La envidia es una de las peores manifestaciones de cualquier ser, porque, en definitiva, lo desperdicia, hace que la humanidad se desperdicie así misma. Cuando la envidia surge, quien la acoge está sacando de sí su fuerza vital, entregándose a una ilusión y perdiendo su propio camino.
A Dios le repudia la envidia porque sabe que quien empieza a ser dominado por ella, es alguien que decidió dejar de lado los suministros sagrados para transitar el camino de la vida. La alegría, la paciencia, la capacidad de asombro, el saber que ante las adversidades siempre hay una salida, o sea la fe, son algunos de esos suministros con los que los seres humanos fueron proveídos para caminar por este mundo.
El hombre está bien proveído de estos suministros cuando tiene pocos años de vida. Por lo general, son los niños quienes rebosan de alegría, no se deprimen ante las adversidades tan fácilmente como los adolescentes y ciertos adultos, se asombran ante cuestiones sencillas y, sin saberlo, tienen una confianza infinita en sus padres, una fe infinita en otro maravilloso regalo de Dios, los padres.
Sin embargo, hay fuerzas en este mundo que doblegan la mente en el proceso de crecer y reclaman los suministros sagrados. Parece que son fuerzas que se presentan para ver que tanto valora el hombre lo que se le ha otorgado y que tan inclinado está en intercambiar eso con cuestiones menos importantes.
En otros términos, toda persona enfrenta un análisis de sí misma, de sus verdaderos sentimientos, de las sensaciones propias, de los verdaderos suministros para enfrentar el mundo. Muchas personas renuncian ante esa extraña prueba mundana, otras resisten más y logran conservar buena parte de lo que realmente son.
Pero ¿qué pasa con los que renuncian? Definitivamente sienten un vacío, ansias de llenar algo en su interior, pero ¿con qué? Erróneamente, muchas personas piensan que solo lo que ven a través de sus ojos, puede tomarse para llenar lo que falta por dentro.
Una persona envidiosa carece de los suministros sagrados, su corazón se torna vacío, carece de bondad, pero su mente le dice que eso se debe recuperar, pero el camino que toman para hacerlo es por lo general… erróneo.
Esto es lo que pasa en la mente de una persona que vive con envidia, es alguien que siente una ausencia en su interior, un vacío. Siente amargura al ver al otro feliz, siente tristeza y desconsuelo, estas sensaciones se trasmutan y se convierten en rabia, rencor y furia. Finalmente, solo el poseer lo que posee el otro, o disminuir la felicidad del otro es lo que puede resarcir las sensaciones que agobian al envidioso.
De ahí que siempre hay personas que no se miden en sus acciones, ya sea en el trabajo, en el hogar con la familia o con los amigos. El objetivo de la envidia es desestabilizar, esto se puede ver cuando alguien habla mal de otros o cuando se minimizan las virtudes ajenas o los lujos de quienes viven alrededor.
No obstante, la mente de una persona virtuosa está tranquila, se siente llena, se alegra con la alegría ajena y siempre comparte algo de los suministros celestiales (virtudes) que conservó apropiadamente.
Es imperativo comprender que una persona envidiosa es un ser herido, con mucho sufrimiento y pesar. El dolor y la amargura abundan en sus pensamientos.
Cuando este sentimiento se encuentra presente en cada uno o en alguien a nuestro alrededor, fortalecer la determinación propia para conservar la bondad que Dios nos entregó, es una buena forma de mantenernos firmes frente a este sentimiento negativo y contagioso.
El trabajo de una persona con envidia es hacer que los demás caigan a su situación, para no caer en este circulo negativo, lo mejor es por sentido común, restarle importancia al agresor y persistir en el camino propio, con bondad y paciencia.
Artículo, Sebastián Puerta para VCS radio.net