4:30 minutos de lectura. Unas pescadoras deseaban reposar después de un arduo día de trabajo. Pero un olor pestilente no se lo permitía. Veamos cómo solucionaron esto.
Cierta tarde, a la orilla de un caudaloso río, unas pescadoras tiraban sus redes, aprovechando que se encontraban en época de subienda. Una vez concluyeron la faena, cada una tomó el fardo con el producto de su trabajo y emprendieron el camino hacia la aldea.
Pero durante el trayecto, que era bastante largo, las sorprendió una repentina tormenta, la cual hizo que la noche se volviera más oscura y temeraria. Viendo que aún les quedaba bastante camino bajo esta tempestad, decidieron acercarse a una vivienda que pudieron localizar en medio de las tinieblas.
Una vez llegaron hasta la casa, con el agua corriéndoles abundantemente por el cuerpo, golpearon el aldabón con urgencia, esperando que estuviera habitada. En seguida les abrió una mujer, la cual al verlas agotadas y lavadas por la lluvia, amablemente les ofreció abrigo por esa noche.
Entonces, la hospitalaria mujer las condujo hasta una especie de depósito, en el cual se encontraban, almacenadas cuidadosamente, una gran cantidad de cajas llenas de las más variadas y coloridas flores. Ante las preguntas de las pescadoras, ella les comentó que se dedicaba al cultivo de flores y las almacenadas allí serían llevadas al día siguiente al mercado local.
Agradecidas, las cansadas mujeres dejaron sus bultos a un lado, y cada una buscó un lugar donde recostarse para pasar la noche, sabiendo que rápidamente se dormirían por el agotamiento del día y la carrera en medio de la lluvia.
Pero no bien reclinaron sus cabezas dispuestas a conciliar el sueño, el fuerte aroma de las flores invadió el aire reposado del depósito. En seguida comenzaron a moverse inquietas, hasta que una de ellas no resistió más, y comentó muy molesta:
-¡Qué desagradable! No puedo soportar ese olor. Si al menos pudiera encontrar otro lugar para descansar, posiblemente conciliaría el sueño.
De este modo, todas empezaron a quejarse, comentando lo apestosa que se sentía la atmósfera en tal sitio. Tal vez había sido un error aceptar este refugio, pero ya no había remedio. Afuera seguía lloviendo a cántaros y sería imposible retomar su camino. Finalmente, a una de ellas se le ocurrió la solución que parecía perfecta, y les propuso a las otras:
-Hay algo que puede aliviarnos de esta fetidez. Tomemos los bultos de pescado y utilicémoslos como almohadas. Solo así podremos anular ese olor insoportable.
Sin pensarlo dos veces, las otras siguieron el sabio consejo de su compañera. Tomaron los fardos malolientes de pescado y apoyaron sobre ellos las cabezas. Inmediatamente, como si se tratara de un bálsamo purificador, todas quedaron profundamente dormidas.
Reflexión: Si nos habituamos a movernos entre la pestilencia, llegará el momento en que no podremos reconocer la verdadera fragancia y, por el contrario, tomándola como desagradable, nos alejaremos de ella.
Cuento anónimo adaptado para VCSradio.net
Imagen de portada: Carlos Morales Galvis
Tema musical: researching miracles – Envato
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