16 Minutos. Bella Flor es un cuento mágico que puedes escuchar o leer a continuación:
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Bella Flor
Había una vez un padre que tenía dos hijos; el mayor le tocó la suerte de soldado, y fue a otro país, donde estuvo muchos años. Cuando volvió, su padre había muerto, y su hermano disfrutaba de su herencia y se había puesto muy rico. Se fue a casa de este, y se lo encontró bajando la escalera.
-¿No me conoces? -le preguntó.
El hermano le contestó con mala manera que no.
Entonces se dio a conocer, y su hermano le dijo que fuese al granero, y que allí hallaría un baúl, que era la herencia que le había dejado su padre, y siguió su camino sin hacerle más caso.
Subió al granero, y halló un baúl muy viejo, y dijo para sí:
-¿Para qué me puede a mí servir este destartalado cajón? Tal vez me sirva para hacer una hoguera y calentarme, que hace mucho frío.
Cargó con él y se fue a buscar un hacha con la cual volvió pedazos el baúl, y de dentro de él, cayó un papel. Lo cogió, y vio que era la escritura de una gran cantidad de dinero que adeudaban a su padre. La cobró, y se puso muy rico.
Un día que iba por la calle encontró a una mujer que estaba llorando amargamente; la preguntó qué tenía, y ella le contestó que su marido estaba muy enfermo, y que no sólo no tenía para curarlo, sino que se lo quería llevar a la cárcel un acreedor, al que no podía pagar lo que le debía.
-Usted no se preocupe -le dijo José-. No llevarán a su marido a la cárcel, ni venderán lo que tiene, porque yo le pagaré sus deudas, le costearé su enfermedad y su entierro, si se muere.
Y así lo hizo todo. Pero se encontró que cuando el pobre se hubo muerto, después de pagado el entierro, no le quedaba un centavo, habiendo gastado toda su herencia en esa buena obra.
-Y ahora ¿qué hago? -se preguntó a sí mismo-. Ahora, que no tengo que comer. Me iré a un castillo, y me pondré a servir.
Así lo hizo, y entró de ayudante en el palacio del Rey.
Se portó tan bien y el Rey lo quería tanto, que lo fue ascendiendo hasta que lo hizo su primer mayordomo.
Entre tanto, su descastado hermano había empobrecido, y le escribió pidiéndole ayuda; y como José era tan bueno, lo ayudó, pidiendo al Rey le diese a su hermano un empleo en Palacio, y el Rey se lo concedió.
El hermano se instaló en el palacio, pero en lugar de sentir gratitud, lo que sentía era envidia al verlo tan cerca al Rey, y se propuso hacerle perder su puesto. Para eso, se puso a averiguar información que le pudiera servir, y supo que el Rey estaba enamorado de la Princesa Bella-Flor, y que esta, no lo quería porque el monarca era viejo y feo. La princesa se había ocultado en un palacio escondido por en el bosque, nadie sabía dónde. El hermano fue y le dijo al Rey que José sabía dónde estaba la Bella-Flor, y tenía un romance con ella. Entonces el Rey, muy enojado, mandó traer a José y le dijo que fuera inmediatamente a traerle a la Princesa Bella-Flor, y que, si se venía sin ella, lo mandaría a un calabozo de por vida.
El pobre, desconsolado, fue a buscar un caballo para irse a tratar de encontrar a Bella-Flor. Vio entonces un caballo blanco, muy viejo y flaco, que le dijo:
-Tómame a mí, y no tengas cuidado.
José se quedó asombrado de oír hablar un caballo; pero lo montó y echaron a andar llevando tres panes como alimento, que le dijo el caballo que cogiera.
Después que hubieron andado un buen rato, se encontraron un hormiguero, y el caballo le dijo:
-Tira ahí esos tres panes para que coman las hormiguitas.
-Pero, ¿para qué? -dijo José-. Si nosotros los necesitamos.
-Tíraselos -replicó el caballo-, y no te canses nunca de hacer bien.
Anduvieron otro rato, y encontraron a un águila que se había enredado en las redes de un cazador.
-Bájate -le dijo el caballo-, y corta las mallas de esa red para liberar a ese pobre animal.
-¿Pero vamos a perder el tiempo en eso? -respondió José.
-Haz lo que te digo y no te canses nunca de hacer bien.
Anduvieron otro rato y llegaron a un río, y vieron a un pececito que se había quedado en seco en la orilla, y por más que se movía desesperado, no podía volver a la corriente.
-Bájate -dijo a José el caballo blanco-, coge ese pobre pececito y échalo al agua.
-Pero si no tenemos tiempo de entretenernos -contesto José.
-Siempre hay tiempo para hacer una buena obra -respondió el caballo blanco-, y nunca te canses de hacer bien.
Depronto llegaron a un castillo, metido en una selva sombría, y vieron a la Princesa Bella-Flor, que estaba dándole afrecho de maíz a sus gallinas.
-Escucha -le dijo a José el caballo blanco-; ahora voy a dar muchos saltos y a hacer piruetas, y esto le hará gracia a Bella-Flor; te dirá que quiere montar un rato, y tú la dejarás que monte; entonces yo me pondré a dar relinchos; se asustará, y tú le dirás entonces que eso es porque no estoy acostumbrado a que me monten las mujeres, entonces tú te montas y me amansaré; y luego saldré a toda velocidad hasta llegar al palacio del Rey.
Todo sucedió tal cual lo había dicho el caballo, y sólo cuando salieron a galope, Bella-Flor se dio cuenta de la intención de robarla que había traído aquel jinete.
Entonces dejó caer el afrecho de maíz que llevaba y se regó por todo el suelo, y le dijo a José que se le había derramado el afrecho y que se lo recogiera.
-Allí, donde vamos -respondió José-, hay mucho afrecho.
Entonces, al pasar bajo un árbol, la pañoleta que la princesa llevaba en la cabeza, se quedó enredado en una de las ramas más altas, y dijo a José que pararan y se subiera al árbol para cogérsela; pero José le respondió:
-Allá, donde vamos, hay muchas pañoletas.
Pasaron entonces por un río, y con un salto del caballo, ella dejó caer un anillo, y le pidió a José que se bajara a recogerlo; pero José le respondió que allí donde iban, había muchos anillos.
Llegaron, por fin, al palacio del Rey, que se puso muy contento al ver a su amada Bella-Flor; pero esta descontenta, corrió a un cuarto y se encerró, sin querer abrir a nadie. El Rey le suplicó que abriese; pero ella dijo que no abriría hasta que le trajesen las tres cosas que había perdido por el camino.
-No hay más remedio, José -le dijo el Rey-, sino que tú, que sabes que cosas son esas, vayas por ellas, y si no las traes, te mando al calabozo por el resto de tu vida.
El pobre José se fue muy afligido a contárselo al caballito blanco, el que le dijo:
-No te apures; móntate, y vamos a buscarlas.
Emprendieron camino y llegaron al hormiguero.
-¿Quisieras recuperar el afrecho de maíz? -preguntó el caballo.
-¿Pues a qué vinimos? -contestó José.
-Entonces llama a las hormiguitas y diles que te lo traigan, que si aquel se ha perdido, te traerán el que han sacado de los panes que les dejaste, que no habrá sido poco.
Y así sucedió; las hormiguitas, agradecidas a él, acudieron, y le trajeron un montón de afrecho.
-¿Lo ves -dijo el caballito- cómo el que hace bien, tarde o temprano recoge el fruto?
Llegaron al árbol en el que Bella-Flor había dejado su pañoleta, que ondeaba como una bandera en una de las ramas más altas.
-¿Cómo voy a recuperar yo esa pañoleta -dijo José-, si para eso necesitaría la escalera más alta del reino?
-No te preocupes -respondió el caballito blanco-; llama al águila que liberaste de las redes del cazador, y ella te lo traerá.
Y así sucedió. Llegó el águila, tomó con su pico la pañoleta, y se la entregó a José.
Llegaron al río, que venía muy turbio.
-¿Cómo voy a sacar ese anillo del fondo de este río hondo, cuando ni se ve, ni se sabe el lugar en el que se cayó? -dijo José.
-No te preocupes -respondió el caballito-; llama al pececito que salvaste, que él te lo sacará.
Y así sucedió, y el pececito se zambulló y salió tan contento, meneando la cola, con el anillo en la boca.
Volvió pues, José muy contento al palacio; pero cuando le llevaron las prendas a Bella-Flor, dijo que no abriría ni saldría de su encierro hasta que mandaran al calabozo al rufián que la había robado de su palacio.
El Rey fue tan cruel, que se lo prometió, y dijo a José que no tenía más remedio que seguir su vida encarcelado.
-No te apures -le dijo el caballito-; móntate sobre mí, y escapemos de este lugar tan injusto!
Y así fue. Salieron a todo galope del castillo y el rey con varios de sus guardias, montaron sus caballos y salieron tras ellos.
Cabalgaron en persecución durante todo el día y la noche y al amanecer José y el caballo blanco regresaron a ver qué había pasado. El rey y sus guardias se perdieron en el engañoso bosque y no regresaron jamás.
Como el reino necesitaba un nuevo monarca, todos entonces proclamaron por Rey al valiente José, que se casó con Bella-Flor.
El nuevo rey fue a darle gracias por sus buenos servicios a quien todo se lo debía, al caballito blanco y este le dijo:
-Yo soy el alma de aquel infeliz al que ayudaste, con la enfermedad y entierro y te gastaste cuanto tenías, y al verte tan apurado y en peligro, he pedido a Dios permiso para poder acudir en tu ayuda y pagarte tus beneficios. Por eso te he dicho y te lo vuelvo a decir, de que nunca te canses de hacer bien.
Cuento escrito por Fernán Caballero de rinconcastellano.com
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