Existe una grandiosa obra clásica de la literatura publicada durante la dinastía Ming, titulada Viaje al Oeste, que describe las aventuras del monje Tang en su peregrinación a la India para obtener las escrituras budistas y llevarlas a China.
La novela cuenta que fue el emperador quien pidió realizar este viaje. Pero, viendo la debilidad del Monje Tang, la diosa Guanyin organizó un grupo de cuatro discípulos para protegerlo: el valiente, pero impulsivo Rey Mono (también conocido como Sun Wukong), el lujurioso Pigsy, el entristecido Sandy y el Caballo Dragón Blanco. Todos debían defenderlo de las criaturas malignas que buscaban comer su carne, pues se creía que ésta otorgaba la inmortalidad.
Del grupo acompañante el más colorido de los personajes era el Rey Mono. Cuenta la historia que el Rey Mono nació de una roca sobrenatural en la cima de la Montaña de las Flores y las Frutas, la cual había absorbido la esencia del Cielo y la Tierra. Un día, de repente esta roca estalla, y desde adentro salta un mono. Él era inteligente, valiente y audaz. Los otros monos quedaron tan impresionados con sus habilidades mágicas que lo coronaron como el “Rey Mono”, y pasaban sus días celebrando festines.
Un maestro taoísta lo tomó al inteligente Mono como su discípulo y lo entrenó en lo profundo de las montañas. Allí adquirió poderes sobrenaturales y aprendió el arte de volar y de transformarse en cualquier cosa que quisiera.
Pero el Mono sufría de angustia existencial. ¿Qué sentido tenía toda esa felicidad temporal si al final lo que le espera es la vejez, la enfermedad y la muerte? Decidió buscar las enseñanzas verdaderas para obtener la inmortalidad.
Encima de todo, al Rey Mono le surgieron nuevas preocupaciones. Tenía las mejores habilidades, pero no tenía un arma comparable con su destreza. Todos los héroes míticos tenían su propia arma, pero él no; Zeus tenía su rayo, el Rey Arturo su Excalibur, y Thor su martillo.
Unos monos proponían tomar una roca como arma, otro una banana gigante. Entre tanto, un viejo mono habló muy serio. Había vivido por cientos de años y sabía todo lo que había que saber. Contó que había un fantástico Palacio del Dragón en el fondo del Mar Oriental.
“Allí”, dijo, “el Rey Dragón guarda muchos tesoros”. Seguramente tiene un arma a su medida.
El Rey Mono encantado emprendió inmediatamente el viaje. Mientras tanto en el Palacio del Dragón, muchas leguas por debajo del mar, el Rey Dragón y sus cortesanos crustáceos disfrutaban de un banquete.
El Rey Mono apareció por la puerta. Saludó al Rey Dragón y dijo: “Hey, Rey Dragón, ¿cómo está? ¿Podría ayudarme? Verá, necesito un arma, algo poderoso. Escuché que usted podría tener algo”.
El Rey Dragón había escuchado rumores sobre este mono mágico. Se comentaba que tenía muchos trucos bajo la manga. Como no quería problemas, ordenó a sus súbditos que le llevaran algunas armas para que el Mono probase.
Se abrieron las puertas de coral y el Señor Anguila se deslizó en la sala, cargando una brillante lanza que pesaba 2.200 kilos. El Mono estaba entusiasmado. La tomó con sus peludas manos y la hizo girar como un bastón. Pero era muy liviana y delgada. Frunció la nariz y la devolvió al Señor Anguila.
Luego apareció el Señor Langosta, y con la ayuda del Conde Cangrejo, arrastró una espada gigante que pesaba 4.400 kilos. El Mono la levantó con facilidad, y después de balancearla en el aire, decidió que también era muy liviana.
Entonces el Rey Dragón ordenó que le entregaran su arma más pesada. Las puertas se abrieron de par en par y aparecieron tres crustáceos llevando una enorme alabarda, que pesaba más que todas las otras armas juntas y hacía temblar a todo el palacio cada vez que daban un paso. El Mono jugueteó con ellos un rato, simulando que era muy pesada como para levantarla, pero de pronto la levantó en el aire y la balanceó con un dedo, por diversión. Terminó arrojándola a un lado.
“Todas estas armas son como palillos de dientes. ¿No tienen nada más pesado?”, preguntó el Rey Mono.
El Rey Dragón, ya estaba desesperado, pero su esposa nadó hacia él y le sugirió entregarle el gigante pilar de hierro que tenían en su tesoro. Ella comentó que unos días antes, el pilar había brillado con una luz celestial, y quizás el Mono estaba destinado a poseerlo. El Rey Dragón estuvo de acuerdo, y llevó al Mono a ver el tesoro.
El pilar gigante estaba en el patio más alejado del palacio. En uno de sus lados tenía grabadas las palabras: “La vara obediente del aro dorado”. Tenía el ancho de un barril, y medía 6 metros de alto. El pilar, simbólicamente, también era el responsable de mantener el mar estable.
Los ojos del Rey Mono brillaron de emoción al verlo. Trató de levantarlo, pero, aunque podía sostenerlo, era muy difícil blandirlo. “Mmm… es muy grande para manejarlo, quisiera que fuera más pequeño…”.
Antes de que terminara de pensarlo, el pilar de repente se achicó hasta el tamaño de un bastón de pastor, y voló hacia su mano. El Rey Mono estaba eufórico. Comenzó a hacerlo girar y a moverlo de un lado a otro, causando masivas olas en el palacio. ¡El Rey Dragón y sus cortesanos casi fueron arrastrados por la marea!
Por fin encontró su arma perfecta. El Rey Mono estaba feliz y mágicamente volvió a encoger la vara –esta vez hasta el tamaño de una aguja. Se la colocó detrás de la oreja, para tenerla a mano cuando la necesitara en la batalla. Rápidamente dio las gracias al Rey Dragón y emprendió el viaje de regreso. Esta vara poderosa es conocida como el Garrote Dorado. ¡Toda una súper arma!
Con la combinación de sus travesuras y sus grandes poderes, creó gran caos a su paso tanto en el Cielo como en el Inframundo.
Como era difícil de controlar, el Buda tuvo que dejar al Rey Mono atrapado debajo de una montaña donde permaneció durante 500 años, hasta que el Monje Tang llegó a la montaña. Ese era el momento que había estado esperando Se inclinó para ofrecer sus servicios al monje y acompañarlo en su viaje, quedando finalmente libre.
El Rey Mono resultó ser un aliado muy valioso para el monje Tang. Podía ver a través de los demonios y sus trucos, y las bellezas o las riquezas no lo tentaban. Su ingenio ayudó al monje a escapar de muchas situaciones peligrosas, y todo tipo de criaturas sintieron la furia de su Garrote Dorado… Después de todo, ¿de qué otra manera podría proteger al piadoso y desamparado monje Tang en su peligroso viaje al Oeste?
En este viaje debieron pasar en total 81 pruebas. Todo tipo de demonios y espíritus malignos que usaron la fuerza o el engaño para tentarlos con riqueza o bellezas. Simbólicamente, las 81 tribulaciones son las pruebas que los cultivadores espirituales tienen que atravesar en su viaje a la iluminación.
El grupo protector del monje Tang soportó y triunfó en su travesía, y al final volvieron a China con las sagradas escrituras. Luego retornaron a sus debidos lugares en el Cielo.
Aunque a veces el Rey Mono fue rebelde y díscolo, debido a sus grandes logros le otorgaron el título de “Buda victorioso en la lucha”.
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Historia adaptada para VCS Radio.net
Narración: César Múnera