5 minutos. Con la narración del rey y el gurú aprendemos cómo podemos ser amos o esclavos de nuestras pasiones.
El Rey, el Gurú y los dos Esclavos
Cierto día, un poderoso monarca recorría las calles de la capital de su reino, cabalgando sobre su brioso caballo, el cual estaba enjaezado lujosamente. Una gran comitiva de cortesanos, guardias reales y sirvientes lo seguía, realzando la majestuosidad del soberano. El pueblo se agolpaba en las calles, se asomaba a los balcones, estiraba el cuello para admirar el gran poder del monarca.
Mientras todos hacían reverencias respetuosas al paso de la comitiva, el rey respondía con ligeros movimientos de cabeza, lanzando miradas arrogantes a lado y lado. Pero, de pronto, vio a un derviche harapiento sentado en una esquina, quien, indiferente al boato del desfile, se rascaba la cabeza pacientemente.
Al verlo, el monarca se detuvo, y mandó a uno de sus guardias que trajera al derviche ante su presencia. Obligándolo a mirarlo, le ordenó que le explicara por qué no le guardaba el debido respeto, como lo hacía todo el pueblo.
El anciano, sosteniendo la mirada penetrante del rey, le contestó, con una suave pero firme voz:
-Su majestad, para mí es muy claro que todos se inclinan ante ti y te ovacionan, porque anhelan lo que tú tienes: poder, inmensas riquezas, la mejor vivienda del reino, en fin, aquello que nadie puede obtener. Pero ninguno de esos bienes tiene significado para mí, porque no los deseo. Además, ¿por qué me inclinaría ante ti, si poseo dos esclavos que a su vez son tus amos?
Ante estas palabras, toda la ciudad calló espantada. Podía escucharse el aletear de los pájaros entre los árboles. El emperador, enrojecido por la furia, le gritó, sin poderse contener:
-¿Cómo te atreves a decir tal cosa? ¡Soy el soberano de este reino, todo me pertenece, todos me deben obediencia! ¿Cómo podría ser yo esclavo de alguien?
El derviche, sin perder la calma, le contestó:
-Señor, mis esclavos, a quienes controlo permanentemente, pero en cambio te dominan, son el orgullo y la ira.
De repente, el rey se quedó viéndolo, como un niño que hubiera sido sorprendido haciendo una travesura. Mientras todos lo miraban expectantes y atemorizados, bajó el tono de la voz para replicar al derviche:
-Hoy he aprendido una valiosa lección y me inclino ante quien ha tenido el valor de dármela.
En los anales de aquel reino, se menciona que desde ese día, el monarca se esforzó para abandonar la ostentación y, por supuesto, jamás se le volvió a escuchar un insulto.
Cuento anónimo Zen adaptado para VCSradio.net
Imagen de portada: Carlos Morales Galvis
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