Laila Basim, activista afgana exiliada, denuncia en su artículo la brutal represión de los talibanes contra las mujeres en Afganistán, donde viven bajo severas restricciones y violencia extrema.
Desde que los talibanes recuperaron el poder en Afganistán en agosto de 2021, la vida de las mujeres en el país ha experimentado un retroceso devastador en derechos y libertades. Laila Basim, una activista afgana de 30 años, actualmente exiliada en Estados Unidos, ha sido una voz clave para denunciar esta brutal realidad. En un artículo reciente publicado en el periódico español El País, Basim describe con dolor lo que significa vivir bajo el régimen talibán: una “muerte lenta” para las mujeres afganas, despojadas de sus derechos básicos y forzadas a vivir en un confinamiento casi total.
Desempleo y represión: la nueva realidad femenina en Afganistán
Basim, quien fue despedida de su puesto en el Ministerio de Economía poco después de la llegada de los talibanes al poder, es solo una de las muchas mujeres que se han visto obligadas a abandonar sus trabajos debido a las estrictas normas impuestas por el nuevo gobierno. Bajo estas leyes, las mujeres mayores de 12 años no pueden asistir a escuelas ni universidades, y enfrentan severas restricciones para trabajar, viajar o incluso casarse sin la aprobación de un hombre.
En su relato, Basim menciona la brutalidad con la que los talibanes han reprimido las protestas lideradas por mujeres en Kabul, especialmente aquellas que exigen el fin de la opresión. Durante una manifestación en 2022, la activista sufrió un aborto espontáneo tras ser golpeada por agentes talibanes. Estas protestas, que alguna vez fueron una forma de resistencia colectiva, se han vuelto casi imposibles debido al alto riesgo de ser arrestadas o desaparecidas. En una ocasión, relata Basim, un agente talibán amenazó con llevarse a las manifestantes “para que nadie volviera a saber de nosotras nunca más”.
El cierre de la Biblioteca Zan: Un símbolo del retroceso cultural
Basim y otras activistas también se vieron obligadas a cerrar la Biblioteca Zan, una iniciativa que buscaba promover la educación y la cultura entre las mujeres afganas. El hostigamiento continuo por parte de las fuerzas talibanas forzó su clausura, marcando un duro golpe para los esfuerzos de las mujeres por mantener viva la educación en el país.
Laila Basim no solo denuncia la brutalidad del régimen talibán, sino también el silencio de la comunidad internacional. A pesar de las continuas violaciones de derechos humanos, Basim lamenta que los medios de comunicación internacionales y los organismos globales no le den la atención necesaria a la situación en Afganistán.
La ONU y otras organizaciones han emitido informes, como el del relator especial Richard Bennett, que califican el trato hacia las mujeres en Afganistán como un “apartheid de género”, pero los esfuerzos para criminalizar estas prácticas a nivel internacional no han tenido un impacto tangible hasta ahora.
La odisea de las mujeres refugiadas
La historia de Basim es solo una parte de la tragedia que viven miles de mujeres afganas. Muchas, como Fátima, exsoldado del Ejército afgano, han arriesgado sus vidas para escapar del país. Fátima, tras varios intentos fallidos, logró huir a Pakistán en 2023, después de haber sido detenida, torturada y extorsionada por contrabandistas y talibanes. Este patrón de abuso es común entre las mujeres que intentan salir del país, enfrentando obstáculos no solo de las autoridades talibanas, sino también en las fronteras y rutas migratorias.
Según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), el número de refugiadas afganas ha aumentado dramáticamente desde la vuelta de los talibanes. En 2023, más de 3,1 millones de mujeres afganas vivían como refugiadas, un número que se ha más que duplicado en solo dos años.
El diario británico The Guardian ha señalado que la represión del régimen talibán contra las mujeres y niñas en Afganistán se ha intensificado significativamente. Las restricciones impuestas afectan todos los aspectos de la vida cotidiana, y la violencia contra ellas ha escalado a niveles alarmantes.
El régimen ha llevado a cabo ejecuciones de abogadas, activistas, estudiantes y policías, mientras las mujeres en general son sometidas a torturas y múltiples formas de abuso físico y psicológico. La situación, lejos de mejorar, ha empeorado con la implementación de leyes más estrictas que las mantienen en condiciones de opresión extrema.
El relato de Laila Basim y otras mujeres afganas muestra una realidad desgarradora, donde los derechos más fundamentales han sido sistemáticamente negados. La lucha por la libertad y la igualdad de las mujeres afganas continúa en un contexto de represión extrema, y su historia exige que la comunidad internacional preste atención y actúe. Para Basim, su firmeza es clara: “Me han pegado, perseguido e insultado, pero voy a seguir protestando”.
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