Tiempo aproximado de lectura 4 minutos. El gobierno colombiano debe tomar decisiones acertadas para evitar tomar un camino sin retorno.
Después de un mes de paro lleno de situaciones confusas, vandalismo, exceso de violencia tanto de las fuerzas del estado como de los grupos manifestantes, muchos se preguntan cuándo terminará esta incertidumbre que se vive en Colombia. Mientras tanto, políticos opositores al gobierno atizan el fuego, pero lo culpan de los actos vandálicos, que han dejado muertos y heridos.
En medio de la confusión, el gobierno trata de negociar con un Comité del Paro autoelegido, el cual dice representar la voluntad de todos los ciudadanos. Por su parte, el gobierno parece no representar a nadie, como si no hubiera ganado unas elecciones democráticas.
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Como si todo esto no fuera suficiente, a estas alturas muy pocos saben exactamente por qué se manifiestan: unos dicen que por la inequidad social -pero en parte eso era lo que el gobierno trataba de solucionar con la reforma tributaria; otros que por el desempleo -pero éste se ha agravado con los bloqueos de vías. Al final, muchos de quienes salen a marchar parece que lo hacen por inercia, ya que está mal visto defender al gobierno.
Ante todo esto, el gobierno se encuentra con las manos atadas y sin encontrar un rumbo claro. En una época de crisis donde los radicales dictan las normas, quiere conservar la ecuanimidad, lo cual se ve como señal de debilidad. En consecuencia, los promotores del caos se envalentonan más, mientras los aliados comienzan a tomar distancia.
Todos los políticos de izquierda, acompañados por ONGS y organismos de derechos humanos que hacen coro, piden que se reforme la policía y se suprima el ESMAD. Según ellos, estos son los únicos promotores de la violencia y, por lo tanto, quienes generan el caos. Pero sabemos que sin las fuerzas del orden, ahora estaríamos en manos de los encapuchados que recorren las calles en las noches.
Mientras tanto, los violentos siguen bloqueando vías, quemando entidades oficiales y asaltando comercios. Pero el gobierno no aplica el Estado de Emergencia, pues eso podría traer sanciones internacionales, y seguramente, más protestas. Pero, ¿podemos estar peor? Ya la cifra de las pérdidas económicas se acerca a la que el gobierno esperaba recaudar con la reforma tributaria.
Entonces nos preguntamos: ¿para dónde vamos? O vale mejor decir, ¿para dónde nos llevan? ¿Será que nos va a pasar lo mismo que a Chile, que ahora está a punto de escribir una nueva constitución, dictada por los líderes de la izquierda que obtuvieron las mayorías en la elección de la asamblea constituyente?
Yendo más lejos, en estos días, en Hong Kong, ahora sometido al régimen comunista de China, condenaron a varios activistas por haber promovido las manifestaciones democráticas en 2019, en las que solicitaban, entre otras cosas, elecciones libres. Los detenidos son varios diputados y un magnate de las comunicaciones, opositor a Beijing.
Más cerca a Colombia, aún recordamos la ola de protestas que se desataron en Venezuela entre 2012 y 2019, por el desabastecimiento, el desempleo y la pobreza causada por el régimen del socialismo del siglo XXI. Pero después de cientos de muertos, todos ellos civiles, por supuesto, y los líderes de oposición encarcelados o exiliados, esas protestas languidecieron tristemente. El pueblo venezolano, resignado, cayó en la inercia, mientras millones huyen hacia los países vecinos.
Valdría la pena que todos esos jóvenes estudiantes colombianos, llenos de vitalidad y esperanzas de un país mejor, que salen a manifestarse por causas justas, miraran con detenimiento a quienes dicen representarlos.
Esos líderes, admiradores del estilo de gobierno socialista -aunque evitan usar esta palabra- por ahora piden libertad; exigen que la policía no opere, apuran al pueblo para que salga a la calle. No incitan abiertamente a la violencia, pero promueven el odio que la provoca. Y cuando esa violencia sucede, no la condenan.
Es cierto que se necesita urgentemente una revisión de la ética de la clase política colombiana. Pero no podemos pensar que entregándonos en brazos de los violentos y de los promotores del odio y la división de clases, vamos a encontrar el camino hacia un país más justo.
Necesitamos propuestas realistas dentro de una unidad social, sin polaridades, ni creyendo que la ruina de unos soluciona la pobreza de otros. La propuesta ridícula de la oposición invitando a no comprar en los supermercados ni a tomar gaseosa, solo ayudaría a crear más desempleo y ahondaría la lucha de clases, el odio y la violencia.
Editorial VCSradio.net
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