10:50 minutos de lectura. Las siete maravillas de la antiguedad asombraron por su belleza e imponencia. Pero esta, especialmente, sufrió una tragedia que conmocionó a sus contemporáneos.
Entre las siete maravillas de la antigüedad, destaca el templo de la diosa Artemisa, elogiado por Antípatro de Sidón, autor de dicha lista, como el monumento más espléndido que vieron sus ojos.
En efecto, cuando el célebre poeta griego la contempló, no pudo menos que exclamar: “cuando vi la casa de Artemisa, allí encaramada en las nubes, esas otras maravillas (las seis restantes que había observado), perdieron su brillo, y dije: ‘aparte del Olimpo, el Sol nunca vio algo tan grandioso’”.
Un templo magnífico para una venerada diosa
Artemisa era una de las diosas más importantes entre las doce deidades del panteón olímpico de Grecia. En este reino se conocía como Artemis o Artemisa, y se asocia a la diosa romana Diana.
Era la diosa de la caza, de la virginidad, de la naturaleza y se le consideraba protectora de las mujeres durante el parto. Era hija de Zeus y de Leto, y tuvo al dios Apolo como hermano gemelo.
En cuanto al templo del que nos ocupamos, fue construido alrededor del año 550 a.C., cerca de la ciudad de Éfeso, en las proximidades de la actual Esmirna, en territorio de Turquía. Fue el rey Croesus de Lydia quien, en medio de la prosperidad por la que atravesaba su reino en el siglo VI a.C., decidió emprender la construcción de un templo que fuera admirado por quienes visitaran su territorio.
Para ello encargó a los arquitectos Chersiphron y su hijo Metagenes de Creta, adelantar la magna obra, sin consideraciones hacia el costo que pudiera tener. El resultado fue una de las obras arquitectónicas más impactantes del mundo antiguo.
El edificio tenía 136 metros de longitud, y de acuerdo a lo habitual durante la civilización helénica, su forma era rectangular. Alrededor de la sala principal o cella, había un total de 127 columnas distribuidas en dos filas, para permitir la circulación de los visitantes.
Estas columnas tenían una altura de 18 metros y un diámetro de 2 metros cada una. De ellas, las 36 de la fachada estaban ricamente talladas con relieves. Aunque quedan pocos vestigios del templo, en el Museo Británico se encuentra una de ellas, como una pequeña representación de lo que se pudo ver en su tiempo.
El templo de Artemisa fue el primero construido totalmente en mármol. Impresiona el arquitrabe o dintel, colocado sobre las columnas frontales, el cual pesaba aproximadamente 24 toneladas. Una vez más las civilizaciones antiguas nos sorprenden por sus técnicas constructivas con supuestos medios primitivos.
La cubierta inclinada a dos aguas, estaba apoyada en una estructura de madera y en el interior se encontraba una estatua de la diosa, de 5 metros de altura, la cual había sido tallada por el escultor Endoios en madera de ébano. Las puertas estaban hechas de madera de ciprés.
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Un pastor que no era nadie
Hacia el año 356 a.C., el templo ya se había convertido en una celebridad, centro de peregrinación para los devotos de la diosa Artemis, así como sitio de visita turística para quienes se movían por las costas de Asia Menor.
Pero por esta misma época, vivía en la ciudad de Éfeso un humilde pastor llamado Eróstrato. Las crónicas dicen que, como muchos otros, deseaba pasar a la historia por algún acto grandioso, pero no tenía ninguna aptitud para ello.
De este modo, viendo la imponencia del célebre edificio, se le ocurrió que, si no podía lograr la fama mediante un hecho heroico, también podría alcanzarla por medio de la infamia. Entonces, con esta idea en la cabeza, se encaminó al templo favorecido por las sombras de la noche.
Una vez adentro, con una antorcha, prendió fuego a la estructura de madera. En pocos minutos, las llamas se expandieron por todo el edificio, y al colapsar la cubierta, arrastró consigo toda la estructura. Al amanecer, la que fuera una de las maravillas del mundo, se había convertido en una humeante ruina.
El pirómano fue rápidamente aprehendido, y al ser interrogado sobre los motivos de tan despreciable acto, solo atinó a decir, según escribió Valerio Máximo en su colección “Hechos y dichos memorables”, que solo deseaba que, “a través de la destrucción de ese edificio tan hermoso, su nombre fuera difundido por todo el mundo”.
Después de esto, Eróstrato tuvo una doble condena: fue ejecutado y, mediante un decreto, se prohibió mencionar su nombre bajo ninguna circunstancia, con el fin de que fuera ignorado, impidiendo su infame propósito.
Pero como el destino humano no lo deciden las leyes, el historiador Teopompo mencionó a Eróstrato en una obra de ese siglo, lo cual permitió al incendiario cumplir su objetivo. A partir de entonces, su nombre fue recordado por siempre, aunque no precisamente por ser un hombre virtuoso.
Eróstrato inspira un síndrome
La mayor ironía es que el humilde pastor no solo consiguió perpetuar su nombre, sino que además fue llevado a la ciencia. Puede decirse que en su honor, se acuñó el término “complejo de Eróstrato” o Erostracismo.
Este complejo se refiere a las personas que sufren de tal grado de sentimiento de inferioridad, que se ven impulsadas a sobresalir por cualquier medio. Para ello, no les importa recurrir a la violencia o a cometer actos delictivos para ser reconocidas.
Hay ejemplos de este síndrome, como el ataque a martillazos contra la escultura La Piedad, de Miguel Ángel en 1972. También está el ataque con un cuchillo a la Ronda Nocturna de Rembrandt en 1975. El asesinato de John Lennon en 1980 también puede enmarcarse en esta anomalía.
Según el reconocido terapeuta austriaco Alfred Adler, quienes sufren este síndrome suelen colmar su vida con idealismos que no pueden alcanzar. A esto se une un intenso deseo de sobresalir, con lo que se llenan de resentimiento hacia quienes los rodean. Pueden llegar a desear tan fuertemente atraer la atención que, al no lograrlo, acumulan un rencor incontenible. Esto los puede conducir, finalmente, a cometer actos de gran violencia.
También puede manifestarse esta agresividad por medio de actos menos visibles, como destruir profesionalmente a quien se le interpone, crear rumores destructivos, o cruzar la línea que divide lo moral y ético de lo que no lo es.
Una lección para la historia
Una de las historias más difundidas sobre la tragedia del templo de Artemisa es que la noche del incendio, la diosa había abandonado el santuario pues deseaba atender el nacimiento de Alejandro Magno.
Años después de la fatídica noche se levantó de nuevo el templo en honor a la diosa, por orden de Alejandro. Es sabido que el ilustre guerrero ofreció financiar toda la obra, con la única condición de que se le reconociera su generosidad.
Esto puso en un aprieto a los sacerdotes quienes no querían aparecer en deuda con el conquistador macedonio. Entonces, le respondieron con una de las frases más ingeniosas de la diplomacia: “Es inapropiado que un dios le dedique ofrendas a los dioses”.
De esta forma se libraron del compromiso, y mediante la recolección de generosas donaciones pudieron reconstruir el templo.
Finalmente, aunque Eróstrato logró su vil objetivo, la diosa Artemisa pudo regresar a su templo para proteger a los habitantes de Éfeso. Y dicho templo siguió siendo considerado, hasta su desaparición definitiva, como una de las maravillas de su tiempo.
También, los fieles súbditos de esta ciudad demostraron que la tenacidad humana está por encima de las adversidades y de la tragedia. Así como los actos nefastos de unos hombres pueden destruir aquello que más amamos, la persistencia y la unión de voluntades pueden reconstruirlo, devolviéndole la grandeza que una vez tuvo.
Escrito por Carlos Morales G. para VCSradio.net
Fondo musical: Sentimental Piano and Strings – Envato
Locución: Javier Hernández
Foto de portada: Reconstrucción realizada en software Poser del extremo oeste del templo de Artemisa. – Autor: Cafeennui – Wikimedia Commons
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