7,59 minutos. Un hombre devoto, en medio de la adversidad espera la ayuda de Dios, pero esta parece no llegar nunca. Veamos por qué.
En un remoto pueblo, a orillas de un tormentoso río, vivía un hombre profundamente creyente, quien dedicaba muchas horas a la oración cada semana. Cierto día, en la época invernal, la lluvia comenzó a caer intensamente por muchas horas. Todos los vecinos miraban aterrados el cielo oscuro, mientras las aguas del río aumentaban su cauce a cada instante.
Después de tres días con sus noches de lluvia inclemente, viendo que el río estaba llegando peligrosamente a las primeras calles de la aldea, todos comenzaron a sacar sus pertenencias más preciadas, para evacuar el poblado.
Los primeros vecinos que pasaron frente a la casa del hombre, al verlo en la puerta observando el barullo tranquilamente, lo invitaron a salir con ellos.
-Hola, vecino – le dijeron-, ¿por qué no viene con nosotros? Tenemos espacio y podemos ayudarle a llevar sus cosas. Parece que pronto el río va a invadir todo el pueblo.
-Les agradezco mucho –Les contestó-, pero no tengo por qué preocuparme. Dios me observa y sé que Él no me va a descuidar.
Esa noche, como acostumbraba, estuvo rezando largas horas, y en sus oraciones pedía ser salvado de cualquier peligro proveniente de la fuerte lluvia. Sin embargo, la lluvia no cedía un centímetro, como retando al piadoso hombre. Estaba tan oscuro que ya no se sabía si era de día o de noche.
Dos días más tarde, el río invadió la aldea. Los pocos habitantes que habían tardado en salir, ahora no iban en carretas sino en canoas que apenas se mantenían a flote, movidas por la fuerte corriente. Unos conocidos maniobraron su embarcación y se acercaron hasta su vivienda, al verlo sentado sobre una mesa, rodeado por el agua. Desafiando el viento y la lluvia, uno de ellos lo invitó a gritos:
-Por favor, ven con nosotros. El agua sube a cada minuto y queda poco tiempo para huir. Tenemos espacio de sobra.
Pero él le contestó, muy seguro de sí mismo:
-No te preocupes, compañero. Sé que mañana temprano habrá dejado de llover y todo esto será apenas un pequeño susto. Yo confío en Dios, y sé que no corro ningún peligro bajo su protección.
Esa noche, fiel a su devoción, siguió rezando, pidiendo amparo, mientras el agua subía cada vez más, arrinconándolo en el punto más alto de su hogar. Afuera solo se escuchaba el rugido de las aguas arrastrando escombros y troncos.
Dos días después, solo quedaba al descubierto el techo de la casa, y en el sitio más encumbrado se encontraba el piadoso hombre, aterido de frío, cubierto con mantas empapadas que ya no le ofrecían cobijo. Su situación parecía desesperada, pues la lluvia continuaba y el río no cesaba de subir, devorando lentamente todas las viviendas. Mientras tanto, él seguía orando y pidiendo que llegara el fin de su padecimiento. En el fondo sabía que Dios lo escuchaba y más pronto que tarde lo socorrería.
Cuando ya no esperaba ver a ningún ser humano, apareció una lancha de salvamento. El rescatista a cargo, perfectamente preparado para cualquier emergencia, le gritó una vez estuvo cerca:
-Hola, buen hombre, parece que lo vimos a tiempo. Dicen que va a seguir lloviendo muy fuerte y usted no tiene posibilidades en ese tejado. Solo espere mientras tendemos una cuerda segura para sacarlo de ahí. Ya no tiene que preocuparse por nada.
-Muchas gracias por sus intenciones – dijo, todavía con voz segura, el piadoso hombre -, pero realmente tengo más posibilidades de las que ustedes creen. Dios me acompaña y no me va a dejar solo. Mañana a esta hora todo se habrá normalizado y yo estaré más seguro aquí que en esa lancha. Esto es solo una prueba de fe.
Ante esta respuesta, sin poder convencerlo, los rescatistas siguieron su camino y rápidamente se perdieron de vista.
Sin embargo, al otro día la lluvia no cesó. Por el contrario, arreció haciendo desbordar otras quebradas que acrecentaron la enorme corriente. La casa del hombre fue barrida como si fuera una pequeña astilla en el mar y en pocos minutos él se ahogó entre las turbias aguas.
Poco después sintió cómo atravesaba un luminoso túnel, al fin libre de lluvias y vientos. Después de esto se vio ante la presencia de Dios, quien lo miraba pensativamente.
-Dios mío, me encuentro profundamente confundido –dijo aquel espíritu acongojado-. Mi fe ha sido inquebrantable. Contrario a la actitud de todos los otros, no quise huir pues confiaba en Ti. Pero a pesar de esto, a pesar de tanta oración, me abandonaste. ¿Por qué, Dios mío? Mi alma está doblegada por esta duda, no entiendo el sentido de mi fe.
Dios lo miró con sus divinos ojos y su voz, al hablar, sonó como un trueno:
-¿Por qué dices que te abandoné? Te comportaste como un necio, nunca pudiste ver mi ayuda. Acaso, ¿quién crees que te envió socorro por tres veces, mientras una y otra vez lo rechazabas?
Reflexión: quien cree que los milagros están hechos solo de grandes prodigios, no conoce la verdadera compasión de Dios. La mayoría de las veces Él se manifiesta con pequeños gestos cotidianos.
Cuento tradicional de oriente adaptado para VCSradio.net
Narración: Javier Hernández
Portada: Carlos Morales Galvis
Tema musical: S.Bach – fugue 6 j.s BWV por David Hewitt
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