
El cuento de Corbato nos enseña que la perseverancia y la gratitud, incluso en tiempos difíciles, pueden llevarnos a encontrar el amor y un verdadero hogar
Hola, soy el perro más feliz de la vereda San Isidro. Me llaman Corbato porque desde que nací llevo una franja de pelos blanca en forma de corbata en mi cuello. Me gusta mi nombre porque es inconfundible. Como mi dueño tenía muchos perros, no podía alimentarnos a todos, por eso decidí vivir en una cueva abrigada arriba de la montaña. Debía recorrer toda la vereda, en busca de alimento y de alguien de buen corazón que me quisiera adoptar.
Por eso cada día durante mis andanzas, recorría con optimismo y alegría todas las casas que hay en el camino, en busca de comida. Quiero mucho a cada vecino que habita allí.
Mi recorrido comenzaba por la casa de doña Dalma, pero muy pocas veces encontraba allí un sorbo de sopa, pues solo viene de vez en cuando; pero cuando venía, me sentía afortunado, con solo darle una tierna mirada perruna, la bella mujer me premiaba con deliciosos potajes. Pero si no había nadie, solo levantaba mi cola y con alegría continuaba mi recorrido con mi canción:
Gracias Señor Creador, qué bella es la vida
La comida abunda, solo falta alguien que me quiera
Bajo el sol, la luna y la neblina, canta mi corazón de alegría
Luego pasaba a la casa de la bella dama Paola. A través de la ventana, siempre veía ricos manjares, pero ella tiene dos perros de muy buen apetito y ellos se comen todo lo mejor, pero si tenía suerte, me dejaban probar las sobras. A veces el corazón de la dama se conmovía al ver mis costillas.
¡Corbato, ven, acércate y come estas deliciosas sobras de arroz y carnes!
Muchas gracias, mmm qué delicia, la vida es generosa.
Desafortunadamente, de reojo y con cierto disimulo, los dos perros gruñones me miraban amenazando:
– No te hagas ilusiones de quedarte aquí, sigue tu camino Corbato, no hay comida para tanto perro.
Entonces, con cierta dignidad, levantaba mi cola, enderezaba mi cuello, miraba hacia adelante y seguía mi recorrido cantando:
Gracias Señor Creador, qué bella es la vida
La comida abunda, solo falta alguien que me quiera
Bajo el sol, la luna y la neblina, canta mi corazón de alegría
Seguía bajando a la casa vecina, donde casi siempre permanece vacía. Pero cuando estaba el dueño, el señor Víctor, mi estómago saltaba de alegría pues, sus fiestas y reuniones van con todo, así que me ofrecían de buen talante carne asada, papa y arroz en abundancia.
– Come Corbato, -me decían- aprovecha que hoy hay mucha comida.
Yo comía con mucho apetito hasta que mi barriga quedaba abultada y se me salía el ombligo. Qué sabrosos sus asados y qué generosos con los hambrientos como yo. Lo malo era que esto sucedía de vez en cuando, solo cuando se aburrían en la gran ciudad y venían a darse un descanso.
En días normales, cuando no había asados allí, mi barriga seguía pegada al espinazo por el hambre, así que debía seguir mi recorrido hacia la casa de más abajo.
Esta es una cabaña pequeña de madera, muy bonita, donde viven dos ancianos un tanto quisquillosos. El viejito llamado Carlos, suele estornudar mucho por el frío, y cuando yo aparecía por allí muy sigiloso, estornudaba aún más fuerte. Por eso me gritaba:
– Ayyyy Corbato fuera de mi casa, tu pelo me causa alergia y me hace estornudar más, achis achis aaaachis.
Mientras tanto su anciana esposa, llamada Bety, en forma disimulada y alcahueta conmigo, me llevaba siempre con sigilo un plato de comida, detrás de la casa…
¡Ven corbato toma este plato de comida con sobras de huesos, papas y otras cositas!
Mmmm cuánto me gustaba romper los huesos y tragarlos porque siempre son blandos y aderezados.
Sin embargo, en realidad, el viejito se hacía el bravo pero era muy bueno. Con disimulo él siempre acercaba las sobras de su plato para mí. Son muy generosos y bondadosos estos dos viejos, pero desafortunadamente no pudieron adoptarme porque a él se le irritaba la nariz cada vez que me veía, siempre decía:
-Ayyyy corbato fuera de mi casa, tu pelo me causa alergia, achis achis aaaachis.
Yo me retiraba con prudencia. Levantaba mi cola, enderezaba mi cuello y seguía mi camino cantando mi canción:
Gracias Señor Creador, qué bella es la vida
La comida abunda, solo falta alguien que me quiera
Bajo el sol, la luna y la neblina, canta mi corazón de alegría
La última casa de la vereda es una muy pequeña. Allí vivía el dueño, con cinco perros muy finos, comían una especie de bolitas malolientes que el señor sacaba de una bolsa. Los bañaba cada semana y olían a perfume. Eran muy elegantes. Pero, apenas me miraban, arrugaban su nariz y miran para otro lado.
– Ayy qué perro tan sucio eres Corbato, sigue tu camino, aquí no hay nada para ti.
No me interesaba mucho ser amigo de ellos porque eran muy raros. Aun así, eran muy cariñosos con su dueño, lo cuidaban y defendían. Jugaban todo el tiempo.
Yo desde la distancia pensaba que así debería estar yo, con un amo amoroso que se ocupara de la comida. Yo cuidaría de su seguridad. Estaría en la puerta de su casa vigilando para que nadie le hiciera daño. Cuando yo tenga un amo, daré mi vida por él y lo acompañaré hasta el final.
Me retiraba de allí cantando mi canción favorita
Gracias Señor Creador, qué bella es la vida
La comida abunda, solo falta alguien que me quiera
Bajo el sol, la luna y la neblina, canta mi corazón de alegría
Ya no hay más casas en mi vereda, solo está la carretera, pero sé que no debo salir porque andar por allí puede ser peligroso pues pasan muchos autos. Así que comenzaba mi camino de retorno, mientras jugaba con algunas mariposas, saltando para atraparlas. Otras veces encontraba por el camino alguna zarigüeya a la que perseguía corriendo hasta su madriguera. En ocasiones podía ver algún otro perro hambriento con el que compartía algún comentario y siempre le decía que la vida es bella, solo tienes que recorrer tu vereda para ver milagros y bellezas. Los campesinos que se cruzaban conmigo me saludaban
– Hola Corbato, ¿cómo está tu barriga hoy? ¿llenita? Toma un trozo de pan.
Me tragaba el pan y moviendo la cola con agradecimiento, seguía mi camino de regreso a la cueva cantando mi canción favorita:
Gracias Señor Creador, qué bella es la vida
La comida abunda, solo falta alguien que me quiera
Bajo el sol, la luna y la neblina, canta mi corazón de alegría
Así viví varios años, muy buenos años. Pero no sabía que se acercaba el día más feliz de mi vida.
Ese día inolvidable, después de recorrer todas las casas de mis generosos vecinos, pude observar la llegada de un carro grande. Traía un gran trasteo para una casa vacía que había a la orilla del camino.
Mi corazón saltó de emoción, la nueva dueña era una viejecita con cara bondadosa y sonrisa en los labios, llamada Clarita. Me acerqué y pude ver que venía sola y quería habitar permanentemente la casa. Me acerqué tímidamente, y ella me dijo:
– Hola amiguito, ¿qué haces por aquí tan solo? Qué elegante te ves con esa corbata blanca. ¿quieres acompañarme? …ella se acercó y me acarició. Mis ojos se llenaron de lágrimas. ¡Ella será mi ama, yo sé que me va adoptar! …y así fue.
Desde ese día nunca más me alejé de ella, terminé durmiendo en su terraza y vigilando la casa, ¡mí casa! Por esto cada día al despertar, sin alejarme de mi hogar canto alegremente:
Gracias Señor Creador, qué bella es la vida
La comida abunda, ya encontré alguien que me quiera
Bajo el sol, la luna y la neblina, canta mi corazón de alegría
Poco tiempo después encontré una linda perrita llamada Laica, muy deseosa de formar una familia. Al verme tan enamorado, mi ama organizó mi rincón, y al cabo de un año tuve, tres hermosos cachorros que tenían corbata blanca igual que yo. A ellos los llamó mi ama: corbatín, corbatero, y corbatacho, ¡Ahhh, la vida es bella!
Ahora, en las tardes, después de toda la jornada, acostumbramos a sentarnos con mi ama en la terraza para ver el infinito panorama de las montañas. Ella acaricia a mis cachorros acostados en su regazo, mientras bebe un caliente café para mitigar el frío. Yo, un poco cansado, pero muy agradecido con la vida y con mi ama, entono mi canción favorita:
Gracias Señor Creador, qué bella es la vida
La comida abunda, y ya tengo una familia que me quiere
Bajo el sol, la luna y la neblina, canta mi corazón de alegría
Cuento escrito para VCSmedia.net por Beatriz Rodríguez Cely.
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