12 minutos de lectura. La batalla de Masadá es recordada como una de las mayores tragedias de la antigua historia judía. Pero también es un símbolo de su eterna lucha por sobrevivir ante la adversidad.
Muy cerca del mar Muerto, en el desierto de Judea, se levanta imponente un promontorio rocoso de 450 metros de altura. En la cima de este, en un espacio plano de 9 hectáreas se construyó la ciudad fortaleza conocida como Masadá.
Gracias a su disposición estratégica, ya desde el siglo II a.C. fue utilizada como fortaleza. Sin embargo, quien la convirtió en un sitio importante fue el rey Herodes el Grande, quien gobernó entre los años 37 y 6 a.C. Allí construyó un palacio utilizado como refugio y sitio de descanso, dotado de enormes reservas de agua, torres defensivas, murallas y cuarteles militares para su guardia personal.
Después de su muerte, se convirtió en una guarnición para las tropas romanas estacionadas en dicho reino.
Durante todo ese tiempo no tuvo más importancia que el hecho de ser un puesto de avanzada del ejército, como tantos otros que se dispersaban por todo el imperio romano.
La guerra de los judíos
Con este nombre bautizó el historiador judío-romano Flavio Josefo, el libro en el que narró los hechos de la llamada primera guerra judeo-romana, que tuvo lugar entre los años 66 y 73 d.C.
Esta guerra se inició como una rebelión del ala más radical del pueblo judío, encabezada por los zelotes, quienes siempre propugnaban por la conservación de las tradiciones ortodoxas. Entre estos zelotes destacaba el grupo de los llamados “sicarios”, quienes luchaban no solo contra los romanos, sino incluso contra aquellos judíos que consideraban aliados de estos.
Recibieron el nombre de sicarios por su preferencia en el uso de una pequeña espada curvada en la punta, similar a las dagas romanas llamadas sicae u hoces. De acuerdo con esto, “sicario” se podría interpretar como “hombres de la daga”.
Estos sicarios se tomaron la fortaleza de Masadá, la cual estaba ocupada, como se dijo anteriormente, por una guarnición romana. Desde allí se dirigieron a Jerusalén, donde se aliaron con otros grupos radicales e iniciaron una revuelta contra el dominio romano.
En Jerusalén vencieron a las tropas del gobernador Agripa II. Una vez hecho esto, sembraron el terror en la ciudad, para evitar que cualquier judío se pusiera del lado romano. Más tarde, el líder sicario, Menahem, se proclamó mesías y líder de la revuelta, pero fue rechazado por los otros rebeldes, quienes lo ejecutaron junto a un gran número de sus seguidores.
Después de esto los sicarios sobrevivientes, al mando de Eleazar ben Ya’ir, pariente de Menahem, huyeron hacia Masadá, donde buscaron refugio.
En medio de todo esto, en el año 70, el emperador Vespasiano, quien por entonces gobernaba Roma, envió a su hijo Tito al mando de una legión, para sofocar la rebelión. Tito doblegó rápidamente a Jerusalén, y después de una matanza de escarmiento, destruyó el famoso templo de Salomón, por segunda vez en la historia.
Masadá resiste
Una vez controlada la revuelta en Jerusalén, Tito consideró que recuperar todo el orden en la provincia era cuestión de días. Pero los rebeldes atrincherados en Masadá le iban a demostrar que las cosas no serían tan fáciles como parecían.
Durante el proceso de la guerra que se desató, muchos judíos se refugiaron en ese enclave, considerado seguro por tantos siglos. Especialmente además de los sicarios, llegaron cientos de samaritanos y esenios. Todos ellos vinieron con sus familias y conformaron pequeñas comunidades.
Allí se asentaron acumulando grandes depósitos de agua y comida, así como pertrechos para resistir un posible asedio. Tres años después de la caída de Jerusalén, a comienzo del 73, Tito resolvió que ya era hora de doblegar al reducto rebelde.
Para ello envió al comandante de la X legión, Flavio Silva, al mando de 15.000 hombres y una enorme cantidad de prisioneros de apoyo.
Sin embargo, la toma de Masadá no fue nada fácil. Tratándose de una roca con paredes verticales y solo un camino de acceso, llegar hasta la cima era casi imposible. Si a esto le sumamos las murallas que defendían el fuerte, puede decirse que la fortaleza era impenetrable.
Por otro lado, mientras los judíos tenían víveres y pertrechos para varios meses, los romanos debían traer agua desde varios kilómetros de distancia. En el día soportaban temperaturas hasta de 50º C, mientras en la cima el clima era más favorable.
Ante esto, Silva mandó construir unas murallas rodeando la base del risco, para evitar un posible escape de los asediados. Enseguida inició la construcción de una enorme rampa por el lado oeste que era el más accesible. Después de siete meses, terminada la rampa, construyó una torre de asalto en la cima.
Finalmente, tras varios intentos, cierto día lograron los romanos, abrir una brecha en las murallas defensivas. Siendo tarde, se replegaron para preparar el asalto final, al siguiente día.
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Decisión ante la tragedia
Mientras tal cosa ocurría del lado romano, en el interior de la fortaleza se comprendió que la caída era inevitable, puesto que las fuerzas romanas eran muy superiores en número y armamento.
Pero el líder Eleazar ben Ya’ir no era hombre de rendirse para ser convertido en esclavo o ajusticiado después de humillantes torturas. Los sicarios poseían un espíritu indomable y ajeno a aceptar la derrota.
Por consiguiente, reuniendo a todos los hombres les dirigió un emotivo discurso, haciéndoles ver el futuro que les esperaba al día siguiente. De acuerdo con Flavio Josefo, les dijo:
“… morirán las mujeres sin ser injuriadas y morirán los hijos sin experimentar qué es la servidumbre. Después de muertos estos, sirvámonos los unos a los otros guardando nuestra libertad y encerrándola con nosotros en nuestras sepulturas; pero primero quememos el castillo y el dinero que tenemos. (…) Dejemos solamente las provisiones, porque ellas serán buenos testigos de que no hemos muerto por falta de comida; en cambio, morimos apreciando más y anteponiendo la muerte a la triste servidumbre y al cautiverio”.
Dicho esto, se apresuraron a cumplir su trágico destino. Cada uno de ellos mató primero a sus parientes. Después de esto, delegaron a diez de ellos, para que mataran a los otros. Finalmente, estos nombraron a uno, que a su vez mató a los restantes y después debió cumplir con el inmenso pecado de suicidarse.
Cuando, a la siguiente mañana, ingresaron los soldados romanos, extrañados por no encontrar resistencia, inspeccionaron todo el campo, hasta encontrar los aproximadamente 960 cadáveres de los habitantes de Masadá.
Flavio Josefo termina: “Viendo tan gran muchedumbre de muertos, no se alegraron como debían, por ser sus enemigos, sino que se llenaron de admiración por la valentía de su resolución y por el firme menosprecio de la muerte que tanta gente había demostrado”.
Legado de un pueblo que murió libre
Indudablemente, el hecho trágico de Masadá tiene un enorme significado para la humanidad, pero muy especialmente para el pueblo judío.
Puede ser, y de hecho lo es, un episodio controvertido de la historia. Muchos afirman que lo correcto hubiera sido luchar hasta el último hombre, siguiendo el ejemplo de los espartanos en las Termópilas.
Pero la historia nunca puede ser comparable. Aunque los judíos de Masadá fueron derrotados y murieron todos, lo hicieron por propia mano para evitar el destino de oprobio que les esperaba. El ejército romano no pudo jactarse de una heroica batalla y no tuvo ningún prisionero ni un botín para mostrar el fruto de su victoria.
Actualmente es un sitio venerado por el pueblo de Israel, y los jóvenes son llevados por sus maestros allí para que conozcan esta crónica y comprendan la lucha que, a lo largo de la historia, ha librado el pueblo judío para sobrevivir en un mundo muchas veces agresivo.
Los soldados israelíes, cuando ingresan al ejército, cumplen con el ritual de hacer un juramento: “Masadá no volverá a caer”.
Como todos los hechos del pasado, la historia de Masadá seguramente ha llegado a nosotros incompleta y con algunos factores de leyenda. Pero es innegable que representa no sólo el carácter de una raza que ha sufrido persecución durante muchos siglos, sino que ha logrado sobrevivir gracias a su firme resolución y al orgullo que le da la fuerza para entender que forma parte de un pueblo, al fin y al cabo, elegido por Dios.
Escrito por Carlos Morales G. para VCSradio.net
Narración: Javier Hernández
Tema musical: Epic War Trailer – Envato
Imagen de portada: Vista panorámica de Masadá – tomado de Academia Play.es
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