
Por un malentendido en el terminal de un aeropuerto, un joven aprende sobre la arrogancia y el prejuicio, gracias a una chica que él considera impertinente.
Como era su costumbre, Jorge llegó al aeropuerto con suficiente tiempo para evitar percances. Pero cuando se acercó al mostrador de la aerolínea, la empleada la informó que su vuelo estaba atrasado dos horas, por problemas del clima. Bastante molesto por el inconveniente, compró una revista, un café y una caja de galletas, y se dispuso a pasar ese tiempo en la sala de espera, entendiendo que no tenía más opciones.
Como viajaba frecuentemente por cuestión de negocios, este tipo de situaciones no le eran del todo extrañas. Así que buscó una silla, colocó sus cosas en la mesita auxiliar, y comenzó a leer distraídamente la revista.
Mientras bebía su café, observó que una chica vestida muy informalmente, llevando una mochila desgastada, se sentó en la silla contigua a la mesita, y de su mochila sacó un libro, el cual abrió con mucho interés y comenzó a leer, absorta en las páginas.
En seguida, Jorge dejó de prestarle atención, y siguió pasando las páginas de su revista, más por distraerse durante el tiempo de espera que por obtener alguna información. Alrededor, la bulla de los pasajeros que iban y venían, así como los llamados que cada tanto se escuchaban por los altavoces, eran el telón de fondo previo a su viaje rutinario.
Pero su calma de pronto se vio interrumpida cuando, de reojo, vio que la muchacha tomaba, como al descuido, la caja de galletas que él había dejado sobre la mesita con sus otras pertenencias. Sin prisa, ella abrió el paquete y, después de tomar una o dos galletas, lo puso de nuevo en su sitio, mientras continuaba con la vista fija en su libro.
Jorge la miró sorprendido, sin poder comprender la desfachatez de su vecina. Sintiendo que la indignación le subía a la cabeza, quiso reclamarle airadamente. Pero se consideraba un hombre educado y pensó que no podía armar un escándalo en un sitio público, por unas galletas.
Sin embargo, tampoco podía dejar pasar ese atrevimiento sin más. Entonces, ostensiblemente, tomó el paquete y, después de sacar varias galletas, lo dejó en su sitio. Siguió mirándola fijamente, esperando su reacción mientras comía las galletas, una a una. Para su sorpresa, ella lo miró con una especie de sonrisa pícara. Simplemente tomó otra galleta y, mientras la masticaba calmadamente, se sumió de nuevo en la lectura de su libro.
Educado en el mundo de los negocios, Jorge entendió que ella lo estaba desafiando. “Simplemente se burla de mí, y quiere someterme mostrando superioridad”, pensó. Entonces, con gran ostentación tomó otras galletas sin quitarle la mirada de encima a la joven.
Ella lo miró de nuevo, con una sonrisa a la vez divertida y algo confundida, y también tomó algunas galletas. Él, ya en el colmo de la irritación, agarró otra galleta y rápidamente la llevó a la boca, olvidándose de los buenos modales.
Enseguida, la muchacha tomó otra galleta, sin perder esa sonrisa divertida y amable, que tenía la capacidad de irritarlo cada vez más. Pues entendía que era la forma de desafiarlo, aparentando que se trataba de un juego inocente.
De esta forma, se inició una especie de batalla, en la cual se alternaban para tomar las galletas. Ella todas las veces lo miraba alegremente, pero Jorge sentía que la irritación le calentaba la cabeza cada vez más. Mientras masticaba sus galletas, ahora ruidosamente, no podía dejar de preguntarse cómo esa muchacha de apariencia educada, podía ser tan insolente. No comprendía por qué ella era incapaz de entender el respeto por lo ajeno y, por lo menos, pedirle cortésmente que la invitara a una de sus galletas.
El duelo por las galletas se prolongó silenciosamente un rato, entre los crujidos y las miradas penetrantes de él y las sonrisas divertidas de ella. Finalmente, Jorge advirtió que sólo quedaba una galleta en la caja y quiso ponerla a prueba una última vez. Detuvo la mano que ya estaba por alcanzar la galleta, y la dejó, tensa, sobre la mesita.
Mientras la miraba de reojo, pensaba si tendría el descaro de comerse esa última galleta. “viéndola cómo se comporta, seguro no lo va a dudar”, pensó. Pero para su sorpresa, cuando la chica observó la galleta solitaria en la caja, la tomó cuidadosamente y, partiéndola en dos, le dio la mitad a él, con su sonrisa más amable, mientras le decía:
-Compartamos esta última
Jorge no pudo comprender este gesto, pero supuso que era el remate de la burla a la que había querido someterlo todo el tiempo. Bruscamente le dijo, en voz baja “gracias”, y se llevó a la boca, con desgano, el trozo de galleta. Ella le devolvió una mirada amable y después de una breve venia, retomó la lectura de su libro, mientras saboreaba con agrado su parte de la galleta.
En ese momento, el altavoz anunció la próxima salida del vuelo de Jorge. Inmediatamente recogió sus cosas y se encaminó hacia la salida de embarque, aliviado por haber puesto fin a esa escena incómoda y absurda. Mientras se alejaba, no pudo evitar el mirar a su desagradable compañera de silla, y la vio tranquila, con una leve sonrisa leyendo su libro. Le dio la impresión de que lo había estado observando burlonamente mientras él se alejaba, lo cual lo irritó aún más.
Una vez en el avión, se acomodó en su silla y le vino a la mente la desagradable situación que acababa de soportar. Mientras cavilaba sobre la falta de educación de algunas personas, y qué futuro podía esperar al mundo con ese tipo de actitudes, sintió la garganta reseca.
Distraídamente abrió su maletín, para tomar la pequeña botella de agua que siempre llevaba consigo. Palpó un momento, y de repente no pudo reprimir un pequeño grito de sorpresa, cuando su mano apretó la caja de galletas que había comprado antes de ir a la sala de espera.
En un instante, la ira se convirtió en un sentimiento de vergüenza. Un cosquilleo incómodo le subió por la espalda, y su rostro se puso pálido cuando comprendió el equívoco: inconscientemente, había guardado la caja de galletas, y la que había estado compartiendo con la chica realmente era de ella.
Quien había tomado lo que no era suyo era él mismo. Y, mientras se enfurecía pensando que la chica le quitaba sus galletas, ella siempre las compartió amablemente con él, que nunca le pidió permiso ni se mostró agradecido.
Con un gesto inconsciente se llevó la mano al rostro, como para ocultarse de la mirada de la chica, quien ya no estaba allí para que él le pudiera dar alguna explicación. Entendió que todos esos gestos amables y las sonrisas de picardía habían sido sinceras y jamás hubo burla. Por el contrario, su actitud había sido de benevolencia y algo de compasión. Contrario al sentimiento anterior, en su mente apareció, grande y protectora, la imagen de la muchacha, mientras él se veía pequeño por su falta de tolerancia. Ese día aprendió para siempre la lección: nunca debemos juzgar ligeramente a las personas. Cuando se mira a los demás como rivales en vez de como amigos potenciales, con demasiada frecuencia perdemos oportunidades de conocer personas realmente valiosas. La arrogancia y el prejuicio nos hacen mezquinos, mientras la sencillez y la generosidad nos convierten en seres más elevados y nobles.
Cuento adaptado para VCSmedia por Carlos Morales G.
Narración: Javier Hernández.
Portada: Carlos Morales G.
Música: The Background – Envato
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