
A veces lastimamos a otros sin entender su valor. Perdonar, ayudar y respetar a quienes son distintos… es lo que realmente nos hace volar alto.
En la vereda San Isidro, la finca de El cerezo, los pájaros alegran el ambiente. Abundan mirlas, arrendajos, toches, colibríes y también muchas mariposas. Cada amanecer todos despiertan a los dueños con bellas melodías y sinfonías, matizadas por el croar de las ranas.
En medio de este paraíso cantarín, sucedió una historia particular y dolorosa para sus protagonistas: una mirla y un copetón.
La señora mirla cantaba bellísimo y especialmente fuerte, de manera que su trino sobresalía por encima de los demás. Todo el mundo admiraba su canto.
Poner trinos de mirlas
– Yo soy la que mejor canta en mi finca, -se decía complacida- Todos me admiran. Miren mi plumaje, es de un gris claro reluciente.
La señora mirla habitaba en un árbol de ciruelo y se alimentaba solo de frutas frescas. Adoraba comer frutas de toda clase, por eso volaba de acá para allá para poder tomar las mejores frutas y las más maduras. A veces furtivamente entraba al cultivo de arándanos de la finca vecina y robaba unos cuantos.
Desde su árbol podía divisar todo y creía que todo le pertenecía. Se sentía realizada, ¿qué más podía pedirle a la vida?
En la misma finca, habitaba el señor copetón que, junto con su pareja, permanecía en el piso, comiendo todo el día insectos pequeños: cucarachas, arañas y grillos
Los copetones eran muy pequeños, con plumas de color café amarillento, tenían el pico delgado y fino con el que atrapaban los insectos del suelo.
La pareja de copetones permanecía alrededor de la casa de los patrones. Permanecían desde la mañana a la tarde, atrapando y comiendo bichos. Parecía como si fuera lo más importante en su vida porque ni siquiera levantaban la cabeza un momento.
Cuando se desplazaban lo hacían con pequeños saltitos y a veces volaban a ras de tierra.
La pareja era muy callada, nunca cantaban y solo comían y comían.
La señora mirla los miraba disgustada y sus ojos enrojecían de ira. No podía entender cómo había pájaros opacos y que vivían en el suelo. Y que tampoco cantaban.
– Que bobos son ustedes, copetones. No saben cantar ni volar alto como yo.
Los dos copetones no prestaban atención a las ofensas de su vecina y seguían en su trabajo.
♫- “¡Oh, copetones rastreros, tan chiquitos y tan feos! Comen insectos del suelo, ¡qué asco por lo que veo!”, se burlaba la cruel vecina.
La presencia de los copetones le fastidiaba a la señora mirla, por eso los criticaba, y en ocasiones incluso los correteó por la ladera para picotearles la cabeza mientras se reía divertida.
A veces se burlaba del tamaño de los dos pequeños animalitos, cantándoles con ironía
– Copetones enanos, solo llegan hasta mi rabadilla. Deberían irse a otra finca donde todos chiquitos.
Aunque no le contestaban nada, la señora mirla estaba empeñada en convertirse en una pesadilla para los copetones.
Un día se hartaron los copetones y decidieron pedir ayuda a sus amigos:
– Amigos arrendajos, estamos bastante maltratados por la señora mirla. Les pedimos ayuda para que nos respalden y nos ayuden a hacer entrarla en razón.
– Con mucho gusto, cuenten con nosotros. Podemos hablar con ella si es necesario para exigirle respeto.
A la mañana siguiente, muy temprano, la señora mirla apareció de nuevo para burlarse de los copetones. Pero en ese momento el señor copetón se mostró decidido y mirándola directamente a los ojos le dijo:
– Un momento señora mirla. – habló el copetón levantando la cabeza- Eso que usted está haciendo con nosotros es acoso y violencia y no lo debe seguir haciendo. Nosotros nos sentimos maltratados y le exigimos que nunca más vuelva a dirigirnos la palabra.
La señora mirla no esperaba esta reacción y quedó sorprendida y pensó: Qué pasó, estos pájaros me irrespetaron. Eso es inaceptable.
– Heyyy, minúsculos pájaros de tierra -les grito furiosa- Ustedes no me van a callar. Ustedes son unos bobos y les voy a dar su picotazo.
– Alto ahí señora mirla, gritaron los arrendajos, nosotros respaldamos a nuestros amigos los copetones, no permitiremos que los sigas maltratando.
El señor copetón se adelantó y con voz alta y fuerte dijo:
– Vamos a ponerle una demanda en la corte de defensa de los copetones, para que la lleven a prisión. No puede hacernos bullying y que no pase nada.
La señora mirla se puso furibunda. Pero no quiso hablar porque los apoyaban los arrendajos. Furiosa remontó el vuelo y se fue a buscar a otra mirla para que le ayudara a vengarse. En esa vio unas dunas rojas que se veían muy apetitosas y se dijo a sí misma.
– Por ahora voy a comerme esas ricas.
Pero ayyyy, al lanzar su primer picotazo sobre la fruta, una espina se le introdujo en la garganta. Trató de sacarla, pero no pudo. Quiso pedir ayuda, pero no podía emitir ningún sonido, así que volvió a su árbol de ciruelo.
Como no podía respirar bien, cayó al suelo desmayada. Las demás aves vinieron a ayudarla. Muchos miraron y se alejaron diciendo.
– La pobre señora mirla ya se murió, no hay nada que hacer.
Otros dijeron
– No, aún está viva, debemos ayudarla.
Intentaron varias veces sacarle la espina de la garganta, pero no pudieron porque tenían el pico muy grueso y no lograban llegar a la garganta.
– No podemos ayudarla, porque no podemos tocar la espina para sacarla, qué hacemos
En ese momento apareció el señor copetón y dijo con voz firme:
– Yo lo haré.
Pero, algunas aves entrometidas le dijeron en tono burlón:
– Por qué ayudar a esa mirla que te molesta y picotea todo el tiempo? ¿Acaso no te beneficiarías si ella muriera?
– Todo el mundo merece una oportunidad y todos merecemos vivir. Yo la perdono por todo el mal que me causó y trataré de salvarla.
Diciendo esto se acercó y observó la espina. Introdujo su pequeño pero certero pico y en un segundo la extrajo.
Todos los asistentes aplaudieron y felicitaron al señor copetón por su buen corazón
La señora mirla recupero la conciencia y respiró hondo, muy aliviada.
– Gracias amigos, me salvaron la vida, nunca lo olvidaré
– No fuimos nosotros sino el señor copetón, dijo el líder de los arrendajos. –Él, con su fino pico pudo sacar la espina, le debes la vida a él.
La señora mirla quedó sin palabras. Se levantó avergonzada y bajando la cabeza se dirigió al señor copetón:
– Señor copetón, le doy las gracias por salvarme. Yo me he comportado muy mal con usted y su esposa y no merecía su ayuda. Les pido perdón por mi comportamiento y prometo que nunca más volveré a agredirlos ni a acosarlos
– No hay problema señora mirla, todos merecemos una oportunidad.
♫ Perdonar es libertad en mi corazón. Solo deseo tu amistad y vivir en paz. Ya olvidé el pasado para empezar un nuevo día.
A veces sin razón somos crueles con otros seres porque no entendemos su misión en la vida. Usted deleita a los amigos y a todos los humanos con su bello canto, brindando armonía a la naturaleza. Yo cumplo con la misión de proteger a los humanos de bichos que causan enfermedades, mientras me alimento. Ambos aportamos algo positivo a los humanos y a la naturaleza.
– Tiene razón, dijo la señora mirla. No voy a interferir con su trabajo de copetón nunca más, y, al contrario, cuenten con mi amistad incondicional.
Todos aplaudieron felices.
Desde entonces se ve a los nuevos mejores amigos muy unidos, compartiendo y colaborándose mutuamente. La señora mirla suele cantar
♫ ¡Adiós al bullying, bienvenida la amistad! Juguemos juntos, sin ningún rencor. Llenando el aire con risas y canciones, la felicidad perdurará.
Cuento escrito para VCS media.net por Beatriz Rodríguez Cely
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