11:30 minutos. La trágica muerte de Julio César se habría podido evitar de muchas formas. Pero está escrito que el destino no lo deciden los hombres, sino los dioses. Veamos la historia.
Cae Julio Cesar
Julio Cesar (100 a.C – 44 a.C), el Soberano de la antigua República Romana, a sus 56 años, en la mañana del 15 de marzo del 44 a.C., día conocido como los Idus de marzo, cae y muere a los pies de la estatua de Pompeyo, a quien, paradójicamente, había derrotado tiempo atrás en la batalla de Farsalia.
Fueron cuantiosas puñaladas dadas por un grupo de traidores que, de antemano, habían ideado el vil magnicidio.
Contra todo pronóstico, pese a los rumores, temores y múltiples advertencias de que no asistiera a la sesión del Senado de Roma convocada por algunos senadores, pues su vida corría peligro, decide concurrir y encuentra su fatídico destino.
Los conspiradores sabían que el tiempo para finiquitar lo planeado se agotaba, les urgía cometer el crimen cuanto antes.
El 18 de marzo, pasado los Idus de marzo, César tenía programado salir de Roma para emprender una campaña militar contra el Imperio Parto y, para lo cual, contemplaba ausentarse por unos tres años.
Por esta razón, los conjurados deciden consumar lo pactado cuanto antes.
Los Idus de marzo
En el calendario romano antiguo, los Idus – dividir – (Idos en español) eran los días 15 de cada mes que contuviera 31 días, y los días 13 de los meses que no tuvieran 31 días.
Los Idus de marzo estaban proveídos de un significado religioso y festivo, eran días de buenos presagios. Era un mes de fiesta y diversión, se celebraba el inicio del año nuevo, los días de la primera Luna llena del año y estaba dedicado al dios Júpiter.
Por ello, es extraño que, justo ese día, Julio César sufriera el atentado y muriera de manera siniestra.
¿Quiénes participaron en la trama?
Por lo menos un grupo de 60 senadores de la república romana, denominados los Liberadores participaron en la conspiración, según lo afirman historiadores de la Roma antigua como Suetonio, Apiano y Plutarco, entre otros.
Los conjurados estaban liderados por Cayo Casio, Décimo Junio y Bruto, los tres, cercanos al círculo íntimo y que gozaban de la plena confianza de Julio César.
Al parecer, Casio convenció a Bruto, noble patricio romano, protegido de Julio César, de sumarse al atentado. Bruto se debatía entre dos realidades, la lealtad al Soberano o el deber para con la República.
Momento del homicidio
Finalmente, se acordó la fecha, hora y lugar del atentado, en plena sesión del senado, a la vista de todos los asistentes.
Se dice que en el recinto se encontraban unos 200 senadores quienes, según cálculos de los conspiradores, no dudarían en apoyar el crimen al enterarse que habían liberado a Roma de un posible rey déspota.
23 senadores entraron al Teatro de Pompeyo portando dagas escondidas en sus túnicas, y esperaron a que entrara el soberano.
Cuando Julio César toma asiento para presidir la sesión, lo rodean y, en medio de la confusión, se abalanzan contra él, sin darle la oportunidad de defenderse, retirarse de la escena o ser auxiliado por alguien.
23 fueron las heridas recibidas de las que una sola, se dice, dio con certeza en el pecho, segándole la vida.
Al parecer, por cosas de la providencia, se dice que la puñalada que le asestó Bruto fue la letal. De hecho, se dice que cuando Julio César vio a Bruto entre sus atacantes, exclamó sorprendido la famosa frase: “¿Tú también, hijo mío?”.
Desconcertado, se cubrió el rostro con su manta y cayó impávido.
¿Por qué lo mataron?
Para ese entonces se rumoraba que Julio César pretendía declararse rey de Roma y establecer una monarquía, en la que él sería el absoluto gobernador.
Esta posibilidad, desde la perspectiva de los conjurados, ponía en peligro los cimientos de la república, y la única solución posible era acabar con la vida de Julio César.
Distinguido y apreciado por el pueblo, gozaba de gran popularidad por sus triunfos militares. Había logrado, entre otros, derrotar a Pompeyo; obtuvo las victorias de los enfrentamientos de Farsalia, Taso y Munda, entre el 48 y el 45 a.C.
Además, por medio de la documentación histórica, se muestra que Julio César no pretendía en ningún momento proclamarse monarca vitalicio, pues sus objetivos estaban focalizados en fortalecer la república y legar su soberanía a su sobrino Octavio.
Pero, en definitiva, las acciones de los Liberadores, la conspiración y el magnicidio, resultaron fallidas y contrarias a todo lo planeado.
Tras la muerte de Julio César, Roma se consumió en el caos. El suceso funesto produjo una violenta guerra civil que debilitó la república y abrió el camino al Imperio romano.
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Predicciones de un destino fatal
El homicidio de Julio César estuvo marcado por augurios y señales de diversa índole.
Lo que ha hecho preguntarse a más de uno, si éste en algún momento sospechó de la trama que se estaba tejiendo en su contra. Todo parece indicar que no.
“¡Guárdate de los Idus de Marzo ¡”
Un de los vaticinios más sonados y que ha quedado registrado como una prueba máxima de que la muerte de Julio César fue una muerte anunciada, es la predicción que hizo un arúspice.
En la antigua Roma era común contar con un arúspice o adivino para que, a través de examinar las entrañas de un animal sacrificado, dibujara e interpretara signos y voluntades de los dioses.
El arúspice personal de Julio César, el etrusco Spurinna, un mes antes del suceso, había escudriñado las entrañas de varios animales sacrificados.
Hechas las pesquisas, vaticina que Julio César se encontraba en ineludible peligro. En cuestión de poco tiempo se enfrentaría a un hecho fatídico. Advirtió: “¡Guárdate de los Idus de Marzo!”.
El mismo 15 de marzo, momentos antes de la reunión en el Senado, Julio César se cruza con Spurinna y a manera de recordatorio le comenta sonriendo: “Spurinna, hoy son los Idus de marzo”. Dando a entender que su profecía no se había cumplido, pues él seguía con vida.
El arúspice tan solo atinó a responder, conmovido: “Hoy son, pero no han pasado”.
Otros augurios
En la víspera del asesinato, el 14 de marzo, Julio César asistió a una cena. Entre los temas tratados, se habla sobre la muerte. Alguien lanza la pregunta de cuál era la mejor muerte.
Julio César de forma pausada y sin sobresaltos dice: “¡La mejor muerte es la imprevista!” Los comensales quedan atónitos ante sus palabras.
Calpurnia Pisonis, la esposa del Soberano, en la víspera del 15 de marzo, tuvo una pesadilla aterradora. En ella vio a su esposo bañado en sangre cayendo en sus brazos.
En la mañana, le pidió que no saliera, que se cuidara. Pero él, desestimando lo dicho, respondió: “Solo se debe temer al miedo”
No obstante, según la versión de Suetonio, ante la advertencia de Calpurnia, el Soberano quiso quedarse en casa, pues, además, le dice, también había tenido sueños extraños.
Recuerda que soñó haber tenido la sensación de elevarse entre nubes, asustado al ver que Júpiter lo tomaba de la mano.
Pero cuando Décimo Junio, su amigo, se entera de sus intenciones de cancelar la sesión del Senado, lo convence de que es importante asistir, pues no debía dejar esperando a los senadores.
Artemidoro de Cnido, un filósofo griego, que había escuchado de la conspiración, quiso prevenirlo. En el momento que entra al recinto, le entrega un pergamino donde le advierte de la trama; pero Julio César nunca lo leyó.
Es tan evidente que se trató de una muerte anunciada, que es insólito pensar la razón por la cual no se pudo evitar el destino fatal de Julio César.
Imperó la contundencia de la fatalidad trazada frente a la probabilidad humana de cambiar el rumbo. Esta historia trágica de un gran hombre nos muestra una vez más que el destino de los pueblos no se escribe según el capricho de los hombres, sino por designios superiores a él.
Escrito por Patricia Morales Galvis para VCSradio.net
Narración: Javier Hernández
Música de fondo: Tragedy at Sea Epic Trailer – Envato
Foto de portada: César a punto de ser apuñalado por Brutus – Heinrich Friedrich Fuger-1700 – Wikimedia Commons-Dominio público
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