
9 minutos de lectura. La arrogancia puede llevar al ser humano, incluso a plantearle un desafío a Dios. Pero finalmente, los hechos le mostrarán que solo la humildad puede darle la sabiduría necesaria para entender la voluntad divina.
Cierto día, el hombre se detuvo por un momento ante el campo, donde los trigales exhibían sus espigas doradas al sol. Se llevó la mano a la cabeza y pensó, que la lucha que debía librar día a día para obtener una escasa cosecha, era excesiva.
A pesar de que, tras recolectar los granos, los resultados no parecían escasos, era consciente de que los excesos del clima, las tormentas que inundaban el campo, los fuertes vientos que barrían y doblegaban las plantas, o los días seguidos de sol que secaban la tierra, retrasaban las plantas y disminuían la cosecha.
Considerando que todo esto estaba mal, decidió que solo había una solución: debía confrontar al responsable de esos desastres; debía ir hasta donde se encontraba y exponerle el caso.
De esta forma, emprendió el camino hasta donde estaba Dios, decidido a solucionar, de una vez por todas, este problema. Pensó que debía exponer la situación de hambre y miseria entre el pueblo, el cual dependía del pan producido con el trigo, que tan trabajosamente cultivaba.
Una vez en presencia del Todopoderoso, sin titubear, le pidió que le escuchara aquello, que debía decirle.
Con su mirada benevolente, Dios le habló:
-Por supuesto, hijo mío, tú sabes que siempre te escucho.
-Yo lo sé, Señor, pero esta vez quiero que además de escucharme, atiendas mi reclamo, pues mis palabras son producto de mi experiencia – dijo el hombre.
Dios sonrió comprensivamente y sin alterar el tono, le replicó:
-Vamos, exprésame tu inquietud. Haré lo que pueda por complacerte.
El hombre hizo una pausa y, tratando de ser ecuánime, le dijo:
-Mira, yo sé que tú eres el creador de todo cuanto existe. Por eso te respeto y venero. Pero también entiendo que, cuando decidiste crear el mundo, te tomaste solo siete días. Tal vez por las prisas, no tuviste en cuenta todos los aspectos, y este mundo quedó lleno de muchos problemas que han recaído sobre mí, obligándome a solucionarlos sobre la marcha.
-Esto nos lleva a la situación que vengo a plantear, y es sobre la cosecha de trigo. Creo que, debido a los problemas existentes, no es suficiente. Si se hiciera como debe ser, seguramente lograríamos un mundo sin sufrimiento que, supongo, debe ser lo ideal.
Mostrándose cada vez más interesado, Dios le preguntó:
-¿Y qué piensas que puedo hacer para solucionar una situación tan delicada?
-A eso voy -le contestó el hombre, con aire de satisfacción-. Es innegable que yo, después de laborar en el campo arduamente por tantos años, tengo más experiencia que tú, y por tanto sé qué debe hacerse.
-Necesito que me concedas un año de total libertad, para llevar a cabo mi plan. Pero debes concederme por ese tiempo el manejo de los elementos y del clima, de otro modo no podría hacer nada. Al cabo de ese tiempo, verás cómo se terminan el hambre y las tribulaciones del mundo.
Dios lo envolvió con una pensativa mirada, y si el hombre no hubiera sido arrogante, como lo era, habría advertido una ligera luz de compasión en sus ojos. Pero sin agregar mucho más, el Señor le concedió su deseo, diciéndole que lo esperaba en un año, para ver los resultados.
El hombre, feliz por haber logrado lo que parecía imposible, regresó presuroso a su campo. Rápidamente preparó la tierra, esparció semillas y abonó a su gusto, poniendo todo su empeño en aplicar los conocimientos de toda una vida de labor campesina.
Pronto se dejaron ver los pequeños brotes, y el hombre comenzó a traer la lluvia cuando la necesitaba y a permitir al sol esparcir su calor si se requería. Con calculada técnica manejó los elementos de la naturaleza, mientras observaba los prometedores resultados.
El granizo, las ventiscas, las heladas, la sequía, las plagas, todos desaparecieron por completo. Satisfecho con su labor, el hombre pensó que, al fin estaba, más cerca que nunca, de la verdadera perfección. Movía la cabeza con una sonrisa de orgullo, mientras se decía:
-Definitivamente es cierto, siete días era muy poco tiempo, incluso para Dios.
De este modo, pasó el tiempo y los trigales se veían más altos y hermosos que nunca. Sin duda, era una plantación perfecta. Rebosante de alegría, cuando consideró que la cosecha estaba a punto, el hombre buscó nuevamente a Dios para cumplir con la cita prometida. En cuanto lo vio, le dijo exaltado:
-¡Debes verlo! ¡Jamás había observado yo una plantación como esa! ¡Este sí es un verdadero milagro, lo digo humildemente!
Pero Dios, imperturbable, le preguntó:
-¿Ya recogiste la cosecha?
-Ahora mismo lo voy a hacer – contestó el hombre – solo quiero que me acompañes.
En seguida se dirigieron al campo de trigo. El hombre se dispuso a recoger los granos, que debían ser enormes, de acuerdo con lo que eran las plantas.
Pero esas hermosas espigas no contenían un solo grano de trigo, todas eran estériles, solo eran tallos, hojas, y espigas vacías.
Sin comprender qué ocurría, el hombre corrió por toda la extensión de su cultivo, buscando con desespero alguna espiga cargada del precioso grano. Pero todo fue en vano: no había trigo para cosechar. Volvió a mirar a Dios con una expresión de desconsuelo, y solo atinó a decir:
-¿Pero qué pasó? Todo lo hice perfecto, las plantas no tuvieron ningún inconveniente, hasta se ven sanas como nunca las había visto.
Dios se acercó al hombre, y mirándolo con su infinita benevolencia, pero con firmeza, le dijo:
-Esa perfección de la que hablas, fue precisamente el problema. Tú les quitaste todos los retos, los desafíos y las pruebas que podrían fortalecerlas. Sin peligros que pusieran a prueba su vigor, no pudieron desarrollar la entereza para crear las semillas que les permitieran perpetuarse.
-Lograste crear unas plantas de aspecto saludable, pero vacías por dentro. Solo conocen días y noches agradables, pero nunca tuvieron un desafío que las fortaleciera. Por eso, los problemas y las tormentas son tan necesarias, como los días soleados y la suave lluvia. Así como tu debes trabajar duramente, para obtener tu alimento y crecer sano y fuerte, solo el trigo que vence las inclemencias del clima, puede dar buenos panes para tu mesa.
Después de escuchar estas palabras, el hombre inclinó humildemente la cabeza y agradeció a Dios por la lección que le había dado. Entonces, la figura de Dios se desvaneció en el aire de la mañana, mientras mostraba en el rostro una sonrisa comprensiva.
Después de unos minutos de reflexión, el hombre tomó sus herramientas de labor y se dirigió a su campo, dispuesto a afrontar las condiciones de la naturaleza. A lo lejos se escuchó, por primera vez en muchos días, un fuerte trueno, mientras unas oscuras nubes anunciaban la próxima tormenta.
Cuento adaptado para VCSmedia por Carlos Morales G.
Narración: Darío Chaparro
Imagen de portada: Carlos Morales G.
Música de fondo: Uplifting Epic Trailer – Envato
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