
9:00 minutos de lectura. Dos jóvenes discípulos deciden si ayudan a una joven a cruzar a la otra orilla de un río. La actitud de cada uno de ellos probará su manejo de la lujuria. Su Maestro espiritual tendrá ocasión de mostrarles que la pureza se encuentra en el corazón.
Un maestro espiritual y sus dos discípulos salieron cierto día a caminar por el bosque, cerca de la cabaña donde tenían su refugio para la cultivación interior. El anciano maestro apreciaba estas largas caminatas, ya que el contacto con la naturaleza fortalecía el espíritu y facilitaba el fluir de la conversación. De tal modo, la transmisión de sus enseñanzas era mejor asimilada por los dos jóvenes.
Ya cuando se encontraban de regreso, pasaron al lado de un río que, aunque no demasiado caudaloso, tenía una fuerte corriente y estaba sembrado de piedras y obstáculos en su lecho, lo cual dificultaba cruzarlo. Mientras conversaban con calma, repentinamente escucharon a una muchacha que los llamaba con insistencia, desde la orilla de aquel río.
Los tres se detuvieron para atender de qué se trataba el llamado de la chica, y escucharon cómo ella, agitando los brazos, les decía:
-Buenas tardes, caballeros. Necesito que por favor me ayuden. Sucede que vivo en aquella cabaña al otro lado del río, con mis padres y hermanos, pero ahora ninguno se encuentra allí. Necesito cruzar a esa orilla, pero temo ser arrastrada por la fuerte corriente. ¿Quién de ustedes me puede ayudar?
Los dos jóvenes, por un instante, se sintieron deslumbrados por la belleza de la joven quien, con su insistente mirada, parecía más seductora. Ambos miraron simultáneamente al anciano maestro, esperando alguna señal, pero su rostro se veía inescrutable. Como ya lo conocían, entendieron que él solo estaba esperando la reacción de sus discípulos.
La muchacha seguía llamándolos, cada vez más agitada, posiblemente temerosa de que la dejaran allí sin poder pasar al otro lado del río. Durante un par de minutos, la tensión creció, pues ambos muchachos debatían internamente cual debía ser el camino más apropiado para tal dilema.
De repente, el más joven tomó la decisión y, con paso firme, se dirigió hacia la muchacha. Cuando estuvo a su lado, sin decir nada, la levantó en sus brazos, y cautelosamente fue caminando por entre las piedras del río, cuidando de no tropezar. En el trayecto, la muchacha reía con alegría, y poco después él compartió su regocijo bromeando igualmente. De este modo, algunos minutos después llegaron a la otra orilla.
El joven depositó con cuidado a la muchacha en el piso y ella, agradecida, lo despidió con un beso en la mejilla. Entonces, sin perder más tiempo, él regresó ágilmente hasta donde estaban sus compañeros, sin volver la mirada. Se puso al lado del maestro, indicando con un pequeño movimiento de cabeza que se encontraba nuevamente disponible.
El grupo reinició la marcha que había interrumpido, y el anciano, con su misma actitud neutra, tomó nuevamente el hilo de la conversación, sin dar mayor importancia al incidente.
Pero el muchacho que se había quedado a su lado, se veía inquieto y distraído. Miraba de soslayo a su compañero, con un gesto de reproche, mientras murmuraba algo en voz baja. Pero el maestro parecía inmerso en la disertación que estaba dándoles y el otro joven solo se concentraba en escuchar sus palabras.
Continuaron, pues, su lenta y relajada caminata, pero el muchacho mayor, lejos de verse sosegado, se movía inquieto y a punto de estallar. De tal forma llegaron a la cabaña, y cada cual se dedicó a sus labores, a la espera de la caída de la noche, cuando harían la meditación previa al descanso nocturno.
Mientras el viejo maestro daba alimento a las ovejas, el muchacho más joven aseaba los aposentos, y el mayor se encargaba de preparar la cena. Pero este último seguía totalmente contrariado. Permanentemente se tropezaba, dejaba caer alguna olla o no podía prender el fuego. Echaba rápidas miradas ya fuera al maestro, ya fuera al otro joven, y al ver sus rostros impasibles ajenos a su inquietud, su molestia parecía aumentar.
Finalmente, sin poder contenerse más, se dirigió al maestro y con una mirada furiosa, tratando de no subir la voz, le dijo:
-Maestro, no puedo comprender por qué aún no has reprendido a mi compañero, después de su comportamiento lujurioso al lado del río. Mientras yo me contuve, él dejó escapar libremente sus más bajos instintos, y no conforme con alzar a aquella mujer en sus brazos, bromeó con ella y hasta se atrevió a recibirle un beso. Él ha roto todas las reglas de la castidad, desvergonzadamente. Pero lo que me cuesta más trabajo entender, es por qué tú le permites ese comportamiento, que va en contra de todas las enseñanzas que hemos recibido. Necesito una respuesta porque la duda me carcome. Maestro, siento que mi fe está tambaleando, no sé qué explicación pueda disolver este dilema mío.
El anciano maestro esperó calmadamente a que el muchacho se desahogara y, mirándolo firmemente, le dijo con voz pausada y bondadosa, pero con un tono de reproche:
-Todo eso que te atormenta, querido hijo, en realidad tiene una explicación muy sencilla. Tu joven condiscípulo, se acercó a esa muchacha y, levantándola en una orilla del río, cruzó con ella a cuestas. Una vez en la otra orilla, la descargó dejándola allí y regresó solo a continuar sus labores cotidianas. Tú, en cambio, la levantaste en la orilla del río, y desde entonces sigues cargándola sin poder soltarla.
-Por ese motivo, mientras no puedas erradicar de tu corazón el enorme apego que tienes a tus bajas pasiones, seguirás atado a ellas con una cadena de acero que te quitará la respiración. En apariencia has tenido un comportamiento virtuoso, pero tu alma sigue aferrada a una mujer, que solo fue un rápido resplandor en tu conciencia.
Después de escuchar las palabras de su maestro, el joven bajó, avergonzado, la cabeza, iluminándose de repente a la verdad que hasta ahora había estado oculta a su entendimiento. Comprendiendo que la verdadera virtud se encuentra en el corazón y no en las acciones, pidió disculpas a su maestro, y le agradeció por aquella enseñanza que le permitía avanzar un paso más en el camino de la cultivación espiritual.
Cuento adaptado para VCSmedia por Carlos Morales G.
Narración: Javier Hernández
Portada: Carlos Morales G.
Música: Meditation Calm – Envato
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