El control de las emociones trae armonía, mientras que la ira descontrolada solo conduce al aislamiento y al arrepentimiento. Todos merecen una segunda oportunidad si están dispuestos a cambiar.
En un bello país del norte, había un enorme parque natural donde abundaban las aves exóticas y nativas. Todos vivían en paz y tenían mucha armonía en su diario vivir. Compartían sus árboles, contaban cuentos graciosos donde todos reían y a veces entonaban alegres canciones. También acostumbraban a compartir ricos frutos de la estación.
¡Hola amigo canario, te invito a compartir mi torta de arándanos!
¡Oh, muchas gracias, yo también te quiero compartir mi postre de fresas!
Así pasaban su vida compartiendo en total armonía, la mayor parte de las aves.
Sin embargo, dentro del grupo había alguien gruñón, muy amargado a quien todo le molestaba y por cualquier cosa se ponía muy enojón. Estallaba gritando fuertemente, hasta casi volver sordos a sus vecinos. Este era un loro viejo llamado el señor Vinagruel Pocarisa.
A pesar de que las aves lo estimaban, no podían aguantarlo cuando perdía el temperamento y comenzaba a gritar y quejarse.
¡Ayyyyy, todos me hacen enojarrrrrr, fuerrrra de mi camino! Exclamó con tanta furia.
¡Nooo, es mejor que volemos todos muy lejos y esperemos a que se calme de esos alaridos tan aburridos! Dijo un mirlo.
Dentro del grupo también había un águila blanca, una hermosa ave de gran tamaño llamada Serenina Blanco, que prefería permanecer en las alturas o en la copa de los árboles. Era muy callada y solo se limitaba a mirar las cosas desde arriba, con una mirada bondadosa, como entendiendo lo que pasaba. Todas las aves la admiraban porque era muy prudente y siempre aconsejaba a sus compañeros cuando le pedían algún consejo.
Un día, después de una contrariedad, el pobre Vinagruel se sintió muy solo cuando todos sus amigos, asustados por sus gritos, se alejaron y volaron lejos. Fue entonces cuando decidió buscar a su amiga águila.
Querida amiga Serenina, ya no puedo más, todos se alejan y me dejan solo cuando pierdo el control de mis emociones. Eso me entristece mucho porque temo que algún día ya no me quieran más y me dejen solo para siempre. ¿Qué debo hacer para que ellos me quieran? ¿Acaso es tan malo ser gruñón
La majestuosa Serenina solo lo miró y después de unos segundos le contestó:
¡Por supuesto que es bastante malo que seas tan gruñón. ¡Así dañas tus relaciones con tu familia y amigos! A pesar de que todos te quieren, puede llegar el día que no te aguanten más. En cambio, si tienes un carácter noble, toleras un poco y no discutes y gritas tanto, habrá armonía y te volverás tranquilo.
¡Pero, eso es muy difícil de hacer! ¡Cuando yo estoy enojado se me olvida controlarme!
Pues para que no te olvides, puedes hacer un cartel que diga “Controlo mi enojo” y cada vez que lo veas podrás controlarte.
¡Qué buena idea, amiga Serenina! Voy a poner ese cartel en mi árbol y así nunca más volveré a ser enojón. ¡Muchas gracias amiga mía!
Corrió feliz el loro Vinagruel y consiguió una corteza de árbol donde escribió “Controlo mi enojo” y lo colocó cerca de su nido para poder verlo todo el tiempo.
¡Ahora sí, todos van a estar felices conmigo porque no volveré a ser enojón! Con este pensamiento, se quedó profundamente dormido con una sonrisa de tranquilidad en su rostro.
A la mañana siguiente, se despertó, pero no vio el cartel porque el viento lo había tumbado. Cuando salió a buscar su desayuno, vio que había tres petirrojos compartiendo su café con una torta de banano que habían recibido de su amiga la cacatúa. Como tenía hambre, se acercó para pedirles una rebanada de pastel.
Hola amigas mías, qué día tan esplendoroso, es muy bueno para compartir el pastel conmigo.
Lo siento Vinagruel, ya se nos terminó el pastel. No sabíamos que querías pastel, si no, te habríamos dejado tu parte.
Vinagruel se comenzó a poner rojo de ira, sus ojos centellaban llamas y comenzó a gritar estruendosamente.
Ahhhhhhhh, todos son egoístas conmigo!, nadie me quierrre. No quierrrro volver a verlos, aunque sean mis amigos. Rrrrrrrrrr
Asustados, todos volaron lejos para poner tierra de por medio.
Fue tan fuete su queja, tantos sus aspavientos y aleteos que terminó golpeando un toyo de avispas que aterrizó estruendosamente al suelo. Las avispas salieron dispuestas a castigar al culpable de su desastre.
En ese momento Vinagruel miró al piso y justo al lado del toyo destruido estaba el cartel “controlo mi enojo”. Solo en ese momento fue consciente de su error y el desastre producido por su falta de control. Huyó rápidamente y se refugió en su nido, desde donde veía a las furiosas avispas buscar la forma de aguijonearlo.
Asustado y también avergonzado por el desastre, pidió perdón a las avispas.
Siento mucho señor avispas por la pérdida de su casa. Denme la oportunidad de reparar el daño. Quiero restaurar su panal para que nuevamente vuelvan a vivir tranquilas.
No te creemos, loro enojón, tu siempre eres gritón y gruñón. Solo queremos meterte nuestros aguijones para hacerte pagar por lo que hiciste
Estoy muy arrepentido, -repitió el loro. -Prometo que de hoy en adelante nunca más volveré a estar enojado. Ya aprendí la lección y solo quiero ser un buen loro, con mucha paciencia y autocontrol. Juro que hoy es mi gran día de cambiar mis malas acciones.
Las avispas hablaron entre ellas para decidir si le creían o no. Una de ellas dijo:
-Mejor castiguémoslo con un aguijonazo. Otra dijo: Yo creo que podemos darle la oportunidad. Hay que creer en todos aquellos que quieren ser buenos. Entonces el jefe dijo en voz alta:
– Está bien, te vamos a dar la oportunidad de que demuestres que has cambiado, pero ve y arregla nuestra casa.
Encantado y agradecido el loro salió de su escondite y se fue rápidamente a arreglar el panal destruido.
De forma minuciosa comenzó a reconstruir cada compartimento del panal con mucho esfuerzo y dedicación, mientras todas las ofendidas avispas solo miraban desconfiadas.
Pasó varias noches y días sin parar, arreglando el panal hasta que quedó perfecto. Las avispas quedaron muy contentas con el resultado y decidieron considerarlo su amigo desde aquí en adelante.
Esa fue la última vez que el loro Vinagruel tuvo una explosión de enojo. Aprendió la lección y a ser un buen vecino. Todas las otras aves lo recibieron con regocijo y en medio de aplausos, celebraron el cambio del loro con una rica torta de banana.
Escrito para VCSmedia.net por Beatriz Rodríguez
Escucha otros cuentos infantiles para dormir aquí
LA HOJITA DE ABEDUL – Cuento Infantil