la convivencia entre ustedes y los proveeré de más raciones de alimentos para que no tengan el motivo de perseguirlos.
Por su parte, el monarca envió un mensaje al enemigo, que decía:
‘Nuestros ratones han conseguido echar a sus soldados. Si vuelven a amenazarnos, les lanzaré a los perros y si insisten, a todas las fieras del reino’.
El monarca enemigo, al darse cuenta de lo que habían sido capaces de hacer unos ratones, tembló al pensar en lo que serían capaces de hacer el resto de los animales de aquel país. Decidió no volver nunca más por allí.
Y así fue cómo el país de los ratones comenzó una próspera etapa llena de felicidad y paz.
Adaptación para radio de VCSradio.net al cuento publicado en tucuentofavorito.com
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