No hay lugar como el hogar. Las aventuras pueden ser emocionantes, pero la verdadera felicidad y seguridad se encuentran junto a los seres queridos
El ratón Robinsón, vivía con su mamá y sus hermanos Hociquillo y Rosadita. Merendaban con tocino, queso asado, y tomaban deliciosas bebidas. Todos se sentían muy felices, excepto Robinsón, y como deseaba tener aventuras extraordinarias, se escapó de casa. Hizo una balsa él solito y salió navegando seguro de que encontraría alguna aventura de las que constantemente imaginaba.
Al poco tiempo de su partida hubo una terrible tormenta y zozobró la balsa.
El pobre Ratón cayó al mar… ¿Qué puedo hacer? ¡Me agarraré con todas mis fuerzas de esta lata de galletas! Las grandes olas le golpeaban y tiraban de un lado para otro y lo lanzaron en la playa, sin un solo aliento cayó sobre tierra firme.
Después de haber sacado el agua que había tragado y descansado un poco, se puso a explorar los alrededores y mientras observaba decía:
Sé que voy a encontrar a alguien que me ayude a volver a mi casa, pero no veo ni un alma… estoy, sin duda, en una isla desierta, con los restos de la balsa construiré una cabaña y encenderé el fuego, para secar mis vestidos. Al entrar en calor sintió un gran apetito, abrió la lata de galletas con queso y se sentó a darse un gran banquete. Al poco rato:
Esto ya es demasiada tranquilidad, lo que necesito ahora es tener con quien charlar, Colgaré como señal este pedazo de mi camisa, para que los barcos que pasen la vean y vengan a socorrerme.
En aquella isla no había comestibles, pero encontró: una trompeta, una caja vacía de bombones, una pluma y un acordeón y así fue recogiendo cosas hasta que le pareció que era bien rico; lo único fastidioso era que no cabía en la cabaña todo aquel tesoro extraordinario.
Muy contento en la tarde, miró por encima de la escollera… ¡cielos! ¿qué es aquello que anda por la playa cubierto de plumas? ¡Un terrible salvaje, de la tribu feroz del Gato Negro! ¡Pero qué mala suerte la mía!
Robinsón, se arrastró, por entre la hierba, hasta llegar a su cabaña, hizo una barricada en la puerta con la lata de galletas, y se sentó tras ella todo pálido y tembloroso, no se atrevía a hacer ni un solo ruido para no ser descubierto. A veces miraba por las grietas de la cabaña, pero no veía al salvaje por ninguna parte.
A estas horas ya debieron pasar muchos barcos. ¿Cómo no vendrán a salvarme? Pondré la señal un poco más alta. Pero una vez afuera pensó: Voy a dar un paseo, porque buena falta me hace tomar un poquito de aire de mar. ¡Ffff! ¡Scrrrr! ¡Miauuu!…
Al oír de repente el espantoso grito del salvaje, Robinsón volteo la cabeza y el salvaje estaba allí, casi a su lado.
¡Ay que horror, no pueden imaginarse lo grande y negro que es! ¡Es muy horrible! Galopaba detrás de Robinsón, con una lanza en mano, y éste corría, corría y corría, y gracias a Dios llegó a su casa en el momento que iba a echarse sobre él; se metió en la cabaña, dando un portazo en las narices del salvaje.
¡De suerte, he escapado hoy! En adelante debo tener más cuidado. ¡Muy bueno es el aire fresco del mar, pero es mejor estar seguro dentro de casa, comiendo galletas tranquilamente!
Las galletas y el queso fueron disminuyendo y Robinsón preocupado pensó: Me pondré a dieta, pero, para un chico como yo que está en crecimiento el apetito es tan feroz.
Una mañana, a la hora de desayunar, se encontró con que había terminado hasta con el ultimo migajón. Bueno, pues yo prefiero que me coma el salvaje a no tener nada que comer.
Salió andando con mucho cuidado y con el mayor silencio posible, cuando de pronto gritó: ¡Ayyyyy! Como duele me he lastimado un dedo del pie con esta piedra. Pero ¡oh, que alegría! ¡Aquella piedra era nada menos que un queso! Robinsón lo ató con una cuerda y selo llevó para su casa.
No comprendo cómo los náufragos han dejado una cosa tan rica. ¡Vaya cena que voy a darme y yo solito! La verdad es que mirándolo bien una Isla Desierta no es un sitio tan malo como se cree.
Ya cerca de su casa, bastante cansado, por el peso del queso… cuando de pronto. ¡Ffff! ¡Scrrrr! Te atrapé. Maulló el salvaje detrás de él.
Cogió a Robinsón, lo sujetó con la cuerda con que iba tirando del queso, y lo ató fuertemente en una cueva oscura y triste como un calabozo. ¡Ramamañauu! maulló nuevamente el salvaje, dejándolo allí prisionero.
¡Tan pronto se marchó, Robinson se puso a roer la cuerda del queso y quedó libre! ¡Se fue en busca de su casa andando sobre la punta de los pies, suspiro muy aliviado y entro tras cerrar la puerta! No hay nada como la casa de uno. ¡De pronto sonó un espantoso ruido a su lado.
Era otra vez el salvaje, que estornudaba a la puerta de la cabaña. Robinsón, escapó lo más deprisa que pudo correr. Llegó a un bosque y se escondió entre sus ramas.
Cuando llegó la noche, Robinsón sentía un hambre loca que nunca había sentido. Se escondió, y con un paso muy menudito, llegó a la cabaña, se escurrió por un agujerito y husmeó lo que había dentro. Solo quedaba el olor a queso. Al poco rato dijo: ¡Bah! No es más que el ruido del mar. El queso estaba allí cerca.
Robinsón saltó y cerró la puerta: ¡Bah! Es el ruido que hace la bandera con el viento. Estaba husmeando alrededor del queso, cuando ¡paf! saltó la trampa que había puesto el salvaje para cogerlo. Uff de milagro he escapado, pero me he quedado sin mi queso. Se sentó en la cabaña vacía, y se puso a llorar buaaaaa, buaaaaa. ¡tengo tanta, tanta hambre!
¡No me atrevo a salir más! ¡Veo que estos grandotes son mucho más listos que la gente chiquita como yo! Y seguía llorando y llorando con hondo desconsuelo… buuuuuaaa, cuanto extraño mi casita, a mi mamá y a mis hermanos Hociquillo y Rosadita. Deben estar pasando cientos de barcos, voy a hacerles señales desde aquí. Puso de pie la lata de galletas y se trepó en ella, hizo con los dientes un agujero a un lado de la cabaña, y se puso a mirar, hasta que casi le dio vértigo. Al fin vio un barquito de vela que se iba acercando. Es mi patrón el Rey Gnomo, de Isla Cerquita, viene, sin duda a salvarme. ¡Salvado! ¡Salvado! Gritó Robinsón. El Rey Gnomo desde el bote le gritaba: ¡Aguarda! ¡No te muevas!
Está bien, bastante he aguardado y quieto que he estado. Tengo que llegar hasta el barco; porque si el Rey Gnomo viene hasta aquí, de seguro lo cogerá el salvaje, y entonces ¿qué va a ser de mí?
Robinsón salió arrastrándose y escondiéndose detrás de las piedras y de las matitas hasta llegar al encuentro con el Rey Gnomo en la playa solitaria. Pero que susto que sentía al ver que tenía que cruzar la playa.
Y, de pronto apareció el salvaje corriendo tras de él… ¡Oh! ¡Qué difícil es correr sobre la arena tan fina y escurridiza! Exclamaba Robinson. El salvaje se acercaba cada vez más con su lanza dispuesta.
Robinsón ya no tenía aliento. Miró aterrorizado a su alrededor y tropezando con una piedra, dio contra el suelo, se levantó y siguió corriendo, el salvaje estaba muy cerca se le iba a echar encima… cuando el barco tocó la arena. El Rey Gnomo saltó a tierra, y con un gran grito, espanto al salvaje, mientras Robinsón caía, a los pies del Rey, casi sin un aliento, le explicó al Rey todo lo que le había ocurrido. Y ahora por favor, lléveme lejos, lo más deprisa que pueda.
Estaban levantando la vela del barco para marcharse, cuando Robinsón le gritó al Rey Gnomo. ¡Oiga usted! Por si alguna otra persona naufragará aquí, no podríamos dejar un aviso diciendo: ¡Cuidado! Isla Desierta muy perjudicial. No hay alimentos. Hay salvajes.
Debemos hacer alguna cosa, dijo el Rey Gnomo. ¡Ya lo tengo! gritó Robinson. ¡Ahí está! dijo señalando al cascabel del barco del Rey Gnomo. ¡Vamos a atárselo al cuello!
Es un trabajo peligroso. Para nada, dijo Robinsón. El salvaje siempre echa una siesta por las tardes. ¿Qué miedo puede usted tener?
La verdad, los dos estaban muertos de miedo; pero cobrando valor, llegaron hasta donde estaba el salvaje dormido, le colgaron el cascabel al cuello. Cuando despertó el salvaje, el cascabel le sonó tan agudamente al lado de una oreja, que se asustó y huyó por la isla como alma en pena.
¡Jájajaja ¡Ahora se encargará él mismo de avisar a todo el mundo! ¡Ahora no podrá esconderse ni andar por ahí rondando! ¡Vivaaaá! Y alegremente pusieron vela al viento.
Su mamá y sus hermanos Hociquillo y Rosadita charlaban de esta manera, sentados cómodamente junto al hogar del palacio de Rodapié: ¿Dónde andará nuestro pobre hermano Ratoncito? ¡Fue un tonto en escaparse! decía Rosadita. ¡Figúrate tú las comidas que se ha perdido! decía Hociquillo. ·
¡Ah! Hiiiiiijo. Dijo la mamá al abrirse violentamente la puerta. Ratón-Robinsón entró de pronto corriendo, todo mojado de las salpicaduras de las olas, tostado del viento, y diciendo a grandes gritos: ¡Ay que gusto estar de nuevo en casa! ¡Denme por Dios muchas cosas que comer!
Le sirvieron una comida abundante, sus dos hermanos le hacían compañía, Hociquillo y Rosadita, y su mamá lo miraba sin pestañear, con las lágrimas saltadas.
De sobremesa nuestro atrevido viajero contó todas sus maravillosas aventuras. Los vecinos acudieron a escucharlas y le repetían que Robinsón era un héroe. ¡Se pasa mucha hambre haciendo de héroe en una Isla Desierta, pero es mucho más divertido que quedarse en casa sin hacer nada! Dice Robinson.
Adaptación para radio de VCSmedia.net al cuento publicado en cuentosinfantiles.top
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