6 minutos. Las elecciones presidenciales de este año en Colombia están marcadas por el deseo general de un cambio en los rostros políticos. Para la segunda vuelta, dos candidatos centrados en el populismo esperan llenar ese vacío anhelado por todos.
El pasado 29 de junio se llevó a cabo la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia. Los resultados no dejan de ser sorprendentes y dignos de análisis para muchos; el triunfo de dos candidatos populistas ratifica el deseo de cambio de los colombianos.
Durante más de un año, el candidato de la izquierda radical, Gustavo Petro, había liderado las encuestas, en una campaña que realmente inició hace cuatro años, cuando perdió las elecciones frente a Iván Duque. Sus propuestas, centradas en el resentimiento que se había sembrado en la mente de la gente contra Álvaro Uribe, tenían gran acogida.
Su discurso propone acabar con la banca, la explotación del petróleo, el sistema existente de salud, o “socializar” el campo, un eufemismo para ‘expropiar’. Pero todo esto calaba, puesto que aparentemente ofrecía algo que todos han estado esperando hace tiempo: un cambio.
Colombia, aunque en el entorno de América Latina presenta cifras positivas en lo social y económico, durante muchos años ha estado gobernada por una clase dirigente totalmente desgastada.
La persistente corrupción, de la cual no ha escapado la izquierda, como el caso del alcalde Moreno en Bogotá, así como el olvido de las regiones apartadas, las cuales fueron tomadas por la guerrilla y el narcotráfico, han logrado que todos esperen un verdadero cambio de rostros.
Y esta brecha es la que Petro capitaliza hábilmente, haciendo ver un panorama oscuro, cuya única salida sería la extrema izquierda. Pero, aunque a sus seguidores poco les importan sus métodos o sus malas compañías, salidas de la más sucia política tradicional, a muchos sí les parece que su oferta política podría representar un salto al vacío.
Sin embargo, no se veía otro contendor que se ajustara a sus deseos. Los candidatos de centro izquierda como Fajardo parecen demasiado tibios. Y aquellos que tengan el mínimo tinte de derecha, como Federico Gutiérrez, rápidamente son neutralizados con la acusación de ser ‘uribistas’.
Por supuesto, a estas alturas, relacionar a un político con Álvaro Uribe es demonizarlo de inmediato. De hecho, todo aquel que comienza a subir en las encuestas es calificado por las huestes de Petro como ‘uribista’.
Sin embargo, hay un candidato a quien pocos prestaron atención y, por lo tanto, se libró por mucho tiempo de los ataques destructivos de Petro; se trata del ingeniero y empresario santandereano Rodolfo Hernández. Aunque en las últimas semanas comenzó a perfilarse como un contrincante con posibilidades, fue una sorpresa cuando logró el segundo lugar, dejando por fuera a Federico Gutiérrez.
Rodolfo Hernández ha centrado su campaña en la lucha contra la corrupción, o “robadera”, como él la llama. Es la misma campaña con la que enfrentó la alcaldía de Bucaramanga, y que le valió grandes enemistades con la clase política de aquella ciudad.
Además, se convirtió en un desafío para Petro, pues no solo representa el cambio, sino que ha demostrado no estar ligado a la política tradicional.
El hecho de que su tendencia ideológica es poco clara, en vez de ser una debilidad, parece ser una de sus fortalezas. Por ese motivo ha logrado atraer a muchos que están cansados de los mensajes de odio y los sectarismos. Aunque no se muestra como de centro, su mensaje, así como es virulento hacia los corruptos, es conciliador hacia sus opositores.
Pero esto último no indica que sea débil de carácter. Por el contrario, muestra ese talante tan santandereano de hablar duro, e incluso le ha traído problemas por no controlar su temperamento.
Hernández, a pesar de su edad (77 años), encarna ese aire fresco que se necesita en este momento. Son muchos los analistas que aseguran que es preferible la incertidumbre sobre el rumbo que tomará Hernández, que la seguridad de las promesas radicales de Petro.
En alguna ocasión, el ingeniero habló de que representa un “capitalismo progresista”. Parece una paradoja, pero posiblemente tenga la capacidad de encarnar las dos tendencias, sin romper ninguna.
Todo lo anterior lo muestra como el polo opuesto de Petro, quien durante toda la campaña se ha mostrado agresivo con sus contendores, mientras sus huestes se encargaban de destruir la reputación de cualquiera que se acerque en las encuestas.
Pero, más allá de quiénes son los dos candidatos que ahora se disputan la presidencia, ha quedado claro que la era de Uribe llegó a su fin. Por las razones que sean, se ha logrado asociar su nombre a lo peor de la política, y su marca, que logró poner presidentes por 20 años, ya se encuentra desgastada.
También se trata de que la ola izquierdista que actualmente ronda a Latinoamérica ha estado impactando fuertemente en Colombia. No es un secreto el apoyo que múltiples ONGs y organismos internacionales han brindado a este movimiento, acusando al gobierno de todos los problemas sociales y de la violencia que se presentan en el país.
Pero Colombia ha sido renuente a entrar en la era izquierdista que tanto daño ha hecho en el continente. No obstante, la derecha también se encuentra debilitada, con un discurso tímido y vergonzante.
Todo lo anterior nos deja un panorama en el cual dos candidatos que no generan entera confianza han logrado llegar al final del camino en las elecciones. El discurso tibio de una izquierda de centro no cala. Pero la coherencia de propuestas mesuradas de Federico Gutiérrez tampoco convenció; en su afán por desmarcarse de la derecha uribista, terminó viéndose casi tan tibio como Fajardo.
Ahora toca esperar al 19 de junio. Las encuestas suben y bajan, creando una total incertidumbre. Si Petro gana, muchos sentirán que el país perdió su norte y nos encaminamos hacia el mismo rumbo de nuestros vecinos que hoy sufren las consecuencias de las decisiones tomadas en las urnas.
Pero si pierde por poco margen, ya es sabido que no aceptará la derrota. Esto nos enfrentaría a otro período de violencia y desorden. Lo más peligroso que puede hacer cualquier ciudadano, en este momento más que nunca, es votar en blanco o abstenerse.
Sin embargo, aunque la abstención siempre se considera una forma de protesta o de opinión, hoy en día más que nunca, es la peor de las decisiones. Colombia no admite en estos momentos vitales a los indecisos.
Lo que el país decida en estas elecciones marcará el futuro, no solo de los próximos cuatro años, sino de hacia dónde nos dirigiremos en las siguientes décadas. Y todos, aún quienes no participen, seremos responsables de esa decisión, así como seremos afectados por lo que ocurra en el próximo futuro.
Escrito por Carlos Morales G.
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