10:50 minutos de lectura. El efecto Diderot es una dulce pero peligrosa trampa en la cual todos podemos caer. Conozcamos este efecto para que lo evitemos a tiempo.
Posiblemente todos hemos vivido la experiencia de obtener algún objeto con el que nos sentimos por encima de nuestro propio estatus. Seguro esto nos llene de orgullo, pero un peligro nos acecha: podemos ser víctimas del efecto Diderot.
Quién era Diderot
Denis Diderot fue uno de los intelectuales más influyentes del siglo XVIII. Junto con Jean le Rond d’Alembert dirigió la “Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios”, uno de los trabajos fundamentales de la Ilustración, reflejo definitivo del pensamiento de ese siglo.
La Enciclopedia, conformada inicialmente por 17 tomos, tiene 72.000 artículos, en los que participaron personajes como Voltaire y Rousseau. 6.000 de esos artículos fueron de autoría directa de Diderot.
Lo anterior nos presenta a un personaje profundamente inquieto, quien se interesó por la literatura, el teatro, la filosofía, la química, la física y las matemáticas. Habiendo nacido en Langres, Francia, en 1713, murió, en París en 1784.
Un dinero inesperado
A pesar de su prestigio y del hecho de moverse en los círculos intelectuales y políticos más altos de Francia, Diderot no era un hombre acaudalado.
En realidad vivía modestamente, rodeado de sus libros, los cuales constituían su única fortuna, más por su utilidad que por su valor comercial. Así mismo, tenía una hija, Angelique, a quien adoraba.
Angelique estaba por casarse, pero su padre no tenía suficiente dinero para una dote digna, lo cual lo llenaba de tristeza. Pero siendo un intelectual muy conocido, la noticia de su situación llegó a oídos de la emperatriz rusa Catalina la Grande. Ella era una ferviente admiradora de Diderot, y seguidora de su obra literaria.
De este modo, con el deseo de ayudarlo, a través de Madame Geoffrin, amiga de los dos personajes, Catalina la Grande le compró la extensa biblioteca al prolífico escritor por una enorme suma. Como una atención especial, le permitió conservarla hasta su muerte.
Repentinamente, Diderot se vio dueño de una pequeña fortuna. Pudo pagar el matrimonio de su hija, y aún le sobró una cantidad considerable.
De modo pues que, encontrándose posiblemente por primera vez en este estado de solvencia, cayó en cuenta que su vieja y raída bata ya merecía ser reemplazada por una que correspondiera a su nueva situación.
Pero tan pronto como estrenó su flamante bata de terciopelo rojo, observó que la silla de mimbre de toda la vida ya no estaba acorde con ella. De este modo, fue rápidamente reemplazada por una de piel. Sin embargo, ahora el escritorio se veía fuera de lugar, y debió ser sustituido por uno de madera fina.
De esta forma, entró en una espiral vertiginosa, cambiando los cuadros, adquiriendo espejos valiosos, cambiando las cortinas, las alfombras, las obras de arte y mil cosas más que no acababan de satisfacerlo. Cuando el dinero escaseó, comenzó a adquirir deudas, hasta quedar en un estado ruinoso.
Un cambio feliz, un final triste
Viéndose en esta situación, Diderot comprendió que se había dejado llevar por un impulso nefasto, que finalmente no le había dejado nada positivo. Lo peor era que, a pesar de que ahora su casa lucía radiante y se veía rodeado de objetos nuevos y valiosos, no se sentía a gusto.
Fue entonces cuando escribió un ensayo titulado “El arrepentimiento de deshacerme de mi bata vieja”. Allí cuenta el proceso de su ataque compulsivo y el desenlace que había tenido.
En un principio, al estrenar la nueva bata, se encontró con que, según escribió, “Ahora todo está en discordia. El efecto del conjunto se perdió. Ya no hay unidad ni belleza“. Y fue esa búsqueda de “unidad” la que lo condujo por el camino desbordado de compras innecesarias.
Sin embargo, cuando se vio rodeado de innumerables objetos que no le decían nada pues no habían convivido con él, además de llevarlo a la ruina, se sintió triste en medio de esa monotonía.
Narra con melancolía cómo su vieja bata era parte de él mismo. Con ella podía limpiar sus libros, o hacer trazos con la pluma para que la tinta fluyera. Ante esto comenta que “Esas largas rayas anunciaban al literato, al escritor, al hombre que trabaja. Ahora tengo aire de rico holgazán”.
Concluye con tristeza que “Yo era el amo absoluto de mi bata vieja; me he convertido en el esclavo de la nueva”.
El efecto Diderot
Esta experiencia narrada magistralmente por Diderot, tuvo la virtud de trascender el tiempo, considerando que muestra una situación más común de lo que parece.
Tal vez lo más sorprendente no es que se encuentre vigente hoy día, pues todos sabemos que la llamada sociedad de consumo se basa en gran medida en este modo de actuar. Sorprende más que hace ya 200 años podía ocurrirle incluso a alguien tan poco dado a lo superficial como el filósofo francés.
La historia narrada por Diderot no había sido más que una anécdota curiosa, hasta 1988, cuando el antropólogo Grant McCracken creó el término de efecto Diderot, aplicándolo a ciertos patrones de consumo que se ajustaban a tal situación.
Dicho comportamiento se puede definir como “el proceso de consumo vertiginoso en el cual puede entrar un consumidor ante la introducción de una nueva posesión”. Esto se puede explicar diciendo que al adquirir un objeto nuevo un individuo puede fácilmente caer en la adquisición de otro, generalmente asociado al primero.
Esta situación se nos presenta frecuentemente en la vida cotidiana, especialmente cuando deseamos cambiar algunos muebles, por ejemplo los de sala, que consideramos obsoletos. Esto nos hace ver que la alfombra tampoco concuerda, y de repente vemos la mesa del comedor fuera de lugar con respecto a los nuevos muebles. De esa forma, se desata una cadena de cambios que rápidamente pueden ir escalando y poniendo a prueba nuestra voluntad de detenernos y nuestro presupuesto.
Esto es muy conocido por los expertos del marketing, quienes saben explotar a fondo la debilidad de los clientes ante un objeto nuevo, reluciente y de moda. Ejemplo muy recurrente es el de las tiendas Ikea, en las cuales se exhiben una cantidad de muebles que juegan en conjunto, y casi obligan a llevarlos todos para que haya una perfecta armonía.
Comprar o no comprar, he ahí el dilema
En principio, el efecto Diderot parece algo inofensivo, digno apenas de una anécdota que nos haría reír un rato. Pero realmente se trata de una trampa que puede ser muy venenosa.
Por algo el ilustre filósofo se mostraba abatido al relatar su experiencia. Es porque, con ella descubrió dos cosas: primero, las posesiones materiales no garantizan la felicidad. Y segundo, un objeto viejo no necesariamente es inútil.
Pero debemos ser conscientes de esto para no caer en el vórtice de las compras innecesarias. Porque hoy, más que nunca, se ha impuesto la cultura de la obsolescencia prematura, que nos induce a desechar objetos que apenas hemos utilizado.
Por eso, cuando nos encontremos ante una situación de este tipo, debemos recordar la raída y entrañable bata vieja de Diderot. Eso, con seguridad, nos ahorrará dinero y nos permitirá disfrutar más de las cosas que nos rodean.
Escrito por Carlos Morales G. para VCSradio.net
Narrado por Javier Hernández
Música de fondo: Inspiring Acoustic – Envato
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