
7:30 minutos. En el hermoso jardín de un palacio había un árbol que se veía triste y abatido, pues sentía que era diferente a todos los demás. Veamos por qué.
El Árbol que no Sabía Quién Era
En un reino muy próspero, el palacio real se enorgullecía por el hermoso jardín que lo rodeaba. El monarca gustaba de asomarse en las mañanas soleadas a la ventana de su aposento, para contemplar las miles de plantas que adornaban dicho jardín.
Allí se veía gran diversidad de árboles como manzanos y naranjos, cuyos frutos competían en aroma con los rosales, las azucenas y las gardenias. Los cientos de pájaros y mariposas que revoloteaban en torno a ellos agregaban un tono de alegría perpetua. Todo esto llenaba de orgullo y satisfacción a estas bellas plantas.
Pero como nada puede ser totalmente armonía, había allí un árbol que se veía triste y abatido, pues sentía que era diferente a todos los demás. Y era que, a pesar de llevar bastante tiempo en el jardín, nunca había dado frutos.
Ante las preguntas de sus vecinos, él movía sus hojas con vergüenza y decía, en voz baja:
-Parece que yo sobro en este jardín, rodeado de tanta belleza. Ni siquiera sé quién soy.
El peral, tratando de consolarlo, lo animaba diciéndole:
-Solo debes tener un poco de paciencia y de fe. Si haces eso, podrás tener unas peras tan dulces y fragantes como las mías. Observa mis ramas, cómo se doblan por tantas frutas. Sigue mi consejo.
-Tu problema no es por las frutas, -interrumpía el rosal- lo que necesitas son unas bellas flores que te adornen y te devuelvan la alegría. Ellas son más hermosas y fáciles de obtener. Mírame y lo vas a entender.
Aquel pobre árbol escuchaba a uno y otro, trataba de poner en práctica todas las sugerencias que le hacían sus compañeros, pero no obtenía resultados. Seguía sin ser como los demás, y la frustración lo deprimía cada vez más.
Cierto día, llegó al jardín un viejo búho, cuyo trasegar por el mundo le había dado sabiduría. Tan pronto se posó sobre una de las ramas de aquel árbol solitario pudo percibir su inmensa tristeza. Una vez se enteró del motivo, le dijo calmadamente:
-Creo que te estás preocupando por un problema que no existe. Y esto es porque actúas como muchos otros, tratando de ser como los demás. Cada quien se considera el mejor ejemplo a seguir, y seguramente insistirá en que lo imites. Pero eso no te llevará a ningún lado, pues si lo haces, sería contrario a tu propia naturaleza. Lo que debes hacer es mirarte a ti mismo. Conocerte y aceptarte tal como eres, y después de eso podrás ser quien eres. Solo debes escuchar tu voz interior, pues ella es la única que viene desde el fondo de tu naturaleza.
Después de esto, el búho siguió su camino y el árbol se quedó silencioso, pensando en lo que había escuchado. Eran conceptos nuevos para él, y en un comienzo se sintió desconcertado. Se preguntaba qué significaba ser él mismo. Y, ¿la voz interior? ¿conocerse? Él creía conocerse, pero por lo visto no se conocía lo suficiente.
Con todas estas nuevas ideas, decidió calmar su ánimo y se dedicó a meditar sobre ese ángulo de su existencia que nunca había contemplado. Así pasaron los días, mientras las otras plantas lo observaban sin atreverse a interrumpir su silencio. Mientras tanto, él siguió sumido en su profunda reflexión, hasta cuando pudo comprenderlo todo. Desde el fondo de su ser, su yo interior le habló claramente:
“Debes entender que nunca podrás dar peras porque no eres un peral. Tampoco florecerás porque no eres un rosal. Tu eres diferente de ellos, y no necesitas frutos ni flores porque eres un roble. Un día vas a crecer convirtiéndote en un enorme y majestuoso árbol, que se destacará sobre todos los demás. Muchas aves anidarán en tus ramas, el rey cansado después de su paseo matutino, encontrará cobijo y sombra bajo tus ramas. Serás grande y hermoso. Pero debes ser tú mismo, satisfecho de ser como eres”.
Después de esto, el árbol que se sentía inferior a todos pudo crecer fuerte y se elevó, seguro de sí mismo, sobre el paisaje que lo rodeaba. Entonces, logró la admiración y el respeto de todos.
Desde entonces, el jardín fue más maravilloso que nunca, y mientras todas las plantas vivían en armonía y orgullosas de sí mismas, el monarca observaba diariamente su jardín, sabiendo que allí tenía un tesoro más valioso que las alhajas del palacio.
Reflexión: Mientras solo queramos imitar a aquellos que nos parecen admirables, no podremos descubrir el verdadero valor que poseemos.
Cuento tradicional adaptado para VCSmedia.net.
Imagen de portada: Carlos Morales G. para VCSmedia.net
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