
Lucero había nacido hacía dos semanas y junto a él, cuatro pequeños ruiseñores se acurrucaban en un acogedor nido escondido en unos matorrales de un espeso bosque.
Todas las mañanas veía a sus hermanos mayores que iban a clases de canto, de vuelo, de captura de insectos… deseo crecer un poquito más para poder comenzar a aprender todo eso. Pensaba entusiasmado
Se sentía feliz con su familia y no ansiaba más en la vida…
Una mañana, muy temprano, los animales del bosque estaban bastante alborotados. Unos humanos paseaban por allí, recogiendo plantas y rompiendo todo a su paso con esas enormes botas.
Los hermanos de Lucero se pusieron muy nerviosos, no paraban de moverse y de un empujón, éste salió despedido del nido. Tan mala suerte tuvo que cayó justo en los pies de una niña. Sin darle apenas tiempo a reaccionar, el ruiseñor estaba atrapado entre sus manos. Sintió cómo se iba apagando la luz, cuando quedó encerrado en una fría y áspera caja.
Fue de esta manera como llegó a parar a una jaula colgada en una pared, desde la que divisaba, a través de una cristalera, un cielo lejano sobre los tejados de unos edificios.
Pasaron los meses y Lucero aprendió a cantar maravillosamente animado por su amo.
Cada vez que éste le llenaba su comedero de comida, él le deleitaba con hermosas canciones. Se sentía especial y admirado por esos ojillos que no paraban de decirle piropos y observarle. Pronto olvidó su pasado sintiéndose feliz con esa nueva vida.
A lo lejos, veía algunas aves volando en el firmamento. Lucero sentía lástima por ellas…- pobrecitas ellas no tienen unos amos que las alimenten y las cuiden tan bien como a mí. Realmente, pensaba que era un afortunado por llevar esa vida tan cómoda y feliz.
¿Cómo no se dan cuenta esos pájaros de la vida que se están perdiendo? Se preguntaba Lucero.
Sólo con mi canto, me ofrecen mimos y comida, la seguridad y el bienestar los tengo asegurados.
Una mañana, cuando los primeros rayos del sol comenzaban a cubrir el horizonte, uno de los pájaros que habitualmente Lucero veía revolotear cerca, se posó en el en la ventana. Enseguida el ruiseñor aprovechó la ocasión para lucirse ante él y comenzó a cantar con gran fuerza.
El pájaro, una vez finalizada la actuación, le preguntó: ¿No sientes ansias de volar libre por el cielo?
Ante esto, Lucero muy sorprendido por tal pregunta, le contesto:
Me siento muy feliz por tanta admiración y cuidados que mi amo me otorga.
– Los pájaros como tu vuelan salvajemente, andan a la deriva desorientados y sin seguridad en sus vidas.
Estuvieron hablando durante un largo rato, hasta que el sol ya lucía en lo alto y el pájaro visitante se marchó.
Así iban transcurriendo los años y nuestro peculiar ruiseñor, comenzó a perder algunas plumas y su canto ya no lucía con tanto brillo. Su amo, ya no le cubría de tantas atenciones y la comida escaseaba en numerosas ocasiones. Sin embargo, Lucero seguía esforzándose por llamar su atención, sin mucho éxito, pues cantar con maestría para él era lo único que había aprendido a hacer siempre.
Una noche, su amo ya mayor, se despistó y dejó la puerta de la jaula abierta. Durante gran parte de la noche Lucero no pudo dormir.
Me gustaría tanto salir fuera.
Se decía tímidamente sacando la cabeza de la jaula.
Finalmente decidió salir un ratito para volver enseguida a su acogedora jaula.
Cuando alzó el vuelo, apenas podía volar con equilibrio, pero tras varios intentos, consiguió salir a ese mundo exterior que siempre había visto tras los fríos barrotes.
Voló y voló durante largas horas y cuando el sol comenzó a salir, se encontró rodeado de otros muchos pájaros, entre los que reconoció aquel que le había hablado aquella lejana mañana.
Volaban con gran maestría, sus piruetas eran envidiables y sus alas lucían una belleza singular. Se posaban con sigilo sobre la tierra picoteando toda clase de semillas e insectos. Cantaban llenos de júbilo inundando el cielo de un gran estallido de rítmicos acordes como si de una gran fiesta se tratara.
¡Estos pájaros cantan por simple felicidad y no lo hacen por complacer a ningún amo! ¡Viven la vida de un modo libre y natural y su belleza se mantiene con los años!
Yo, luzco mi plumaje lleno de cicatrices por el roce constante de los barrotes de mi estrecha jaula en la que he vivido preso por tanto tiempo. Lucero abatido agacho su cabeza y unas lágrimas cayeron de sus tristes ojos.
Pero pensó: Me queda tiempo para gozar de la libertad en la he nacido y no he sabido apreciar.
Lucero se unió al vuelo de los demás pájaros, haciendo piruetas con sus estropeadas alas, disfrutando el calor que el sol le proporcionaba y emitiendo hermosos trinos su nueva vida celebraba.
Moraleja del cuento:
Todos nacemos libres por el hecho de ser personas, pero esta libertad hay que saber encauzar.
Si nos dejamos llevar por otros, buscando la seguridad y el bienestar, y pensamos que esa vida es la auténtica, puede ser que estemos encerrados en pequeñas jaulas. Pero si nos permitimos desarrollar nuestras propias habilidades destrezas con esfuerzo, disciplina seremos productivos libres, y felices.
Publicado en: buscandorespuestasemet.com
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