6 minutos de lectura. ¿Se está perdiendo definitivamente la tradición de la Semana Santa? Veamos a continuación cómo se percibe hoy día esta importante fecha en el mundo cristiano.
La llamada Semana Santa fue tradicionalmente, una semana de recogimiento y meditación. Pero hoy en día se ha convertido en un período dedicado a la diversión y, en muchos casos, al exceso.
A mediados de los años 1960, Bogotá tenía algo más de 1’500.000 habitantes. Aún era una ciudad bastante provinciana, como lo era Colombia por aquel entonces. Por lo tanto, las costumbres tradicionales que venían del siglo XIX todavía se mantenían relativamente intactas.
Entendiendo que las comunicaciones dependían casi exclusivamente de la radio y la prensa escrita, todas ellas bastante conservadoras, dichos medios eran los guardianes de las tradiciones.
Por lo tanto, la Semana Santa, o Semana Mayor como se le llamaba, era de gran importancia en un país profundamente católico. Aún se preservaban intactas las costumbres religiosas de los días santos.
El domingo de ramos daba inicio a las celebraciones, con una enorme procesión, en la cual participaba todo el barrio. Los niños ese día se vestían de uniforme y colegios enteros desfilaban cantando himnos de alabanza y llevando en alto los ramos hechos de hoja palma. Estos ramos, bendecidos en la ceremonia, se guardaban en las casas por meses enteros
Después de esta apoteosis, había una pausa, hasta el jueves santo. Ese día se iniciaba la semana de la pasión de Cristo. Toda la ciudad entraba en un receso total, y con anterioridad se debía haber comprado todo lo necesario para esos días, pues ningún comercio abría hasta el siguiente lunes.
El jueves santo la familia iba a visitar los siete monumentos, lo cual era obligatoriamente en el centro de la ciudad. Todas las iglesias, construidas desde la época de la colonia, competían por presentar las imágenes más venerables y devotas. Para entrar a cada iglesia se debían hacer largas filas, pues todo el mundo se volcaba para cumplir con este sagrado deber cristiano.
El viernes santo, conmemoración de la muerte de Cristo, el día más sacrosanto del año, la misa, preferiblemente se debía escuchar en la Catedral. El interminable ‘sermón de las siete palabras’ era esperado por todos los feligreses, deseosos de conocer el discurso de los obispos.
Después de la misa, todos regresaban a casa, para meditar, comer frugalmente y conversar en familia.
En esos días, viernes y sábado santos, solo se escuchaba música clásica, como Bach, el Mesías de Häendel o el Réquiem de Mozart. La televisión, aún incipiente, solo pasaba películas sacras. El jueves y viernes no circulaban los periódicos. De todos modos, no había noticias diferentes a las religiosas.
Después de un sábado tranquilo y de transición, llegaba el domingo de resurrección, día para celebrar, una vez terminado el duelo de los días más tristes del año.
Pero todo esto cambió para siempre. No es que ya no se celebre la Semana Santa. Aún muchas personas la toman con devoción, y asisten a los actos que se programan en las iglesias católicas. Especialmente en las parroquias de los pueblos aún hay procesiones y misa de viernes santo con la iglesia llena.
Sin embargo, para la gran mayoría de la población, la Semana Santa es un tiempo de vacaciones, de alejarse del trajín de la ciudad y recuperar fuerzas a medio semestre. Pero el significado real se esta semana ya no tiene importancia para ellos.
Millones de personas llenan las carreteras y los aeropuertos, ansiosas por huir hacia los balnearios y las playas. La mayoría de ellas no dedican un solo minuto para la contemplación, aunque si se les pregunta, se confiesan católicas practicantes.
Ahora no hay problema por el comercio, pues todo funciona prácticamente de forma normal. Son días festivos, y muchos comerciantes se toman un descanso, pero ninguna ciudad se paraliza. Tal vez las enormes congestiones en las carreteras son lo único que paraliza hasta cierto punto, la movilidad.
Todo esto se debe a que ahora vivimos en una sociedad completamente laica, y las fiestas religiosas han perdido su sentido.
En Colombia, con la ley Emiliani, que trasladó la mayoría de los festivos para el lunes, con el fin de promover el turismo, ya no se sabe qué se celebra en cada fecha.
Sin embargo, cabe una observación: si las fiestas religiosas, especialmente la Semana Santa y la navidad se crearon para conmemorar hechos católicos que ya a nadie interesan, ¿vale la pena mantenerlas?
Naturalmente, decir esto es completamente impopular, pues se trata de fechas con las que todos cuentan como un merecido descanso. Pero, vale la pena preguntarnos algo: si para el día en que se conmemora un aniversario por la muerte de un pariente muy querido, alguien, aprovechando la reunión de quienes desean recordarlo, convidara a todos para hacer una gran fiesta con todo tipo de excesos, ¿lo tomaríamos con naturalidad?
Eso mismo es lo que sucede con la celebración de la Semana Santa. Mientras para los creyentes es la evocación de la muerte y resurrección de su Señor, para los no creyentes es una época que aprovechan para la parranda.
Está claro que nadie estará de acuerdo con desmontar estas fiestas religiosas. Pero, en medio del caos que vivimos en estos días debemos, al menos, reflexionar sobre qué pasó con aquello en lo que nuestros abuelos creían.
¿Estamos seguros de que hoy en día vivimos mejores tiempos? Miro un video donde se observan unos personajes encapuchados, gritando arengas en la Catedral Primada de Bogotá durante una misa, y definitivamente pienso que no.
Escrito por Carlos Morales G. para VCSradio.net
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