A medida que pasa el tiempo aparecen en la escena internacional varias formas de incertidumbre, en tanto se retoma la actividad productiva, cultural y económica, luego de los estragos de la pandemia. Una de ellas tiene relación con la validez de la educación de hoy y, la otra, con la vigencia de la moral en las estructuras formales de la sociedad.
Resulta inevitable admitir que la educación y el sector laboral y productivo han sido forzados a adoptar sin excusas la virtualidad durante la crisis sanitaria. Esto evidencia la necesidad de aceptar que el mundo es un sistema interconectado en el que los saberes y las competencias digitales son ineludibles y constituyen condiciones cuyo impacto hay que asimilar de manera crítica.
Cuando se establezca por completo la múltiple afectación que ocasionó el virus a la humanidad, será preciso valorar la importancia de determinados patrones tradicionales de relación y reconocer o desvirtuar su pertinencia. A la vez, habrá que considerar aquellos elementos que, bajo la superficie, han estado presentes en la vida de las comunidades, no solo en el ámbito local sino incluso global y que, de alguna forma, han contribuido a estructurar la mentalidad de los grupos humanos del planeta.
La ética que ha configurado la inestabilidad en las estructuras sociales y promovido ese ambiente desconocido, virtual y aparente, es la estrategia que ha jugado papel decisivo para instalar el estado reinante, que excluye muchas veces la permanencia de valores fundamentales.
No obstante, de ningún modo se puede desconocer el cambio que se opera en la tecnología, en la industria, en las formas de relación y en los mercados, ni la rapidez con que se producen los procesos de sistematización de la información a escala mundial, en los diversos campos del conocimiento, como determinantes de tal inestabilidad.
Tampoco conviene olvidar que el mundo de hoy es altamente competitivo y exige mecanismos de adaptación -conformación- para garantizar el éxito de las personas y de las organizaciones. Para el efecto, los perfiles funcionales y comportamentales se integran con los atributos y competencias -ajustes- de los individuos y de los equipos, con el objetivo de alcanzar las metas y parámetros del desarrollo institucional.
En el escenario escolar, los retos del sistema educativo consistirán en solventar las exigencias del mundo en el que vivirán los niños, los adolescentes y los jóvenes; prepararlos para anticiparse a dilemas y decisiones difíciles; para aprender a vivir dentro de la incertidumbre y, a la vez, estar prestos a sacar experiencias saludables de los cambios, aún en la rápida variabilidad de las circunstancias. Por esa razón se pretende un currículo adaptativo, según las demandas de la oferta laboral altamente cambiante. Algunas de esas disposiciones son las que se mencionan entre las competencias que deben tener las personas del siglo XXI.
Redacción Jorge Hernández Castillo para vivir con sabiduria.uno