6 minutos de lectura. La muerte de Jiang Zemin pone fin a una era negra para los derechos humanos en China. Sin embargo, el camino por recorrer hacia el final del caos está lleno de escollos. ¿Podrá sortearlos Xi Jinping?
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El pasado 30 de noviembre, a los 96 años de edad, murió el exlíder chino Jiang Zemin, en la ciudad de Shanghái. Este hombre, que llegó a ostentar el poder absoluto del enorme país asiático, deja tras de sí un legado de muerte y persecución contra los grupos religiosos y espirituales.
Sin embargo, muchos medios progresistas del mundo ahora ensalzan su participación en la apertura económica de China.
En realidad, Jiang Zemin, quien fue el máximo líder del Partido Comunista Chino, PCCh, entre 1989 y 2002, continuó las reformas que había iniciado Deng Xiaoping.
Todo esto condujo a un enorme crecimiento económico de China, y en 2001 logró ser aceptada por la Organización Mundial del Comercio.
Pero todos estos logros no ocultan el lado oscuro de quien ejerció el poder con mano de hierro, y condujo al país hacia la pérdida de valores espirituales y éticos. Su afán de perseguir todo tipo de creencias religiosas lo llevó a un grado de despotismo que no se detuvo ante ningún método, por brutal que pareciera.
Sin duda, la mayor atrocidad que propició el líder del PCCh, fue la persecución desatada contra la práctica espiritual Falun Gong, a partir de 1999. Falun Gong es una disciplina antigua basada en los principios universales de verdad, benevolencia y tolerancia, que combina ejercicios de qigong y una meditación.
Habiéndose iniciado su práctica en 1992, para fines de la década ya se calculaba que era practicado por 100 millones de personas en todo el territorio chino. Celoso de tal crecimiento, y viendo a la práctica como un reto para su poder, Zemin decretó en 1999 una persecución encaminada a su erradicación.
Además de muchas disposiciones represivas, como ataques a la reputación, decomiso de sus propiedades, impedimento para trabajar y ataques físicos, se creó la tristemente célebre Oficina 610.
Se trataba de una organización extralegal, la cual se encargó de coordinar y dirigir la represión en todo el país. Sus actividades y estructura eran comparables a la Gestapo del Partido Nazi alemán.
A partir de su creación, se desató una campaña de terror, que llevó al encarcelamiento en campos de trabajos forzados a miles de practicantes, a los cuales se les presionaba para abandonar su fe. Se han documentado 4.828 muertes comprobadas. Aunque se cree que el número real supera con creces esta cifra.
Sin embargo, la mayor abominación fue el establecimiento de extracción ilegal de órganos a los practicantes, en los hospitales manejados por el ejército. De este modo se configuró un mercado de trasplantes de órganos, en el cual se ofrecía lo que los pacientes requirieran, garantizando el trasplante en cuestión de días.
Todos estos atropellos han sido denunciados múltiples veces por diversos organismos de derechos humanos, y se han dictado sentencias condenatorias en múltiples países.
Otra persecución religiosa muy conocida es la campaña para someter a la población del Tíbet, destruyendo su cultura. Por medio del Foro del Trabajo sobre el Tíbet, se adelantaron campañas de esterilizaciones, abortos e infanticidios para reducir la población de la etnia tibetana. A esto se sumaron purgas en los monasterios, asesinatos y arrestos arbitrarios.
Por todo esto, fue acusado de los delitos de genocidio, lesa humanidad y torturas, por sus actividades represoras en esa región a partir de 1989.
Pero la ambición de Jiang y su deseo de perpetuar sus crímenes no eran pocas. Por lo tanto, cuando abandonó la jefatura del Partido en 2002, se aseguró de dejar sus tentáculos en distintas entidades del estado.
De hecho, a través de la facción llamada ‘Banda de Shanghái’, de la cual era la cabeza dirigente, siguió controlando con sus aliados, entidades del ejército, el poder judicial, autoridades regionales y las fuerzas de seguridad.
De este modo pudo continuar la campaña de persecución, a pesar de que los nuevos líderes ya no se mostraban tan interesados en ella.
La llegada de Xi Jinping significó un revés para su enorme poder. En medio de la lucha de facciones, Xi adelantó una campaña anticorrupción en el gobierno. Como muchos de los funcionarios adeptos a Jiang estaban profundamente inmersos en prácticas corruptas, no fue difícil desmantelar gran parte de su poder dentro del PCCh.
Personajes como Bo Xilai, ex jefe del partido de Chongqing y líder en la campaña de sustracción de órganos, fueron condenados por corrupción, deteniendo unas carreras que aseguraban cada vez más poder dentro del Partido.
Ahora, cuando se ha anunciado la muerte de Jiang Zemin, puede decirse que la “pandilla de Shanghái” ha quedado acéfala.
Lo anterior abre un interrogante sobre el futuro del entramado que había construido Jiang al interior del PCCh, el cual aún se mantiene activo pese a los esfuerzos de Xi por erradicarlo, como es el caso de la oficina 610 que actúa en forma autónoma.
El poder que tenía Jiang Zemin en China era muy grande y su influencia en las decisiones del partido era muy relevante. Entonces, ahora que no está, qué tanto Xi Jinping mantendrá el rumbo del régimen.
Ahora bien, sabemos que la situación del actual líder no es fácil. Aunque con la muerte de Zemin desapareció el principal oponente de Xi, China está viviendo momentos muy difíciles que no se podrán sortear fácilmente.
Las enormes protestas que se han visto recientemente no son solamente por el tema de la política de “cero covid”. Ya la población manifiesta un descontento general ante un régimen opresivo que, si bien ofrecía seguridad económica, era a costa de la libertad de expresión y de creencia.
El problema es que esa seguridad económica se ha venido diluyendo, con enormes cifras de desempleo, crisis inmobiliaria y unas expectativas de crecimiento muy bajas.
A pesar de que Xi Jinping tiene en sus manos prácticamente el poder total sobre China, el período convulsionado que está viviendo la nación lo obligará a tomar grandes decisiones. Definitivamente, si no cambia drásticamente el rumbo, puede llevar al país hacia el desastre total.
Mientras tanto, muchos afirman que Jiang Zemin logró evadir el castigo por todos los crímenes que cometió a lo largo de sus años en la dirigencia del PCCh. Pero no debemos olvidar que, aunque se trate de un personaje que profesaba el ateísmo como su máxima creencia, eso no lo pone a salvo de la justicia divina en la que nunca creyó.
Escrito por Carlos Morales G. para VCSradio.net
Foto de portada: Wikimedia Commons – Libre de derechos
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