Tiempo de lectura 7 minutos. Las verdaderas buenas acciones son incondicionales, solo así se gana buena retribución
Entre el pueblo chino, por mucho tiempo circuló una historia que ilustra perfectamente el dicho de que ‘las verdaderas buenas acciones son incondicionales, solo así se gana buena retribución’. Esta es la historia…
Había una vez un mendigo que estaba tan sediento que decidió ir a pedir un vaso de agua a una casa muy rica. La señora de la casa no se interesó por él, e incluso pidió a sus criados que lo expulsaran de su presencia. Pero en esa casa había una criada caritativa quien, viendo al pobre hombre sediento, sintió pena por él y discretamente le ofreció un vaso de agua.
–Tome este vaso de agua para calmar su sed, y estas sobras de comida por si tiene hambre. El mendigo tomó el vaso rápidamente y bebió ansioso. Comió con voracidad la comida, pues estaba muerto de hambre.
Después de terminar su merienda, el limosnero se acercó a la criada y le dijo:
– “Agradezco su bondad, muy poca gente es tan buena como usted. Quisiera darle algo por su generosidad, pero no poseo nada de valor. Sin embargo, le obsequio este pañuelo, es muy ordinario y barato, pero deseo que lo reciba. Por favor tómelo”.
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A pesar de que la criada le dijo que no tenía que darle nada a cambio, terminó aceptando el pañuelo para que el mendigo no se sintiera despreciado. Lo guardó en uno de los bolsillos de su delantal.
La criada era una campesina huérfana y trabajaba en esta casa desde que era niña, cuando sus vecinos la dejaron en la puerta de esta casa rica, para que la emplearan de sirvienta.
Aparte de estar sola en el mundo, la criada tenía una característica muy llamativa: era fea desde su nacimiento. Su nariz era demasiado grande, sus ojos eran torcidos y la piel llena de viruelas. Por esta razón nunca salía a la calle y se sentía inferior a todas las demás empleadas de la casa. Ni siquiera se veía nunca al espejo para no sentirse peor.
Al otro día de lo ocurrido con el vagabundo, la criada se levantó temprano, y como todos los días se lavó la fea cara. Afanada buscó una toalla para secarse, pero no encontró ninguna a mano, entonces se acordó del pañuelo del mendigo. Lo sacó del bolsillo de su delantal y se secó la cara.
Apurada fue a organizar el desayuno de la señora. Puso los platos y sirvió la comida con cuidado. Cuando la dueña de la casa, se quedó viéndola a la cara asombrada. Casi no consigue decir palabra alguna.
La criada se sintió incómoda y llevando las manos a la cara preguntó preocupada:
– “¿Qué tiene mi cara? ¿Por qué me mira de esa manera? Y comenzó a llorar porque creyó que se había vuelto aún más fea. Los demás sirvientes también la miraban con la boca abierta.
Como nadie le contestaba nada, corrió al baño a lavarse la cara con jabón. Entre lágrimas acercó un espejo para verse lo que había pasado con su rostro.
Cuál no sería su sorpresa cuando vio reflejado en el espejo un rostro perfecto. Se había convertido en una hermosísima mujer.
La señora entró corriendo y le preguntó qué se había aplicado sobre la cara, y le exigía que le diera el secreto de inmediato. Sim embargo la pobre chica no sabía por qué había sucedido ese cambio. Le explicó a la señora:
– Yo no me he aplicado nada en el rostro, al igual que todos los días me he lavado con agua y jabón. Lo único diferente que hice fue secarme con un pañuelo que me regaló el vagabundo que vino ayer.
– “¿Qué tiene ese pañuelo del mendigo que puede embellecer el rostro? Le exijo que me lo entregue”.
La criada le entregó el pañuelo y rápidamente la señora mojó su cara y se la secó con el pañuelo. Pero no pasó nada, seguía siendo vieja y deslucida.
Desesperada la señora, le preguntó por qué le había entregado el indigente dicho regalo. La joven explicó que luego que la señora le negara un vaso de agua y expulsara de la casa al mendigo, ella se apiadó de él y le regaló un poco de agua y comida la sobrante. En agradecimiento el vagabundo le había dejado el pañuelo.
La señora comprendió que la generosidad atraía regalos milagrosos como el pañuelo del mendigo. -Debí haberle dado de beber a ese pordiosero- pensó furiosa.
Inmediatamente ordenó que trajeran a todos los mendigos, indigentes y pordioseros de la ciudad ‘para que coman y beban’ a gusto en su casa. Quería un obsequio que la embelleciera y rejuveneciera, igual que a su criada fea. Sentía mucha envidia.
Le trajeron a todos los pobres indigentes que encontraron en las calles. Después de que bebieron y saciaron su apetito, se levantaron, agradecieron y se fueron con satisfacción.
La señora gritó enfurecida, “¿Nadie me va a dar un pañuelo?”. Ningún vagabundo respondió. Entonces entró en tal cólera que agarró al último mendigo y le dijo,
“Dame tu pañuelo”.
El vagabundo no tuvo otra opción que darle un pañuelo mugroso que tenía en su bolsillo.
Ella lo tomó y frotó su rostro con gran desesperación; pero cuanto más se frotaba, más sucia se volvía su cara.
Quienes estaban viendo tal escena comprendieron que sólo cuando una buena acción se hace de manera incondicional, con el deseo de servir y bondad, se recibe una recompensa.
Los antiguos chinos creían que, no se puede forzar a una persona a sentir compasión en el corazón, y los dioses ven con claridad cada intención de los seres humanos. ¿Cómo puede una buena acción originada en el egoísmo ser una verdadera buena acción, y traer consecuencias positivas? Eso es imposible.
Narración, Luisa López
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