
Esta es la historia de lo que le sucedió a la señora Lulita. Resulta que lulita comenzó sus días siendo una bella matica de lulo que apareció espontáneamente en una matera, dentro de un apartamento de la ciudad.
No se sabe cómo vino a parar en una matera, pero lo cierto es que se convirtió en la admiración de toda la familia. Con esas hojas grandes y anchas, de textura parecida a la piel de un dinosaurio y su color morado en los bordes, era el centro de todas las miradas.
– ¡Qué bella plantita de lulo, mira que colores, es tan bella! -decían las visitas admirando a la rozagante planta.
La señora de la casa la exhibía con mucho orgullo, mientras decía:
– Mi Lulita creció para adornar y alegrar la casa, más aún será así cuando nos brinde sus frutos. Vamos a hacer jugos, helados y postres.
– ¡Qué feliz me siento, todos me quieren y admiran, se decía Lulita llena de orgullo y felicidad!
La plantita era feliz y se esforzaba por ser más llamativa. Incluso le brotaron muchas flores blancas, algo que ilusionó a todos con tener pronto deliciosos lulos. Pero… ¿qué me está pasando con mis flores? ¡Se están secando y no las puedo sostener! Exclamó Lulita muy angustiada.
A medida que iba creciendo, fue perdiendo su belleza. Las hojas se endurecieron y tomaron un color ocre. Su tallo creció mucho y se tornó leñoso, delgado y oscuro. Ya no era la sensación en la familia. Solo era una mata cualquiera, con un largo y deshabitado tallo, metida dentro de una matera que le quedaba pequeña.
– Qué desdichada soy. No puedo recuperar mi belleza. Además, me siento demasiado apretada en esta maseta, -se quejaba la triste Lulita.
La dueña intentó ayudarla regándola con mayor frecuencia, abonando la tierra y sacándola a tomar sol en la terraza. Pero todo fue en vano. Fue entonces cuando la dueña tomó a la desdichada plantita y la llevo para la finca de la vereda San Isidro. Allí la tiró cerca de varios árboles de arrayán y tilos, y la abandonó a su suerte. No se volvió a ocupar más de ella.
Al principio, la pobre lulita sufrió mucho bajo el sol y la lluvia y se sentía languidecer.
– Oh que mala suerte la mía, me admiraron cuando era joven y ahora que ya no luzco tan hermosa, me desechan, Qué dolor, buuuuuuu
Los arboles compañeros trataban de consolarla y aconsejarle…
– Ya te acostumbrarás al clima. Tu podrías ser bella nuevamente si te pudieras liberar de esa matera.
– Me siento apretada, mis raíces están aprisionadas en este recipiente cruel. Cuanto me duelen mis raíces. Contestaba lulita en medio de quejidos.
– Debes romperla para poder moverte y crecer.
– No sé cómo hacer eso, no tengo mucha fuerza y está muy dura.
-Tú puedes hacerlo, animaba el amigo tilo, fortalece tus raíces y rómpela con fuerza
Una Eugenia le dijo a lo lejos:
– Nunca dejes de luchar, inténtalo cada día, tú lo puedes hacer. -Y las deás eugenias batiendo las hojas todos cantaron en coro, – Rómpela, rómpela.
Cada día la pobre lulita lo intentaba, animada por sus amigos.
En la finca todos estaban pendientes del bienestar de lulita, incluso un día vino el optimista perro Corbato, quien le dijo alegremente, mientras bailaba a su alrededor, moviendo la cola:
– Algún día serás libre y podrás llegar muy arriba, yo lo sé con seguridad. Si quieres, te colaboro un poco con una pequeña rociada para darte fuerza. -Diciendo esto levantó su para trasera izquierda y le lanzó el líquido de su vejiga urinaria sobre las raíces.
Todos se rieron, incluyendo la misma Lulita, y celebraron la ocurrencia de Corbato.
Pasó un tiempo largo y un día, Lulita, sacó mucha fuerza y crack, la matera se rompió en mil pedazos. Todos aplaudieron al mismo tiempo y la felicitaron.
– Bravo Lulita! Que bien lo has hecho, ya eres libre.
Lulita se enderezó respirando el aire de la libertad, estiró sus pocas hojas y dirigió un suspiro para dar las gracias al cielo.
– Gracias al sol y a la lluvia por fortalecerme, y a ustedes mis amigos por animarme.
– Ahora trata de enterrar tus raíces en el suelo, -aconsejó el señor arrayán- así podrás expandirte y tomar más nutrientes y agua.
En pocos días Lulita comenzó a recuperarse. Brotaron muchas hojas fuertes y muy verdes, su tallo se volvió grueso y de nuevo volvió a brillar. Pudo crecer sin límites y se expandió hasta casi tocar al señor arrayán.
Solo pasaron dos meses cuando Lulita comenzó a mostrar unas bellas flores blancas aterciopeladas y brillantes. Qué hermosa se veía
Poco después, estas flores comenzaron a convertirse en pequeños lulos, que se tornaron amarillos y brillantes. Todos los transeúntes miraban maravillados y tomaban sus frutos para refrescarse. Lulita se sentía muy satisfecha y sonreía mientras decía alegremente:
– No hay ataduras ni opresiones, canto de alegría y regocijo. Pueden todos tomar mis frutos.
Los demás compañeros del campo cantaron:
– Sin libertad no hay crecimiento, sin libertad no hay frutos. Sin libertad no podemos ser felices.
Fue así como Lulita llegó a ser una planta de lulo muy popular en el campo, pues todos los que pasaban por el camino, se acercaban para tomar sus frutos.
Ahora lulita se hizo muy popular en la región pues todos admiraban el sabor de sus lulos y el tamaño de su cuerpo, pues llegó a ser el arbusto más alto de su especie.
De esta forma, la pequeña lulita que un día estuvo en un apretado encierro, tras fortalecerse y romper su prisión, pudo convertirse en la alegría de la vereda, no solo por la belleza de sus descendientes. Con el tiempo, la semilla regada por el campo se convirtió en un hermoso lulal, que creció tan hermoso como su madre. De cada planta pendían innumerables frutos, siendo la admiración y alegría de los transeúntes del lugar y la aprobación de todas las plantas vecinas.
Cuento escrito para VCSmedia.net por Beatriz Rodríguez Cely
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