Uno de los escenarios más complejos con el que se puede encontrar una persona en su vida es la soledad, pues en la cotidianidad, la mayoría de funciones que cumplimos nos obliga a relacionarnos con distintas personas.
Ya sea en el ambiente familiar, en el trabajo, en el estudio o en otros espacios en donde cumplimos un rol, la interacción con otros determina en gran medida la satisfacción que se siente por vivir, y al compartir no sólo se está conociendo el mundo y sus diferentes significados, sino que además, nos permite conocemos a nosotros mismos.
De acuerdo con un estudio de la Universidad de Harvard, el principal indicador para determinar la longevidad y la salud en general de un individuo, es la calidad o el grado de intimidad que tiene en sus relaciones.
El estudio que se llevó a cabo por más de 70 años concluyó que: “las conexiones sociales son realmente buenas para nosotros, en cambio la soledad puede traernos tristeza y desconsuelo para el alama. Resulta que las personas que tienen mayor conexión social a la familia, amigos y comunidad, son más felices, son físicamente más sanos y viven más que los que no tienen tan buenas conexiones”.
La soledad bien puede convertirse en un enemigo o en un aliado, todo depende de cómo se asuma cuando se presente en nuestras vidas. Si nos ponemos a pensar, por ejemplo, en el relato de la vida de Jesús, veremos que estando en el desierto, pasó 40 días y 40 noches de ayuno en donde solo estuvo acompañado por la soledad.
Según el nuevo testamento, en medio de esa soledad Jesús fue tentado por el diablo, una situación que podemos comparar con ese dolor y ese vórtice de emociones que tenemos por no gozar de los beneficios que trae la compañía de una persona.
Sin embargo, aunque en el silencio ponemos en función los pensamientos cargados de recuerdos, emociones, o anhelos, también puede ser una puerta que nos transporta a otros estados de la consciencia, como la calma, o la observación, atributos de una mente sensible a los fenómenos más efímeros de la realidad.
Existen historias de monjes budistas o santos taoístas que luego de adoptar estilos de vida ermitaños, lograron verdaderas hazañas sobre el dominio de la mente y el cuerpo, despertando de paso un fino sentimiento de devoción y compasión hacia el mundo.
La mente puede moldearse a los entornos y condiciones en las que la vida coloca a cada ser humano, sólo hace falta adoptar la mirada correcta y descubrir los significados que la vida puede ofrecer cuando el destino nos separa de una buena compañía y nos ofrece el silencio de la soledad.
Artículo, César Múnera para VCS radio.net