Este cuento nos enseña que el verdadero valor no reside en la riqueza o el estatus, sino en la bondad y el respeto hacia los demás. Aquellos que actúan con generosidad y humildad son recompensados, mientras que la envidia y el desprecio solo traen sufrimiento.
Había una vez un rey que tenía tres hijas. De las tres, la hija menor era quien más lo consentía.
Un día, el rey tuvo que partir de viaje a otra ciudad, y les dijo a sus hijas que pidieran algo para traer a su vuelta. ¡Padre, a mí por favor me puedes traer una rueca pero que sea de oro! Dijo la hija mayor.
¡A mí, me gustaría una bobina de oro! Dijo la hija mediana.
¡Y yo quiero por favor, una hojita de abedul cantante y tintineante! Exclamó la hermana menor.
El monarca no tuvo problemas para encontrar los dos primeros regalos, pero no conseguía dar con el deseo de su hija menor. Ya de vuelta al palacio, un poco preocupado por no tener el presente, el rey se dispuso para descansar junto a un árbol, bajo sus ramas dormía un perro negro. El perro notó de inmediato la gran tristeza del hombre:
¿Qué le pasa, majestad? – dijo el perro.
Oh, es que estoy muy preocupado porque no he podido encontrar lo que me pidió mi hija…
¿Y qué es?
Una hojita de abedul cantante y tintineante.
Vaya, ¡estás de suerte! Este árbol es un abedul y tiene ese tipo de hojas que buscas. Te daré una, a cambio de algo: debes entregarme en el plazo de un año, lo primero que salga a tu encuentro al regresar al castillo.
El rey, pensó muy aliviado: Ja, la primera en salir a mi encuentro es mi perra. Muy decidido dijo: ¡Aceptó!
Muy contento se dirigió al castillo con la hojita de abedul cantante y tintineante.
Pero se llevó una gran sorpresa cuando vio que su hija pequeña, fue la primera en salir corriendo a recibirlo con un gran abrazo. Él la empujó asustado y desde entonces, su rostro entristeció y su hija sintió un gran temor ¿Por qué me empujas, que abre hecho de malo? Pensó muy asustada.
Los días pasaban y la mujer del rey, insistía:
No sé por qué no me cuentas qué sucede… No es normal que estés así…
Ya cuando quedaban pocos días para que se cumpliera el plazo impuesto por el perro negro, se lo contó a la reina. Ella tuvo una idea.
¡Le entregaremos a la hija del cuidador de los gansos! No notará la diferencia…
Y así hicieron. El perro negro se presentó puntual justo cuando pasó un año: ¡Su majestad he venido a recoger a quien haya salido a recogerlo cierto día! Y la hija del cuidador de gansos se montó en su lomo.
El perro llegó hasta el abedul, que en realidad era mágico. Nadie podía mentir bajo sus ramas. Entonces, la joven dijo:
Oh, cómo me gustaría que mi padre viera este hermoso prado. Aquí sus gansos serían felices.
¿Sus gansos? – preguntó el perro extrañado.
Sí. Mi padre cuida a los gansos del rey… respondió la chica
El perro regresó con la joven y se la entregó al cuidador de gansos. ¡Le exijo que cumplas la promesa y me entregues a tu hija! Le dijo el perro con molestia. Entonces, la reina reaccionó con rapidez y le entregó a la hija del leñador.
Pero el perro la llevó hasta el árbol y escuchó como ella decía:
Mi padre haría hermosos muebles con la madera de este precioso árbol…
El perro, enfadado, exigió al rey a su verdadera hija y éste no tuvo más remedio que entregársela.
La princesa se subió al lomo del perro negro y éste la llevó hasta una cabaña en el bosque. La joven sin embargo se dio cuenta de que no podía salir y que además estaba sola.
¡Si al menos tuviera alguien con quien conversar! – se lamentó.
Entonces apareció una anciana pordiosera a su lado y le dijo:
¡No te asustes! Yo te haré compañía. En realidad, no estás en una cabaña. Es un palacio encantado. Todos estamos embrujados. El perro es en verdad un príncipe que sólo recupera su forma humana por la noche… ¡Y este bosque es una ciudad!
¿Y no se puede romper el hechizo? – preguntó entonces la princesa.
Sí. El príncipe vendrá por la noche y llamará a la puerta. No debes dejarle entrar, aunque te lo suplique. Tienes que hacer esto durante tres noches seguidas. Y a la tercera noche, quemar la piel del perro que aparecerá en el cuarto.
¡Oh! ¡Lo haré! – dijo entusiasmada la chica.
Eso sí… recuerda invitarme a tu boda cuando te cases con el príncipe. No te avergüences de mí y serás bendecida.
La princesa hizo lo que la anciana le dijo. Esperó al tercer día y no abrió la puerta al príncipe. Entonces, quemó la piel del perro y de pronto recuperó su aspecto normal.
Los príncipes anunciaron poco después la boda y la joven no olvidó invitar a sus padres y a sus hermanas. Y por supuesto, ordenó llamar a la anciana del bosque y reservó para ella el mejor sitio de la mesa. Su madre y hermanas se espantaron al verla.
¿Pero, cómo te atreves a invitar a esta espantosa mujer a tu boda? Exclamó su madre.
¡Llévatela, allá junto a la servidumbre, no nos avergüences! Refunfuñó su hermana mayor, mientras la menor la miraba abriendo sus brotados ojos.
La anciana se puso de pie y dijo:
Por tu gesto bondadoso serás muy bendecida, princesa, pero el gesto de desagrado de tu madre y tus hermanas. Ellas serán castigadas…
De esta forma, los recién casados por tener un corazón bondadoso y amable fueron felices el resto de sus días mientras que, a su madre y hermanas por su corazón de envidia, les creció una enorme y fea joroba en la espalda.
Los días fueron pasando, la madre y hermanas de la princesa muy preocupadas por la fealdad que les había causado la envidia, muy avergonzadas se inclinaron ante la anciana y le dijeron: Señora sentimos mucho haberla tratado de esa manera tan descortés poco amable… prometemos de ahora en adelante ser personas bondadosas con los demás. Fue así como su fea joroba fue desapareciendo.
Adaptación de VCSmedia.net al cuento escrito por: Carl y Theodor publicado en: tucuentofavorito.com
También puede ver: