6 minutos. Una rica madre viuda decide repartir sus bienes a sus hijos. Pero esto le traerá grandes amarguras. Veamos su historia.
La Madre Rica y sus Ingratos Hijos
Una rica viuda, ya bastante entrada en años, pensó que la hora de su muerte se acercaba. Como toda su vida había sido muy metódica en el manejo de sus bienes, no quiso dejarles problemas a sus tres hijos, y los mandó llamar. Ellos acudieron solícitos, sabiendo que su madre siempre estaba pendiente de su bienestar.
De este modo, ella les repartió equitativamente todas sus propiedades, recordándoles que, a partir de ese momento, en el poco tiempo de vida que le quedaba, debían velar por sus necesidades. Ellos se comprometieron a cumplir con este compromiso sabiendo que sería por poco tiempo y se retiraron a disfrutar de sus nuevas fortunas.
Pero como nadie es dueño de su destino, la anciana viuda no solo no murió como pensaba, sino que siguió viviendo varios años más. Hasta el momento de la repartición de los bienes maternos, los hijos se habían comportado muy afectuosos con ella. Pero a medida que pasaban los meses, y ella no moría, fueron mostrándose cada vez más intransigentes.
De este modo, pudo entender que el amor que tanto le habían expresado anteriormente, no era más que el interés por sus posesiones materiales. Ahora, cuando ya no tenía nada que ofrecerles, se disputaban amargamente entre ellos, pues ninguno quería hacerse cargo de sus achaques.
Comenzó, pues, a sufrir el desprecio que nunca había creído soportar para sus últimos años. Se vio reducida a un miserable cuarto, donde le dejaban las sobras de comida que ninguno apetecía en sus hogares.
En invierno debía sufrir el intenso frío y en verano el calor la asfixiaba, pero eso no les importaba a ninguno de sus insensibles hijos. Más bien parecía que esperaran con anhelo su muerte para poder dedicarse al disfrute pleno de sus bienes.
Ahora no era más que una carga pesada que solo les generaba costos y problemas. No les importaba que ella pudiera ver todo esto, con el corazón acongojado por la ingratitud que debía soportar.
Cierto día se encontró con una antigua amiga, quien se sorprendió al verla en un estado casi de mendicidad. Ante las preguntas insistentes, resolvió contarle todo por lo que estaba pasando. La amiga escuchó en silencio las tristes quejas, y al final le prometió que en unos pocos días le daría solución a su pena.
La anciana viuda regresó a su humilde cuarto, sin tener claro cómo su amiga podría socorrerla. Sin embargo, unos días más tarde, se presentó ante su puerta con bastante ostentación, descargando de su carruaje varias bolsas, de modo que todos pudieron verlas. Una vez a solas, le entregó los sacos, los cuales estaban llenos de piedras menudas.
Ante la mirada sorprendida de la viuda, la otra le explicó:
-Tus hijos viven pendientes de lo que haces, por lo que seguro te van a preguntar sobre el motivo de mi visita. Tú les dirás que yo tenía una antigua deuda contigo, la cual no había podido saldar, por ser muy considerable. Pero al fin he reunido el oro necesario para pagarte y ahora tienes mucho más dinero que antes. Mantén estas bolsas siempre a tu vista y no permitas que ellos puedan ver lo que hay en su interior. Muy pronto veremos los cambios en su conducta hacia ti.
Tal como lo habían planeado, tan pronto se enteraron de la inesperada fortuna de su madre, los hijos acudieron en tropel hasta la humilde morada. Querían conocer los detalles de la deuda hasta ahora ignorada, esperando que ella repartiera nuevamente la herencia que les correspondía.
Pero la anciana les reprochó el comportamiento que habían mostrado hasta ese momento, y les dejó entender vagamente que pensaba donar su dinero a la caridad, pero que aún no había tomado una decisión.
A partir de entonces volvieron a ser los buenos hijos que habían sido en el pasado. Ahora se disputaban por atenderla, y así ella recuperó el bienestar del que había disfrutado antes. Vivió sus últimos años siendo atendida como una reina y cuando al fin le llegó su último suspiro, pudo hacerlo con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
Tan pronto esto sucedió, los hijos corrieron a buscar las codiciadas bolsas. Pero en ellas solo encontraron las piedras que, en un gesto de ironía, la viuda les había dejado como última herencia.
Cuento anónimo chino adaptado para VCSradio.net
Portada: Carlos Morales G. para VCSradio.net
Tema musical: Oriental Arabian Oud No Percussion – Envato
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