No dejes que los miedos infundados te detengan; enfrenta tus temores y descubrirás que muchas veces son solo ilusiones que desaparecen con valor y determinación.
Una mañana de muchísimo calor, un hermoso y fuerte león se paseaba por la extensa sabana buscando un lugar donde saciar la sed y refrescarse.
¡Necesito beber un poco de agua como sea, porque voy a desfallecer! Tartamudeaba, casi sin un aliento, bajo el ardiente sol.
Durante un buen rato escudriñó de un lado para el otro el terreno en busca de una mísera charca, pero todo a su alrededor estaba muy árido, totalmente seco. También miró detenidamente las hojas de los arbustos por si por ellas se deslizaba alguna gotita de rocío que poder lamer, pero tampoco tuvo suerte.
¡Qué situación tan desesperante! Siento que la lengua se me pega al paladar y no me quedan fuerzas para mantenerme de pie, ayyy que va a ser de mí. Se lamentaba.
Desanimado, se alejó de la manada arrastrando lentamente su pesado cuerpo por un camino polvoriento, sin saber muy bien a donde dirigirse. Estaba a punto de desmayarse de puro agotamiento, cuando de pronto algo divisó ante sus ojos.
¿Pero que es aquello?… ¿Tras de esos matorrales?
Fue tanta la emoción que sus patas se destrabaron y dando pequeños pasos lo acercaron a un lago que jamás había visto. Su superficie era cristalina y parecía un enorme espejo bajo el achicharrante sol.
¡Vaya, ¡qué bien! ¡Cuánta agua hay en este lugar! ¡Al fin podré beber!
Aceleró el paso, se acercó a la orilla, y cuando agachó la cabeza…
¡Ahhhh! ¡Ahhhh! ¡Qué susto!
¡Un enorme felino de largos bigotes y tupida melena le miraba fijamente desde el fondo de las aguas! Lógicamente era su reflejo, pero el león no se dio cuenta de ello. Su reacción inmediata fue echarse hacia atrás de un salto mientras el corazón le palpitaba a mil por hora. El pobre tardó un buen rato en recuperar la calma y en respirar con normalidad. Después, reflexionó:
No conozco a ese león, pero debe ser el dueño de esta zona… ¡No quiero meterme en problemas así que lo mejor será que me marché de aquí!
Sí, eso pensó, pero al final no se fue a ninguna parte. La curiosidad y la sed eran tan grandes, que prefirió sentarse pacientemente a esperar a que el león saliera a la superficie. Pasaron diez minutos y comprobó que allí no había más ser vivo que un saltamontes muy pesado empeñado en subirse una y otra vez a su nariz.
Decidió aproximarse de nuevo a la orilla. Con mucha cautela se asomó al agua y…
¡Ahhhh! ¡Ahhhh! ¡Aún sigue ahí!
¡El león volvió a aparecer frente a él! Pegó un brinco y sus pelos se erizaron como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Ajustadísimo, se dijo a sí mismo:
¡Oh, no! El dueño del lago, parece que quiere amedrentarme ¿Qué puedo hacer?… ¡Si yo sólo quiero dar unos cuantos tragos para saciar esta terrible sed!
Resignado, jadeando se tumbó bajo la sombra de una acacia dejando pasar el tiempo. La sed y el calor le agobiaban tanto que retomó la idea de acercarse al lago, pero esta vez poniendo en práctica un ingenioso plan:
¡Pues claro, ¿Cómo no se me ocurrió antes? ¡Seré yo quien asuste a este extraño león acuático!
Lentamente se fue aproximando, estiró el cuello, respiró profundo, y al llegar a la orilla abrió la boca y soltó un rugido de esos que hacen temblar hasta a los elefantes.
Para su sorpresa, la fiera del agua también rugió y le enseñó unos colmillos afilados como cuchillas.
¡Ahhhh! ¡Socoooorro!
De la impresión, cayó hacia atrás y se dio un tremendo golpe de campeonato. Dolorido y medio cojeando, se levantó despacito para no marearse y juró poner punto final a esa extraña situación.
¡Estaba más que harto! No sabía quién era el león que vivía en el lago ni qué intenciones tenía, pero sólo le quedaba una opción: armarse de valor y mojar la lengua porque ya no podía soportarlo más. O se arriesgaba, o se deshidrataría de un momento a otro.
Resoplando, miró fijamente a los ojos a su enemigo y no se lo pensó dos veces: metió la cabeza en el agua y la imagen del león se difuminó y desapareció.
El sediento animal bebió y bebió hasta la saciedad, notando el maravilloso frescor del agua resbalando por su cara. Fue entonces cuando se percató de que allí no había ningún otro león ¡Sólo se trataba de su propio reflejo!
Pasada la sensación de peligro comenzó a reírse:
¡Ja, jajajaja, pero, si se trataba de mi propio reflejo… Juajuajuajua! ¡Que tonto he sido jajajajaja! Bueno, pero también me siento muy orgulloso por haber conseguido vencer mis ridículos temores.
Todavía sonriendo, regresó junto a su manada sintiéndose muy, muy feliz.
Moraleja: Esta fábula nos enseña que, a veces, durante nuestra vida, sentimos miedos totalmente infundados. Ante estos casos, lo mejor es reflexionar e intentar vencer el temor que nos impide alcanzar el objetivo que nos hemos propuesto.
Adaptación para radio de VCSmedia.net a la fábula publicada en: mundoprimaria.com
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